Siete Druidas

Capítulo 13: Un poco de paz entre la tempestad

El amanecer llegó con una luz tenue, filtrándose entre las ramas como si el bosque aún dudara en despertar. El claro donde se libró la batalla estaba cubierto de cenizas, raíces rotas y piedras humeantes. Pero el sello seguía intacto.

Los druidas habían levantado un campamento improvisado cerca del círculo. Nadie quería alejarse demasiado. No aún.

Rebeca caminaba entre los heridos, aplicando ungüentos y conjuros de sanación. Su rostro estaba sereno, pero sus ojos mostraban el peso de la noche anterior.

—¿Cómo están? —preguntó a Clarisa, que tenía el brazo vendado.

—Vivos —respondió con una sonrisa cansada—. Eso ya es una victoria.

Luisa estaba sentada junto al báculo ancestral, en silencio. El contacto con el sello la había dejado agotada, pero también más clara. Había sentido a Belsac. Despierto. Observando. Esperando.

—No está soñando —dijo en voz baja—. Está despierto. Solo necesita que alguien rompa el sello y lo libere de donde esta encerrado.

Jorge afilaba una lanza de piedra, su mirada fija en el horizonte.

—Y Sylmara está dispuesta a hacerlo… cueste lo que cueste.

Marlen y Valeria trabajaban juntas reforzando los encantamientos del perímetro. Astrid sobrevolaba la zona, vigilante.

—No podemos quedarnos aquí para siempre —dijo Valeria—. Pero tampoco podemos dejar esto sin protección.

Rebeca asintió.

—Lo sé. Pero antes de movernos… debemos entender qué sigue. Y para eso, necesitamos respuestas.

En un claro oculto por la niebla, las dríadas se reagrupaban. Sylmara estaba de pie, con la mirada perdida. Sus ropas estaban rasgadas, su energía debilitada. Pero su fe… intacta.

Zyreth se desvanecía y reaparecía, inquieta. Virelya curaba sus heridas con savia oscura. Kaelira no decía nada, pero su mirada ya no era la misma.

—Fallamos —dijo Thalindra, con voz ronca—. Nos superaron.

—No —respondió Sylmara—. Solo nos retrasaron. El sello sigue ahí y ya sabemos dónde está, lo demás es más fácil, podemos liberar a Belsac… me habló. Me mostró lo que vendrá.

—¿Y si no es verdad? —preguntó Kaelira, por fin—. ¿Y si solo nos está usando?

Sylmara la miró, con una mezcla de compasión y rabia.

—¿Y si no? ¿Y si es la única forma? ¿De volver a ser lo que fuimos? ¿No desean más poder, tener el control del mundo y con ello riqueza y dominio.

—Necesitamos más poder —dijo Sylmara—. Y si los druidas no nos lo dan… lo tomaremos.

Esa noche, los druidas se reunieron alrededor del fuego. No para planear. No para luchar. Solo para estar juntos.

El crepitar de las llamas era el único sonido que rompía el silencio del bosque. Se encontraban afuera de la casa de Rebeca, sus padres habían salido de viaje y eso les permitió tener privacidad. El aire olía a tierra húmeda, a savia, a ceniza. El sello seguía intacto, pero todos sabían que la batalla apenas había comenzado.

Luisa habló por primera vez en horas. Su voz era baja, pero clara.

—No sé si puedo hacer esto sola. Rebeca le tomó la mano con firmeza, sin necesidad de palabras grandilocuentes.

—No estás sola. Nunca lo estuviste.

El fuego proyectaba sombras largas sobre sus rostros. Jorge y Rebeca se abrazaban en silencio, compartiendo el peso de la responsabilidad y el consuelo de saberse vivos. Marlen y Manuel, sentados juntos, se sostenían las manos, intercambiando miradas que decían más que cualquier hechizo.

Luisa, aunque adolorida, sintió el calor del abrazo de Valeria y Astrid, quienes se sentaron a su lado sin decir nada, solo estando allí. Y en ese gesto, Luisa encontró fuerza. El peso de la responsabilidad seguía sobre sus hombros, pero ahora lo llevaba con más ánimo. No por obligación, sino por elección.

Clarisa, sentada un poco más apartada, observaba el fuego con una expresión sombría. Su mirada se cruzó con la de Rebeca, y en ese instante, compartieron una complicidad silenciosa. Clarisa pensaba en Jimena, en lo que había sido… y en lo que se había convertido.

"¿Por qué hace esto?", se preguntó. "Sé que es por poder… pero ¿por qué no ve el panorama completo? Ese poder la va a destruir."

El fuego crepitaba. El bosque, por ahora, estaba en silencio. Pero todos sabían que era solo una tregua.

La guerra por el alma del mundo… aún no había terminado.




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