Siete fases de la muerte

LLANTO Y MIEDO

MELANIE

Hacía mucho frío, abrí los ojos en cuanto sentí la helada escarcha cubrir parte de mi cuerpo. Me senté de golpe, abrazando mi organismo por un instinto eminente. Un bosque blanco se visualizó en mi campo de visión, y un escalofrío me cubrió con fuerza. Un par de gritos entraron por mis tímpanos, me sobresalté con fuerza, comenzando a correr sin razón; el susto fue tanto que, me puse a llorar, al no saber qué es lo que ocurría. Chillé y una oleada de calor entró en mi sistema cuando escuché la voz de Beth:

—Melanie —dijo, pero no la veía—, Melanie —repitió y cerré los ojos con fuerza.

Cuando los volví abrir, me percaté que estaba atrapada en una especie de pesadilla, pues Beth estaba a mi lado, mirándome en pánico. Vi el lugar, estaba en la cabaña.

—Estabas llorando, me has asustado —mencionó con el ceño fruncido.

—Tuve un sueño extraño —confesé sin un poco de importancia, dude que le importase qué es lo que soñé.

Pasé saliva con un nudo en la garganta. En realidad, no era un sueño tenebroso, pero sin razón la sensación de estar en él, me daba demasiada nostalgia y miedo irracional.

—Levántate, debemos ir al trabajo —Fue su contestación, la cual no me extraño ni un poco. Ella no solía ser realmente interesada en los sentimientos de los demás.

Asentí, poniendo los pies sobre el suelo de madera que rechinó con mi diminuto peso.

—Muero de hambre, mi última comida fue ayer por la mañana —me dijo con diversión, aunque no la tenía. Su estómago hizo ruido.

—Quizá sirvan algo bueno hoy en el trabajo —comenté, pero sin realmente darle importancia al asunto, me sentía peor de lo que creía, ya que cuando me puse completamente de pie, me sentí mareada.

Cerré los ojos en pausas, tratando de nivelar la presión de alguna forma.

—Luces pálida, necesitas algo dulce —Me aseguró, tomando mi hombro con fuerza. Me estiró una goma de mascar que metí en mi boca de inmediato.

Comenzamos a descender, y no había nadie en la sala principal.

—Todos se han ido, al parecer ya vamos tarde —dije con media preocupación.

Beth me tomó de la mano y juntas salimos para poder ir al trabajo, y sin siquiera mojarnos un poco la cara.

Cuando tomé asiento en mi lugar, el bosque helado apareció de nuevo en mi mente. ¿Quién gritaba tan amargamente? Me pregunté. Un escalofrío me recorrió de nuevo solo de recordar el horror de aquel lamento.

Mi estómago gruñó está vez.

—¿Puedo ir al baño? —Grité cuando levanté mi mano.

Un guardia asintió y salí corriendo, con ganas de tirar la bilis; tosí dos veces y me mareé.

—Cuidado... —escuché al punto en que mi cuerpo se desplomó en el suelo...

Desperté envuelta en una sábana blanca que olía demasiado a cloro. Cuatro paredes blancas, olor a medicamento y un gotero llevando suero a mi vena. Parpadeé un par de veces tratando de nivelar la luz blanca que lastimaba mi vista; me intenté incorporar de a poco, sosteniendo las sabanas con fuerza. Había terminado en el hospital, no sabía cuánto tiempo llevaba aquí.

Cuando al fin pude sentarme bien, reposé un poco, abrí la tira adhesiva de mi brazo y saqué poco a poco la aguja, mordiendo mi lengua por el ardor que se sentía. Me coloqué de nuevo la cinta para no causar sangre regada. Quise escapar llena de pánico, no quería un interrogatorio. Corrí a abrir la puerta, para huir. Miré a todos lados, pero no había nadie, y decidí salir de ese lugar, el cual me conducía a un pasillo largo y blanco. Escuché ruidos que provenían de una habitación y decidí acercarme solo por curiosidad. Comencé abrir la puerta y había una enfermera inyectándole algo a una persona, el mismo hizo expresión de dolor. Me percaté que era un adulto, entonces me alejé anonadada. Seguí mi andar mientras mis pies descalzos hacían un poco de ruido. Llegué a una sala donde habían varias camillas, y en todas había ancianos agonizando; me dio un vuelco, y un temblor interior de miedo.

Retrocedí con lentitud y volví a la habitación, para cuando entré, había una mujer, cabello castaño, quizá mi doctora.

—¿En dónde estoy? —pregunté, ella fingió no escucharme, y me dio un papel, que decía: Melanie Adams, estable.

La miré de nueva cuenta, le hice una mueca de réplica, pero ella parecía no querer ni dirigirme una mirada.

—Se te ha bajado la presión, procura comer un poco más de lo que acostumbras, de preferencia en las mañanas —Me comentó, pero me era un poco tonta su petición, ya que los alimentos que nos proporcionaban no eran para poder saciarnos con calidad—. Se puede marchar señorita, un guardia le guiará a la salida —ordenó, aún sin mirarme. Un guardia me tomó del brazo de un jalón brusco me llevó por el mismo pasillo, pero esta vez muy a prisa, casi a arrastras.

Salimos en un lugar que jamás había visto, no era el sitio de carga, ni la mansión donde trabajaba, era un edificio enorme, como de trescientos o más metros de alto, jamás lo había visto; estaba segura que allí tenían a todos los adultos, y tenía que saber qué escondían. Me subieron a una camioneta negra y grande, con olor a cuero nuevo y caliente. Me llevaron a casa, ya que, había perdido el trabajo. El viaje fue casi de dos horas, y supe que estaba muy lejos.

Al llegar a casa, los guardias se cercioran de dejarme en cama, y dejar todo cerrado; pero pensé en todo lo que vi y que tenía que contárselo a los chicos. Tomé una mochila del armario de papá y empaqué algunas cosas, más ropa y la poca comida que me quedaba. De todas formas, ya habían pasado las horas laborales. Salí por detrás de la casa, me fui ocultando entre los matorrales, árboles y basura regada alrededor, hasta llegar al túnel y cruzar rápidamente.

Me comí una galleta mientras caminaba, a pesar del olor, tenía que hacerme sentí mejor de algún modo, ya que el mareo seguía ahí...

Entré con arrebato, y todos me miraron en un sobresalto.




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