Después de colgar con Rebeca y contarme lo ocurrido —la pelea que tuvo con Jimena, los enfrentamientos que vivieron Astrid, Clarisa y Luisa—, una sensación de inquietud se instaló en mi pecho. En el chat grupal, Rebeca fue clara: "No dejen de poner las runas de protección en las puertas. Estén atentos a cualquier cosa extraña." Quedamos en vernos todos al mediodía en la bodega de práctica, como siempre. Pero la incertidumbre me carcomía. Me angustiaba saber que estábamos siendo atacados por personas desconocidas que, de algún modo, sí sabían quiénes éramos nosotros. Ese desequilibrio me hacía sentir vulnerable, expuesto.
Necesitaba despejar la mente. Me puse un short negro de licra y una camiseta de tirantes blanca, y salí a correr al parque cercano. Ahí hay un lago grande y, en el centro, una fuente monumental con la figura de Poseidón arrojando agua por los brazos extendidos, iluminado por luces que resaltan sus formas en la noche. Iba por la segunda vuelta al lago cuando noté que algo —o alguien— me seguía. Al principio lo ignoré, parecía un gato callejero, silencioso, casi inofensivo. Pero en cuestión de segundos, un enorme tigre —al menos el doble del tamaño normal— emergió de entre los árboles y se abalanzó hacia mí, lanzando zarpazos con una velocidad aterradora segui corriendo pero el animal me iba lanzando zarpasos atras de mi. Extendió una mano hacia el tigre y gritó:
—¡Alto ahí, quien sea que seas! Grito Jorge al detenerse y mirar al animal, el animal con forma de trigre y mirada temerosa se detiene y rugiendo con furia. Atonito Jorge observa como comenzó a transformarse: el pelaje se replegó, los huesos se reacomodaron con crujidos horribles, y en su lugar quedó un hombre alto, de mirada felina y sonrisa burlona.
—¿Y tú quién eres para detenerme? —escupió la driada cambiaformas.
—El que puede convertirte en una estatua —respondió Jorge, avanzando sin miedo.
— No me hagas reir ser insignificante, dame lo que necesito y te dejare libre y sin daño
— Que es lo que necesitas o quieres contesta Jorge.
— ¿Donde tienen a mi jefe Belsac, donde lo tienen enterrado?
— No lo se y si lo supiera creeme que NUNCA TE LO DIJERA. Contesta Jorge con severidad.
El cambiaformas se lanzó contra él, rápido como una sombra, Jorge giró con agilidad y logró tocar su brazo. Al instante, la piel del enemigo empezó a endurecerse, volviéndose gris, rugosa. El cambiaformas gritó de dolor y se sacudió, logrando zafarse del contacto, aunque parte de su brazo ya era piedra.
—¡Interesante truco! Pero necesitarás más que eso para detenerme —dijo el cambiaformas, transformándose de nuevo, esta vez en una serpiente alada.
La pelea continuó. Jorge esquivaba, tocando con rapidez cuando podía, dejando manchas de piedra en el cuerpo cambiante del enemigo. Cada roce era una batalla de segundos: el cambiaformas se regeneraba parcialmente al mutar de forma, pero el avance de la petrificación era lento, persistente. Finalmente, Jorge logró sujetarlo por el cuello, y con un grito de esfuerzo, descargó todo su poder. El cambiaformas quedó inmóvil, la piel endurecida completamente, la figura atrapada en una postura de furia congelada.
Jorge quedo jadeante y caído de rodillas, mirando la escena sin poder creerla.
El cambiaformas, ahora convertido en una grotesca escultura viviente, se erguía como un recordatorio de lo cerca que estuvo del desastre.
Jorge aún respiraba con dificultad, observando la escultura del cambiaformas con una mezcla de alivio y tensión. Sabía que no estaba terminado. Y tenía razón.
Una grieta se abrió en el hombro del cambiaformas. Luego otra en el pecho. La piedra empezó a resquebrajarse desde dentro, como si una fuerza latente estuviera empujando para liberarse. Con un estallido seco, la figura explotó en fragmentos que volaron por el claro. El cambiaformas cayó de rodillas, su piel cubierta de polvo de roca, jadeando de furia.
—¿Creíste que sería tan fácil? —gruñó, su voz más gutural que antes. Algo en él era diferente… más salvaje, más inestable.
Con un rugido, se transformó nuevamente, esta vez en una bestia híbrida entre pantera y murciélago, con alas membranosas, garras brillantes y ojos completamente negros. Se lanzó contra Jorge, quien apenas alcanzó a bloquear el ataque con su antebrazo. Logró tocar una de las alas y parte de ella se volvió piedra, pero el cambiaformas reaccionó con un aullido ensordecedor y lo arrojó contra un árbol.
Entonces, una descarga de luz azul cruzó el aire.
—¡Apártate de él! —gritó Valeria, descendiendo de un muro con un salto eléctrico, el cabello levantado por la estática y sus ojos resplandecientes.
Extendió ambos brazos y lanzó una tormenta de rayos que impactó directamente en el pecho del cambiaformas. La criatura gritó, convulsionando por la descarga, pero no cayó. Se incorporó con dificultad, el pecho humeante, y rugió con una rabia animal.
—Perfecto… otra más —masculló, abriendo las alas de piedra parcialmente rota.
Pero antes de que pudiera moverse, un susurro atravesó el viento. Las hojas del bosque cercano se agitaron sin brisa. Del otro extremo del claro, emergió una figura esbelta y etérea: una dríada. Su piel era verde como los brotes nuevos, y sus ojos, profundos y antiguos. Caminaba descalza sobre la hierba, dejando flores a su paso. Alzó la mano, y el mundo cambió.
De pronto, múltiples réplicas del cambiaformas aparecieron alrededor de nosotros. Cada uno idéntico, moviéndose con sincronía confusa.
—¡Son ilusiones! —gritó Jorge, poniéndose de pie con sangre en la boca. —¡No las toquen hasta estar seguros!
Valeria lanzó un rayo hacia uno, que se desvaneció como humo. Yo miré a la dríada, quien me sonreía con calma, casi maternal.
—¿Por qué hacen esto? —le grité.
—Porque ustedes son una amenaza y queremos respuestas y las queremos YA —respondió, su voz como hojas en el viento.
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Editado: 18.06.2025