Siete Druidas

Capitulo 9: Encuentro inesperado

El sol del mediodía se filtraba entre los ventanales polvorientos de la vieja bodega donde siempre nos reuníamos. Aquella estructura abandonada, que alguna vez fue un almacén de maquinaria agrícola, ahora era nuestro refugio, nuestro campo de entrenamiento y, en muchos sentidos, nuestro santuario.

Uno a uno fuimos llegando, arrastrando aún el peso de la batalla más reciente. Nos saludamos con abrazos largos, esos que no necesitan palabras, que simplemente dicen "aún estamos aquí". Las miradas compartidas estaban llenas de cansancio, pero también de determinación.

Cuando Rebeca y Jorge se vieron, corrieron el uno hacia el otro. El abrazo fue breve pero intenso, y acto seguido, se fundieron en un beso urgente, como si con él intentaran borrar el miedo que había quedado entre ellos. Pero la ternura se disipó rápido. Rebeca se separó apenas unos centímetros, lo justo para fulminarlo con la mirada.

—¿Qué parte de “no salgan solos” fue la que no entendiste? —espetó con el ceño fruncido, su voz firme pero quebrada por la preocupación.

Jorge agachó la cabeza un instante, como aceptando el regaño, pero no tardó en responder.

—No podía quedarme quieto mientras sabíamos que nos estaban rodeando. No quiero esperar a que nos ataquen… otra vez.

Rebeca suspiró, bajando la guardia un poco. Sabía que él tenía razón. Todos lo sabíamos. No podíamos escondernos para siempre. Las dríadas ya no eran sombras que observaban desde lejos. Ahora eran presencias tangibles, provocándonos, empujándonos hacia el límite. Y lo peor: cada vez parecían conocer mejor nuestras debilidades.

—Por eso estamos aquí —dijo finalmente, mirando a todos con una mezcla de autoridad y cansancio—. Vamos a entrenar. Más duro que nunca. Ya no se trata de defendernos. Tenemos que estar listos para atacar si hace falta.

El silencio que siguió a sus palabras fue denso, casi físico. Nadie objetó. Nos formamos en círculo, con la vieja lona del piso crujiente bajo nuestros pasos. Afuera, el mundo parecía igual que siempre: árboles, calles, una ciudad que ignoraba que una guerra silenciosa se estaba gestando en sus márgenes.

Pero ahí dentro, entre nosotros, algo estaba cambiando. Éramos los mismos… y ya no. Las batallas habían empezado a esculpirnos.

Y sabíamos que no habría vuelta atrás.

Rebeca se adelantó al centro de la bodega. Su mirada recorrió a cada uno de nosotros con firmeza, como si quisiera recordarnos por qué estábamos ahí.

—Hoy no entrenamos para resistir. Entrenamos para enfrentar. Ya no somos un grupo disperso, somos una fuerza —dijo, mientras sus dedos tocaban el suelo agrietado.

Con un gesto suave, la tierra crujió. Raíces brotaron con velocidad, retorciéndose en el aire como serpientes obedientes. Pequeños brotes verdes florecieron al contacto con su piel. En segundos, un anillo de vida surgió a su alrededor.

—La naturaleza está de nuestro lado —añadió, mientras las raíces se replegaban de nuevo en el suelo—. Ustedes también deben dominar lo que llevan dentro.

Astrid fue la siguiente. Cerró los ojos, concentrada, mientras el aire empezaba a moverse a su alrededor. Su cabello se elevó con el viento que ella misma generaba, como si el espacio se negara a estar quieto. Con un movimiento de manos, desató una ráfaga que cruzó la bodega, levantando polvo y derribando tres de los sacos de arena que colgaban de las vigas oxidadas.

—Podría volarlos por los aires… si me dieran permiso —bromeó con una sonrisa apenas contenida.

Clarisa levantó una ceja y caminó al centro sin decir nada. Estiró un brazo, y una llama encendió en su palma como si fuera lo más natural del mundo. Luego la extendió hacia el cielo, donde se convirtió en una columna de fuego que rugía como una criatura viva. La temperatura subió de inmediato.

—Con gusto los vuelvo ceniza, Astrid, cuando quieras —dijo con una chispa desafiante en la voz.

Luisa, sentada hasta ese momento, alzó la mirada. Con un pequeño gesto de su mano, varias piedras del suelo se levantaron y comenzaron a girar alrededor de ella. Luego, con un movimiento más sutil, desarmó en el aire una de las lámparas colgantes sin tocarla, dejando cada pieza suspendida con una precisión quirúrgica.

—No hace falta gritar o quemar cosas para tener control —murmuró—. A veces, basta con pensar.

Valeria no esperó invitación. Caminó al centro con pasos decididos, y en cuanto se detuvo, su cuerpo empezó a emitir un resplandor azul. La electricidad crepitaba a su alrededor, saltando entre sus dedos como si buscara salir. Alzó ambas manos, y un pequeño rayo explotó en el aire como un látigo de energía pura.

—No tengo paciencia para amenazas —dijo con los ojos brillando—. Prefiero apagar el problema… con voltaje.

Marlen, silenciosa hasta ahora, se acercó despacio. El ambiente cambió con su sola presencia: la temperatura descendió, el cielo que se veía por la claraboya se tornó gris. El viento trajo el olor a lluvia. Con un simple susurro, una neblina se coló por las rendijas. Se detuvo junto a Rebeca.

—El clima es como el ánimo. A veces basta con sentirlo… para hacerlo estallar —murmuró. Y tras sus palabras, una llovizna fina empezó a caer dentro de la bodega, como si ella misma lo hubiera deseado.

Por último, Jorge dio un paso adelante. Su mano se cerró en puño y la golpeó contra el suelo. El temblor fue leve, pero suficiente para resquebrajar la tierra bajo él. Rocas comenzaron a sobresalir, respondiendo como bestias dormidas. Tomó una de ellas y, con un toque, la convirtió en piedra pulida, luego en obsidiana, luego en granito. Como si pudiera dialogar con cada tipo de roca y moldearla a voluntad.

—Donde otros ven peso muerto… yo veo armas.

Los siete se miraron, en silencio. Sus energías latían en el aire, poderosas, descontroladas, pero cada vez más enfocadas.

Rebeca los observó con una sonrisa leve, cargada de orgullo y responsabilidad.

—Esto ya no es entrenamiento. Esto es preparación para la guerra que se nos viene encima. Porque ellas —las dríadas— no van a detenerse. Y nosotros tampoco.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.