Siete fases de la muerte

EL INICIO

ELIZABETH

—Anda come un poco, prometo traer más después —Le prometí a Yuli. Ella antes de todo olfateó el queso para después llevárselo con ambas patas al hocico. La observé mientras lo hacía, era adorable—. Eres hermosa Yuli, nadie debe de decir lo contrario —Le afirmé; aunque no sabía si me comprendía o si por lo menos lo intentaba; solo sabía que la amaba como se puede amar a cualquier ser vivo.

Cerré mis ojos en pequeñas pausas hasta que me cercioré de que todo estaba en orden, ella se había ido por el agujero bajo mi cama y podía dormir tranquila. Camila decía que tener una rata de mascota era una cosa repulsiva, que ese tipo de animales tenían enfermedades y que solían ser muy agresivas; claro, de alguna forma me identificaba con ellas, ambas teníamos algo en común. El no ser deseados. Ellas eran juzgadas por su físico y su olor, estaban solas y aisladas, se juntaban en los callejones y roían la basura; de todas maneras, habíamos estado en el mismo lugar.

Por la mañana caminé sin zapatos al comedor del orfanato, todavía había mucho movimiento desde que trajeron niños nuevos, muchos niños nuevos. Todo el mundo estaba de un lugar a otro tratando de controlar todo; esa era justo mi oportunidad para robar el poco queso que sobraba del día; claro, no era para los huérfanos, era para los guardias que solían comer aquí todos los días.

En silencio me escabullí por la cocina sin hacer el más mínimo de ruido. Robar el queso era de lo más fácil, lo difícil era regresar a mi habitación sin que alguien me dé una paliza a mano dura; estaba acostumbrada a los golpes, conforme me los propinaban, cada día dolían menos.

Salí sin ser vista, había mucho ruido en el área de lavado, algún niño más, metido en líos; entonces corrí con todo lo que tenía de fuerzas, sin resbalar y sin detenerme hasta entrar a salvo a mi habitación. Cerré de un portazo lo cual fue un estúpido accidente y podría ocasionarme un lío más grande; me metí a la cama sin respirar e intenté nivelar mi nerviosismo y mis palpitaciones. Me cubrí el rostro con las cobijas y en un instante me dejé de mover; alguien abrió la puerta, quizá para cerciorarse de que no estaba haciendo alguna estupidez o algo sin sentido; apreté los ojos y tomé el queso con todas mis fuerzas debajo de la almohada, tanto que, sentí el líquido resbalar por mis dedos.

Los pasos de botas pesadas me hacían temblar; claro que tenía miedo, a nadie le gusta que lo golpeen a todas horas. Las pisadas se fueron disminuyendo conforme avanzaban a la puerta y cerraron; suspiré y hasta ese instante me di por seguro que no estaba respirando hasta que solté mi aliento con dolor; me incorporé en un salto y me dejé caer al suelo con un deslizamiento, comencé a romper el queso cerca del agujero de Yuli, enseguida escuché sus chillidos tan peculiares y la vi tomar el queso con sus patas y olerlo, sonreí sin querer, esa rata me hacía tan feliz que no quería seguir siendo yo, quizá parecerme a ella y que la gente me tema, que les dé repulsión y no me miren, que no se me acerquen y me dejen sola.

—Todos te juzgan por como luces o como hueles, nadie se toma el tiempo de conocerte o siquiera tratarte tal lo que eres, un ser vivo —Le dije tocando su pelaje áspero y pegajoso—. Quizá ese sea nuestro vinculo Yuli, ambas somos no deseadas y maltratadas solo por venir de un callejón sucio y con bacterias —Se frotó su hocico cuando terminó de comer.

Parecía que me daba las gracias de alguna forma, se marchó. Eso era lo que hacía, al parecer ella también se percataba del peligro y lo olía. Me metí de nuevo a la cama con cautela, mi respiración estaba más tranquila, pero de repente el dolor había vuelto, era una pereza tener que aguantar tanto dolor todo el tiempo y sin sanación... Camila decía que era un ángel, pero yo lo veía más como una maldición.

...

En la hora del almuerzo me sentaba sola en la mesa, ninguna niña siquiera me saludaba; escuchaba cuando cuchicheaban que yo era rara, que era grosera y olía mal. Todos olíamos mal aquí, no había duchas de todas formas. La comida era demasiado mala y muchas veces llegaba a quejarme, pero hoy no tenía las ganas de hacerlo.

Todos se fueron poco a poco y me quedé sola hasta que los guardias me corrieron a mi habitación. Guardé un trozo de papa para Yuli, pero cuando la despedacé esta no llegó. Me quedé debajo de la cama por horas, toda la madrugada; Yuli no respondía a mis llamados con sonidos en mi lengua; entré en pánico, quise meterme de inmediato al agujero, pero a pesar de ser tan delgaducha no cabía más que mi cabeza.

—Yuli —susurré, pero ni siquiera las demás ratas hicieron ruido. Yo reconocía a Yuli, su oreja estaba partida en dos.

Por la mañana supe que habían exterminado todo tipo de animal o roedor que se comía los alimentos dentro de la cocina. Un bulto de ratas estaba en el basurero; todas llenas de moscas. Las lágrimas cayeron con ira por mis doloridas mejillas, Yuli era la más grande gracias a la comida que yo le daba. Y pude verla de lejos, tiesa y maloliente. El dolor se impregnó en mí como silicón caliente, no podía dejar que la rabia me consumiera, pero así fue. Desde que Yuli murió juré no mostrarme amorosa con nadie, jamás. Definitivamente el cariño me hacía débil.

...

MELANIE

Lamí mis dedos llenos de miel; acababa de llegar de la merienda y antes de salir disparada del comedor logré robar un poco de miel entre mis dedos huesudos, ya que era un alimento deseado y, no quise perder la oportunidad cuando la tuve.

Estrujé mi mano sobre las cobijas tiesas de mi cama, di un suspiro al contemplar la media luna por la pequeña ventana sin cristal; tomé asiento al borde de mi cama, pude escuchar el rechinido de los resortes sueltos y el polvo que emanó del mismo. Clavé la vista a la puerta, cubriéndome con las cobijas hasta los hombros, cerré los ojos con fuerza pensando en lo que rondaba mi cabeza todas las noches: "Que esto fuese una pesadilla". Di vueltas sobre la cama, pero la almohada olía mal y el colchón me lastimaba por la antigüedad que poseía.




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