Siete fases de la muerte

SE ACABÓ

MELANIE

Había una rama que golpeaba la ventana de mi habitación, que al mismo tiempo parecía una mano maquiavélica sacada de alguna película de terror, el frío que entraba por esta, era grueso y el chiflido que ocasionaba me hacía sentir intranquila; las sábanas me cubrían por completo la cabeza y los gritos provenientes de abajo me daban escalofríos. Mi madre llevaba horas discutiendo con algunas personas vestidas de oficiales, me dijo muy atenta que no salga de la cama y yo, hice caso.

Me sobresalté, cuando un ruido más perecido a un golpe sonó desde la estadía, y mi corazón se lanzó en mi pecho haciendo mí respirar más potente; un segundo golpe se oyó y me deslicé hasta poder llegar debajo de mi cama, cubrí mi boca con mis manos, apretando los ojos, cada que un chillido de mi madre me llegaba a los oídos. Las lágrimas saladas me quemaron los ojos y las sentí caer por mi nariz metiéndose hasta mis fosas nasales.

«Cobarde» No dejé de repetirme aquella palabra en mi cabeza, pues, no salí a ayudarla.

El tintineó de la ventana, los gritos, los golpes y mi respiración, no me dejaban estar tranquila; había algo en mi interior, algo que me atacaba con fuerza y quería explotar. Poco después un par de pisadas fueron visibles por debajo de mi puerta, las cuales no tardaron en hacerse presentes dentro de mi habitación. Apreté la quijada, los dientes y los párpados. Estaba aterrada.

―Sé que estás en alguna parte de esta habitación, por desgracia tu madre ya no puede quedarse contigo, tienes suerte, te quedarás aquí, con vida; y solo para reiterar, ella no luchó por mantenerte a salvo, ella luchó para que te llevarán en su lugar; pero tú no nos sirves ―La voz me dio un vuelco―, por ahora ―aclaró al final.

Las pesadas botas dejaron mi habitación y pude soltar el aire con facilidad. Un nudo se instaló en mi garganta y el llanto llegó de inmediato. A los ocho años una niña solo quiere estar con su madre y aún más, si su padre había muerto hace tiempo.

No quise salir de donde estaba, no quería ver la mano que golpeaba mi ventana y no quería ver la luna brillante del ocaso, mucho menos la ausencia de mi madre, que era palpable en donde respirase. Las lágrimas no cesaron rápido, el dolor se introdujo más y más en mi interior, hasta que el sueño me venció...

...

Un par de manos me jalaron con gran fuerza y apenas me dio tiempo de poder nivelar mi visión; un par de hombres ya me tenían inmóvil; había amanecido y el sol era sorprendentemente doloroso.

Cuando estaba en el patio delantero no era la única, un puñado de niños de mi calle estaban allí, llorando a moco tendido, supe de inmediato que algo raro iba a pasar. Entonces nos explicaron cosas, antes de subirnos a un transporte público:

"Los guardias se habían llevado a todos los adultos mayores de veinte años, los bebés habían desaparecido misteriosamente, según, trasladados a un edificio cercano. Se decía que a la edad de cinco años los cargarían al orfanato donde nos llevarían a todos, para trabajar en el ganado y vivir ahí mismo". Nos transportaron en grupos pequeños a una granja cercana al orfanato, la mayoría aún sollozaba la soledad. Yo como de costumbre, me quedé quieta, tal y cómo mi madre me lo había enseñado cuando curiosamente quería estar cerca de ella.

—Su trabajo será ordeñar las vacas, limpiar las porquerías de todos los animales uno a uno y obtener todo lo rico que nos dan —indicó un hombre alto de ojos profundamente negros, como el cielo nocturno; verlo me causaba una sensación de miedos e inseguridades.

Llevaba puesto un traje negro brillante y muy bien diseñado; su mirada era audaz e intimidante, tanto, que le causaba miedo a más de uno.

—¿Qué ha pasado con nuestros padres? —Se atrevió a preguntar un chico, esquelético y al parecer, valiente. Llevaba un par de chiquillas colgando de sus brazos.

—Ellos ya no volverán, ahora es tiempo de que ustedes estén solos y se dediquen a trabajar para mí —dijo el hombre con voz ronca, caminando de lado a lado mientras fumaba un habano; movió dos dedos y comenzó a partir.

Me llené de prejuicios y miedos, no entendía nada y no me atrevía hacer una sola pregunta.

—¡Esto no es justo! —replicó aquel chico saliendo de un arranque tras el hombre de negro. Todos lo miramos—. ¡Usted no es nadie! —gritó, señalándole con el índice y frunciendo los labios con un desdén prominente.

El hombre sonrió con malicia mientras tomaba al chico por los cabellos, justo al tiempo que saltó a su lado, este chilló y gruñó al mismo tiempo, como un animal con correa. Nos alejamos de golpe cuando comenzaron avanzar a nosotros.

—¡Qué les quede algo muy claro! —Gritó fuerte, casi en un gruñido tosco—. ¡Ahora lo soy todo! —concluyó con hedor.

Dos segundos pasaron; tomó el arma de su bolsillo y disparó sin compasión, justo en la sien del chico, mientras su cuerpo cayó al suelo haciendo un ruido terrible; vi su rostro deformarse al instante que la bala entró y se derrumbó al suelo, mientras yo misma ahogaba un grito. Aquel hombre solo sacudió su saco y entró a su limusina. Las chiquillas que hace unos minutos tenía entre sus brazos se acercaron para llorar la muerte, del cual creí, era su hermano. Mis vellos se erizaron al ver toda la sangre que recorría las líneas del pavimento; di un paso hacia atrás y me abracé a mí misma. Ya no podríamos hacer nada y yo, ya moría de miedo.

—¡Ya escucharon al señor Hatway! —enseñó un guardia empujándonos con su arma hacia el granero, otros dos apartaron a las chiquillas a golpes y sus sollozos hacían eco en todo el lugar, como si fuese realmente un manicomio...

Tuve tantas pesadillas con aquel chico, el llanto de sus hermanas y la sangre sobre mis pies; con el tiempo me hacía sentir una extraña ira que crecía desde lo más profundo de mí, hasta llegar al punto de que los ojos me ardían y quemaban con una sensación extraña en mi interior.




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