Siete Druidas

Capitulo 5. Sueños Proféticos

Las dos semanas transcurrieron rápidas desde nuestro último y tenso encuentro con la Dríada. Mantuvimos nuestras reuniones en la cabaña escondida en el bosque, un lugar que ya sentíamos como nuestro santuario. Allí, entre risas y el zumbido de la magia incipiente, practicábamos nuestros poderes y compartíamos los sueños que, noche tras noche, se volvían más vívidos y recurrentes. A veces, destellos de eventos desconocidos irrumpían en nuestras mentes, como fragmentos de un rompecabezas aún por armar.

Un jueves, durante una de esas sesiones de práctica, decidimos compartir esos sueños que nos inquietaban:

  • Clarisa soñaba con estar rodeada de agua, sintiéndose ahogada, como si algo la aprisionara, un peso invisible que le impedía respirar.

  • Jorge se veía en una cueva, un vasto laberinto lleno de piedras y metales preciosos y comunes, una imagen de abundancia terrenal y encierro.

  • Astrid se encontraba en un volcán en erupción, presenciando la lava fundiéndolo todo, una visión de destrucción y transformación.

  • Valeria describía una luz brillante que emanaba de su pecho, transformándola en un ser de pura energía, un faro resplandeciente.

  • Luisa se convertía en una sombra, atrapada en la oscuridad, incapaz de salir de ella, una sensación de impotencia y desvanecimiento.

Todos coincidimos: estos sueños se habían vuelto repetitivos, una melodía insistente que nos dejaba confundidos. Pero yo estaba segura de que cuando volviéramos a ver al Ciervo, él podría resolver estas dudas. Les compartía esta convicción a los chicos, y sus rostros se relajaban, confiando en mis palabras.

Mi "crush" con Jorge ya no era solo eso; se estaba transformando en algo mucho más profundo y especial. Nuestras salidas al cine, nuestras cenas o simplemente las caminatas juntos se habían vuelto momentos que atesoraba.

Una noche, durante una de esas cenas en un pequeño y acogedor restaurante con luces tenues, Jorge me miró a los ojos, con una sinceridad que me hizo el corazón un nudo, y me pidió ser su novia.

Sentí que todo a mi alrededor se nublaba. Un ligero mareo me invadió, pero al final, me senté de la pura emoción y respondí con un rotundo ¡SÍ! Sellamos esta unión con un beso largo y hermoso, un beso que me dejó sin aliento, lleno de una euforia que aún no puedo borrar de mi mente. No quería ni imaginar lo que sucedería cuando diéramos el siguiente paso.

Cuando me dejó en casa después de la cena, tomé el teléfono y marqué a Clarisa. "¡Soy novia oficial de Jorge!", le espeté. Del otro lado, escuché un grito de alegría que casi me deja sorda. "¡LO SABÍA!", exclamó Clarisa, y luego pasamos a otras trivialidades antes de despedirnos para dormir, mi corazón aún flotando en un mar de felicidad.

Esa noche tuve un sueño inquietante. Veía a un grupo de siete figuras, todas vestidas con capas negras, reunidas en un campo que no lograba ubicar. Cantaban un mantra, un sonido que no entendía, pero que al escucharlo, me provocaba una sensación extraña y desagradable. No pude ver más, porque me desperté sobresaltada, el eco del mantra aún resonando en mis oídos. Estaba segura: aquello era la invocación para sacar de su encierro a Belsac. Y eso significaba que debía apresurarme a encontrar a la séptima druida faltante. Necesitaba salir de mi rutina diaria y buscar en otros lugares.

Mi madre me pidió que la acompañara a hacer el supermercado semanal, y yo, feliz de salir y sin nada más que hacer, accedí. Era sábado y no teníamos reunión, ya que varios tenían compromisos familiares, y yo entendía la importancia de esos momentos. Al entrar al supermercado, vi a una persona ofreciendo perfumes con distintas fragancias. Una en particular, que roció en el aire, me atrajo. Al acercarme, el anillo en mi dedo comenzó a emanar una luz azul vibrante, y mi corazón saltó de alegría: ¡había encontrado a la séptima druida! Por fin, todos estábamos juntos.

Me acerqué a ella, notando que había varios clientes cerca. "Hola", le dije. Ella me sonrió, "Hola, ¿puedo ayudarte en algo? ¿Alguna fragancia que te agrade?", señalando los diversos perfumes en el expositor detrás de ella. Le dije que me había llamado la atención uno en un envase en forma de rosa, y le comenté que era mi flor favorita. Ella respondió que la suya era una con forma de nube, que olía "riquísimo". Me la mostró y roció un poco en el dorso de mi mano; en verdad, despedía un aroma muy agradable. "Me llamo Rebeca", le dije, y ella respondió: "Yo me llamo Marlen".

"Oye", le dije con un tono cómplice, "¿me puedes acompañar al baño? Es que no sé dónde está".

Le dije a mi mamá que me esperara, que la chica me mostraría el camino, a lo que me respondió que me esperaría en el área de frutas y verduras. "Ahí te veo", le prometí.

Ya dentro del baño, Marlen me miró con curiosidad. "No sé por qué, pero tu presencia me resulta familiar", me dijo. "¿Te conozco de algún lado?". Le pregunté si había tenido algún sueño en particular. "Ahora que lo mencionas", dijo, "he soñado que estoy en un grupo de chicas, y que todas estamos en una guerra. Yo saco de mis manos unos torbellinos que arrojo a un grupo extraño, y cuando volteé en el sueño, ¡tú estabas ahí! Sí, tu rostro estaba en dicho sueño. ¿Qué loco, verdad?". Sonreí y le dije: "No es loco, es verdad". Se volteó, una mezcla de extrañeza y asombro en su rostro. "¿CÓMO?", preguntó. Después de cerciorarme de que no había nadie en el sanitario, busqué en los compartimentos y, al no ver a nadie, le susurré: "Eres una Druida".

"¿Soy una Druida? ¿Cómo es eso?", exclamó. "No tengo tiempo de explicarte con detalle", le dije, "pero para que me creas...". Le mostré la palma de mi mano y, al instante, surgió un clavel que le entregué. Ella lo miró sorprendida. "Ahora piensa en aire", le indiqué. Lo hizo, y de su mano salió una leve brisa que me sacudió el cabello. Después de eso, soltó una carcajada. "O sea, ¿que soy Duida?", preguntó, y me abrazó con fuerza. "De verdad sentía que estaba loca, ¡gracias a Dios no lo estoy!".




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