Siete Druidas

Capítulo 11: La voz del Recuerdo

La oscuridad del Refugio de Corteza era densa, casi líquida. Luisa yacía en el centro del círculo de raíces, su cuerpo débil, su mente al borde del colapso. Las dríadas habían forzado el recuerdo sellado, y ahora, algo dentro de ella comenzaba a despertar.

Un susurro. Un eco. Una voz que no era suya, pero que resonaba en lo más profundo de su alma.

—Luisa…

Abrió los ojos. Ya no estaba en la celda. Estaba en un bosque antiguo, cubierto de niebla plateada. Los árboles eran altos como torres, y el aire vibraba con una energía ancestral.

Frente a ella, de pie sobre una piedra cubierta de musgo, estaba una mujer de cabello blanco, ojos grises como la ceniza, y un báculo tallado con runas que brillaban débilmente.

—¿Quién eres? —preguntó Luisa, con la voz temblorosa.

—Fui una de las druidas ancestrales. Mi nombre… ya no importa. Lo que sí importa es lo que sellamos.

La figura se acercó, y al tocar la frente de Luisa, una visión la envolvió.

Fuego. Sangre. Gritos.

Un demonio de ojos rojos y alas negras, alzándose sobre un campo de batalla. Belsac. Su presencia era una herida abierta en el mundo. Las dríadas, entonces aliadas de las druidas, luchaban a su lado… hasta que él las traicionó.

—Belsac no es un dios. No es un salvador. Es destrucción pura. Lo encerramos con un sello de sangre, y para protegerlo… borré el recuerdo. Lo escondí en la línea de sangre. En ti.

Luisa retrocedió, horrorizada.

—¿Yo…?

—No por elección. Por necesidad. El sello debía mantenerse oculto incluso de nosotras. Pero ahora, las dríadas han sido engañadas. Sylmara cree que lo liberará y les dará poder. Pero solo traerá ruina.

—¿Y qué puedo hacer yo?

La figura ancestral la miró con ternura y gravedad.

—Recordar. Resistir. Y cuando llegue el momento… elegir.

La visión comenzó a desvanecerse. El bosque se disolvía en sombras. La voz de la druida ancestral se despidió con un susurro:

—No estás sola, Luisa. El linaje te protege. Y tus amigos… ya vienen por ti.

Luisa abrió los ojos. Lágrimas corrían por sus mejillas. El círculo de raíces seguía allí, pero algo dentro de ella había cambiado. Ya no era solo una simple druida. Era la portadora de un legado y ahora sabía la verdad.

El sendero abierto por el anillo de Artem comenzaba a cerrarse tras ellos. Las raíces se retorcían, intentando atrapar a los druidas mientras corrían hacia el Refugio de Corteza. El aire era denso, cargado de magia antigua y hostil.

—¡Ya casi llegamos! —gritó Rebeca, el anillo brillando como una estrella en su mano.

Frente a ellos, una abertura en la tierra se reveló entre los árboles: una grieta viva, cubierta de corteza y musgo, respirando como si tuviera alma. El Refugio.

Pero no estaban solos.

Thalindra, en forma de lobo negro, saltó desde una rama y embistió a Jorge, que apenas logró levantar un muro de piedra a tiempo. Zyreth emergió de las sombras, lanzando ilusiones que confundían la vista y el oído. Kaelira invocó un eco ensordecedor que desorientó a Clarisa y Valeria.

—¡Formación! —ordenó Rebeca.

Astrid se elevó con una corriente de viento, dispersando las ilusiones de Zyreth. Clarisa, aún aturdida, lanzó una llamarada que obligó a Kaelira a retroceder. Valeria, con los ojos encendidos, invocó un rayo que partió el suelo frente a Thalindra, obligándola a retomar forma humana.

—¡No tienen idea de lo que están haciendo! —gritó Thalindra, jadeando—. ¡Belsac nos liberará a todas!

—¡Belsac destruirá este mundo! —respondió Rebeca—. ¡Y ustedes están ayudándolo!

Con un gesto, Rebeca activó el anillo. Una onda de luz verde se expandió, empujando a las dríadas hacia atrás. En ese instante, Marlen invocó una tormenta repentina: lluvia, viento y truenos envolvieron el Refugio, cubriendo su entrada.

—¡Ahora! —gritó Jorge—. ¡Luisa está dentro!

Los druidas se abrieron paso entre raíces y oscuridad, descendiendo por el túnel vivo que conducía al corazón del Refugio.

Luisa estaba de rodillas, temblando. El recuerdo de la druida ancestral aún ardía en su mente. Las dríadas la rodeaban, expectantes, creyendo que el sello estaba a punto de romperse.

—Dímelo —susurró Sylmara—. Dime dónde está.

—No… —jadeó Luisa—. No puedo. No debo.

—¡Entonces lo sacaremos de ti!

Pero antes de que Sylmara pudiera tocarla de nuevo, una explosión de luz iluminó la cámara. Las raíces se partieron. El techo tembló. Y una voz familiar gritó:

—¡LUISA!

Rebeca entró primero, seguida por Clarisa, Jorge y los demás. El aire se llenó de energía. Las dríadas retrocedieron, sorprendidas.

—¡No! —gritó Sylmara—. ¡No pueden interrumpir esto!

—¡Ya lo hicimos! —rugió Clarisa, lanzando una llamarada que separó a las dríadas de Luisa.

Jorge corrió hacia ella, rompiendo las raíces con una daga de cuarzo. Rebeca se arrodilló a su lado, colocando su mano sobre su pecho.

—Luisa… soy yo. Ya estás a salvo.

Luisa abrió los ojos. Lágrimas caían por sus mejillas.

—Vi todo… Rebeca, vi lo que pasó. Belsac… no es lo que ellas creen.

—Lo sé —susurró Rebeca—. Y ahora tú también lo sabes.

Las raíces comenzaron a cerrarse. El Refugio temblaba. Las dríadas, debilitadas, se desvanecían entre sombras y corteza.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Astrid.

Valeria lanzó un rayo hacia el techo, abriendo una grieta. Marlen invocó una ráfaga de viento que los impulsó hacia la salida. Uno a uno, los druidas escaparon, llevando a Luisa en brazos.

Ya fuera del Refugio, bajo la lluvia suave que aún caía, Luisa se abrazó a Rebeca con fuerza.

—Gracias… por venir.

—Siempre vendríamos por ti —respondió Rebeca, con la voz quebrada.

Los demás se acercaron, rodeándola. No como guerreros. Sino como familia.

Y aunque sabían que la guerra no había terminado, esa noche, habían ganado una batalla importante: la verdad había despertado.




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