Parte I: Raíces
El bosque estaba en silencio, pero no en paz. Los siete druidas avanzaban por un sendero cubierto de hojas secas, guiados por las visiones fragmentadas de Luisa y el brillo tenue del báculo de Rebeca. El aire era más denso, más antiguo. Cada paso los acercaba a un lugar que no existía en ningún mapa.
—Este claro… lo vi en mis sueños —dijo Luisa, deteniéndose frente a un círculo de piedras cubiertas de musgo.
En el centro, un árbol seco, retorcido, con una grieta en su tronco. Algo brillaba dentro.
—El báculo —susurró Jorge.
Pero cuando Luisa dio un paso hacia él, una barrera invisible la detuvo. El aire vibró, y una voz resonó en su mente.
—¿Eres digna de portar el legado?
Luisa cayó de rodillas. Una visión la envolvió: la druida ancestral, de pie frente a ella, con el báculo en la mano.
—No basta con llevar mi sangre. Debes comprender el peso de lo que protegemos.
Luisa vio la guerra. El dolor. El sacrificio. Y luego, la decisión de sellar a Belsac, sabiendo que su memoria sería borrada para siempre.
—¿Estás dispuesta a continuar lo que yo empecé?
—Sí —susurró Luisa—. No por poder. Por protección.
La barrera se desvaneció. El báculo cayó del árbol, como si el tronco lo soltara con alivio. Luisa lo tomó con ambas manos. El bosque entero pareció exhalar.
Parte II: Raíces Corrompidas
En un claro oculto por niebla y espinas, Sylmara caminaba en círculos. Las dríadas restantes la observaban en silencio. La derrota en el Refugio había dejado cicatrices.
—Nos fallaron —dijo Thalindra, con los brazos cruzados—. Nos prometiste poder. ¿Y qué obtuvimos? Derrota.
—¡Belsac habló conmigo! —gritó Sylmara—. ¡Nos mostró el camino!
—¿Y si no era él? —intervino Elaris, por primera vez—. ¿Y si solo era una sombra… una mentira?
Zyreth y Virelya se miraron, inquietas. La duda comenzaba a enraizarse.
—¿Y si las druidas tenían razón? —preguntó Kaelira—. ¿Y si lo sellaron por una razón?
Sylmara se volvió hacia ellas, furiosa.
—¡No! ¡Nosotras fuimos traicionadas! ¡Él nos dará lo que merecemos!
Pero su voz temblaba. En el reflejo de un estanque oscuro, una silueta apareció: ojos rojos, sonrisa cruel.
—Encuentra el sello, Sylmara… y todo será tuyo.
Las demás retrocedieron. El reflejo desapareció. Sylmara cayó de rodillas, jadeando.
—No podemos detenernos ahora —susurró—. No cuando estamos tan cerca.
Pero el círculo ya no era uno. Las raíces comenzaban a separarse.
Parte III: El Juramento
De regreso a la bodega de entrenamiento, Luisa colocó el báculo sobre el altar de piedra. No sin antes Rebeca poner runas de proteccion en todo el lugar para protegerlos de los driadas. Los demás la rodeaban en silencio.
—Este báculo… no es solo un arma. Es una promesa. Y ahora, es nuestra responsabilidad.
Rebeca asintió.
—Entonces que seamos nosotros quienes terminemos lo que comenzó hace un siglo.
Los siete druidas unieron sus manos sobre el báculo. El bosque, por un instante, pareció inclinarse hacia ellos. La guerra no había terminado; pero ahora, la esperanza tenía raíces más profundas.
El bosque estaba más silencioso que nunca. No era el silencio de la calma, sino el de algo que dormía… y no debía despertar.
Guiados por el báculo ancestral y los fragmentos del recuerdo que Luisa aún conservaba, los siete druidas avanzaban por una región del bosque que no aparecía en ningún mapa. Los árboles eran más altos, más antiguos. Sus troncos estaban cubiertos de símbolos que solo el báculo parecía comprender.
—Estamos cerca —dijo Luisa, con la voz temblorosa—. Lo siento… como si algo me llamara.
Rebeca asintió, su anillo brillando con un resplandor tenue.
—El sello está reaccionando a tu presencia. A tu sangre.
El grupo llegó a un claro oculto entre colinas cubiertas de niebla. En el centro, un círculo de piedras negras, cubiertas de líquenes y runas olvidadas. El aire era denso, casi sólido. Cada respiración costaba más.
—¿Esto es…? —murmuró Clarisa.
—El lugar del sello —confirmó Rebeca—. Aquí fue donde lo encerraron.
Luisa dio un paso al frente. El báculo en su mano comenzó a vibrar. El suelo bajo sus pies tembló levemente. Y entonces, todos lo sintieron.
Una presión invisible. Un poder inmenso. Antiguo. Dormido.
—Es como si… algo nos mirara desde abajo —dijo Jorge, con la voz apagada.
—No es una mirada —corrigió Valeria—. Es una presencia. Está ahí. Esperando.
Marlen extendió las manos. El clima alrededor del claro era inestable: ráfagas de viento, gotas de lluvia suspendidas en el aire, electricidad estática.
—El equilibrio aquí es frágil. Si lo alteramos… podríamos romperlo.
Luisa se arrodilló frente al círculo. Cerró los ojos. El báculo tocó el suelo. Y una imagen cruzó su mente: la druida ancestral, de pie en ese mismo lugar, rodeada de dríadas, sellando a Belsac con su sangre.
—Aquí fue… —susurró—. Aquí lo encerraron. Y aquí… podría liberarse.
Rebeca se acercó y colocó una mano sobre su hombro.
—Entonces debemos proteger este lugar. Sellarlo de nuevo si es necesario. Y evitar que caiga en manos equivocadas.
El grupo se reunió en círculo. El báculo fue colocado en el centro. Y juntos, comenzaron a trazar un nuevo conjuro de protección, uno que reforzara el sello sin romperlo.
Pero en lo profundo de la tierra… algo se agitó.
Una grieta invisible. Un susurro.
Belsac había sentido su presencia.
Y ahora, sabía que el momento se acercaba.
En lo profundo de un claro oscuro, Sylmara meditaba sola, rodeada por raíces que se movían como si respiraran. El reflejo del agua en un estanque cercano comenzó a agitarse. Una sombra emergió en la superficie: ojos rojos, una sonrisa cruel.
—Están allí… —susurró la voz de Belsac, como un veneno en su mente—. Los druidas han encontrado el sello. Han tocado mi prisión.
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Editado: 18.06.2025