MELANIE
Extendí la mano con el fin de poder abrazar un poco a Beth, ya que, comenzaba a tener frío. No la sentí. Abrí los ojos en pequeñas pausas. El sol ya deslumbraba la ventana, el sonido de aves entró por mis oídos y una presión en el pecho me golpeó. Me senté de repente sobre la cama, como si sintiese alguna preocupación extraña.
No escuché voces abajo.
Las escaleras rechinaron cuando mi pobre peso cayó sobre los peldaños. Un par de miradas me observaron. Beth que se hacía un par de trenzas en su largo cabello, hizo una bomba con su goma de mascar. Perla me dio una sonrisa pequeña mientras leía un libro arrugado y sin color.
—Beth, baja los pies de la mesa —Le indiqué, al ver su mal pose.
—Esto está lejos de ser una mesa —contraatacó.
Con la luz entrando por todos los huecos del lugar, pude apreciar de mejor forma los objetos. La mesa tenía huecos, le faltaba una pata y parecía quemada. Los sofás estaban mugrientos y olorosos, la alfombrilla parecía tiesa y áspera; no había nada más que pedazos de madera tirados por doquier y una parrilla sin rejilla.
—¿En dónde se encuentran los chicos? —inquirí, cuando no vi a ninguno bajar.
—Fueron de pesca —avisó Perla, cambiando de página a su libro.
—Estos chicos se creen capaz de hacer todo, yo diría que empaquemos nuestras ganas de salir de este país, y regresemos a casa —afirmó Beth, mirándome en súplica; de pronto Perla también me miraba.
—Yo jamás he hablado con nadie, ni siquiera con chicas. Es la primera vez que lo hago, quiero que sepan que desde el inicio no quería venir —concluyó la pelirroja, ahora haciéndome sentir fatal.
Un silencio minucioso se manifestó en el lugar, nada más que el masticar de Beth se escuchaba. Debería hacer lo que ellas dicen, aprovechar que ellos no están aquí y huir, pero, el detalle era que no conocíamos este lugar como ellos. Las bestias, el río y el bosque lleno de misterios. No quería que muramos sin saber a qué podíamos llegar quedándonos aquí.
—Démosle una oportunidad, solo una. Una semana, únicamente una les pido —Junté las manos en rezo; ambas se miraron retraídas, y aceptaron.
—Prefiero morir aquí, que allá —expresó Beth, haciendo una segunda bomba de goma.
—No quiero irme sola, seguiré aquí con ustedes, vine con ustedes, me voy con ustedes —afirmó Perla, con una sonrisa de labios pegados.
Un nudo se instaló en mi estómago, no, definitivamente ya no quería estar acá, pero no me quería conformar con la vida de allá, quizá, podamos vivir aquí, y hacer una vida lejos de la ciudad.
Un estruendoso ruido nos hizo voltear ciscadas. Marcus y Antuan llegaban con un minucioso puñado de peces. El olor tan particular me hizo hacer muecas, sus ojos cristalinos me dieron nostalgia; quise vomitar.
—No son gran cosa, pero nos quitará el hambre —Sonrió Marcus, limpiando sus manos en sus pantaloncillos sucios.
Fijé mi vista al tobillo de Antuan, las mantas llenas de sangre seguían ahí, pero no podía ver más, a pesar de ello, lo vi dar un paso normal.
—¿Te duele? —señalé. Antuan que no me miró, negó, dándose la vuelta para entrar a la especie de cocina que había dentro de la cabaña.
Beth lo siguió con la mirada, mirándome después en confusión.
—Estará bien —contestó Marcus, disculpándolo, me recordó a mí misma, cuando disculpo a Beth.
Marcus entró a la cocina detrás de él.
—Quizá deberíamos ayudar —habló Perla, dejando su libro de lado.
—No, deja que lo hagan solos —respondió Beth, sacando su goma en un hilo, mientras lo enredaba en su dedo.
Pude verlos de espaldas mientras intentaban limpiar los pescados, me dio pena no ayudarlos y dejar que hicieran todo; pero era justo, deberían ganarse nuestra confianza.
Paso cerca de una hora y media, mi estómago rugía más fuerte que la molestia de Beth junto a mí. El olor que desprendía era bueno, pero también olía a quemado.
—No es lo mejor que hemos hecho, pero funciona —Marcus colocó cinco peces chamuscados sobre la mesilla, algunos parecían tener escamas todavía.
—Esto aún tiene escamas —señaló Perla, manoseando uno.
—Tengo hambre —Beth tomó uno, comenzó desmenuzando de a poco, para después metérselos a la boca—. Sabe mejor que lo que sirven en el trabajo.
Acto seguido todos seguimos los pasos de Beth e intenté masticar un poco por encima, pero esto era demasiado asqueroso. Le eché una sonrisa a Marcus, que me miraba para saber mi veredicto. Perla hizo un sonido nauseabundo.
—Lo siento, es muy malo —afirmó, saliendo de la cabaña para toser mejor.
Beth lo tomó:
—Yo sí tengo hambre —y prosiguió con el de Perla.
Marcus comió el suyo, Antuan también, ambos sin hacer gestos. Estaba decidida a dárselo a Beth, pero no quería herir los sentimientos de nadie, así que lo tragué, casi sin masticarlo ni saborearlo.
El silencio se adueñó de la estancia, Perla seguía tosiendo fuera y la incomodidad crecía de a poco.
—Necesitamos ir al trabajo y esas canoas no funcionan de nada —afirmó Beth, picoteando sus dientes para sacar el resto de alimento de ellos.
Marcus levantó el mentón un poco preocupado por tal situación. Todos sabíamos que el tener que cruzar el río nadando era una total pérdida de tiempo.
—Hay otro camino —mencionó, Antuan lo miró de reojo, como si no quisiese que lo haya dicho.
—Y nos hiciste meternos al agua... ¿cómo por qué? —entró Perla con las palabras en la boca, aunque era muy tierna, ahora parecía molesta.
—Solo queríamos ver si estaban dispuestas a pasar por ello y así, confiar en ustedes —respondió este, un poco avergonzado, pues los colores le subieron al rostro.
Compartimos miradas, ya molestas.
—¿Y el otro camino? —pregunté, incapaz de reclamar.
—Por detrás del arroyo, saldremos cerca de la mansión —argumentó Antuan, señalando con su dedo los árboles que se veían por la ventana.
—¡Cielos! —Beth se puso de pie—, ¿Estamos tan cerca de ese lugar?
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Editado: 18.08.2025