ELIZABETH
La sangre escurriendo del podio me hizo tirar mis alimentos en el baño de damas. Jalé la cadena dando mi último escupitajo.
—Malditos —dije entre dientes mientras salía para poder enjuagar mi boca.
Saqué de mi sudadera una goma de mascar de menta fresca. Observé mi reflejo, mientras me hacía un moño con todo mi cabello; estaba ojerosa y cada día más flacucha. Un nudo me presionó con fuerza la garganta, y en vez de ponerme a llorar como tonta, masqué con más fuerza.
—Malditos hijos de puta —susurré, está vez dando un golpe seco sobre el lavabo.
Escupí mi goma con fuerza y metí una nueva a mi boca. Salí del baño, limpiando mis manos mojadas en mis pantalones. Frotando el dolor intenso en mis nudillos.
Vi a Marcus rondando el pasillo, y me di la vuelta para no toparlo de frente, pero en cuanto lo hice, este me siguió.
—¿Viste lo que acaba de suceder? —susurró en mi oído.
—No —mentí.
Marcus me tomó del brazo mirándome a los ojos, que por algún motivo me parecían encantadores con el ceño fruncido.
—Acaban de matar a un chico frente a todos —habló con mucha seriedad.
Hice una bomba que reventé a centímetros de su rostro.
—¿Y?
—Deja de hacerte la dura, Elizabeth, esto es serio. Han convocado unas entrevistas para mayores de dieciocho para hablar de los rumores de un grupo de escape.
Un vuelco me atacó, y sentí el sudor frío pasar por detrás de mi nuca.
—¿Debo decir algo exactamente? —inquirí, tratando de hacer un tono tranquilo.
—Tienen detectores de mentiras, por favor, no vayas a cometer ninguna estupidez —Está vez me habló muy de cerca; su cálido aliento choco con mi rostro y sentí un hormigueo en mis entrañas.
Me arranqué de su agarre con fuerza.
—Igual si ven que miento, me mataran —Puse los labios rectos, encogiéndome de hombros—, no moriré sin por lo menos atacar a alguien.
Marcus me miró con firmeza.
—Y deja de seguirme como loco pervertido —aclaré, poniendo los ojos en blanco.
Marcus sonrió, dando la vuelta, acercándose a mi oreja. Su aliento me pegó cerca del cuello y me puso los vellos de punto.
—Ni siquiera me pareces atractiva —susurró en mi oreja, y dio pasó firme.
Me giré indignada a su comentario.
—¡Soy muy guapa! —Le grité, pero no supe si me escuchó, porque ya iba muy lejos.
Me gané las miradas de todos los que estaban volviendo a sus labores, pero pronto, entraron los guardias a llevarnos, justo como Marcus lo dijo.
—Solo serán unas pocas preguntas, nadie debería temer nada —aclaró Hatway, levantando las manos como padre dando catedra.
Reventé otra bomba de goma, poniendo los ojos en blanco.
De pronto se me vino a la cabeza del por qué Marcus lo sabía, y por qué me vino advertir.
Los de dieciocho ya habían terminado; mis manos comenzaron a sudar cuando llamaron a las primeras chicas de mi grupo. Y yo me estaba mentalizando para no cometer una estupidez.
Miré a mis lados, no había ninguna ventana, y las escaleras estaban obstruidas por cerdos con uniforme.
—Denisse Lara —Llamaron a otra chica, y después seguía yo. La chica salió tan perturbada como todas las que entraron antes, y aunque quería parecer dura e intimidante, algo dentro de mí me estaba ahorcando.
—Elizabeth Simpson —dijeron, y todas me miraron de inmediato.
Nadie nunca fue mi amiga, ninguna si quiera. Pero todas me conocían por mi mal carácter.
Entré a la habitación, en cuanto levanté la mirada, cerraron la puerta tras de mí. La mujer médica, me miró como si me reconociera de toda la vida, pero yo nunca la había visto.
—Recuéstate —Me ordenó, señalándome la camilla reclinada. El aparato hacía un ruido horrible, y el lugar olía a alcohol. Me senté, justo en ese momento me abrochó todas esas cuerdas metálicas.
—Este aparato... —Señaló el aparato con líneas negras—, me indica los latidos de tu corazón, cada que capte un aceleramiento por parte tuyo, al darme una respuesta, te dará una pequeña descarga eléctrica ¿entiendes?
Hice una bomba, reventándola con ruido exagerado.
—Sep —murmuré.
Quitó todos los aparatos, y me tendió la mano.
—Te pesaré y mediré —señaló, jalándome del brazo para guiarme a la báscula.
—Ciento sesenta y ocho centímetros, cuarenta y seis kilos —Me dijo con el ceño fruncido.
Me jaló de nuevo para bajarme de la báscula y ayudarme a sentarme como si fuera lisiada.
—¿Ha comido bien, señorita Simpson? —preguntó, colocando de nuevo las cuerdas.
—He vomitado mucho últimamente, la comida aquí es un asco —resalté lo último.
La mujer no dijo nada, pero para mi sorpresa, asintió.
—Esto no te matará, solo será lo suficientemente doloroso para poder sacar tus verdades —cambió el tema.
—Aja.
—Comencemos —susurró, tomando un control y una libreta—, primera pregunta, ¿te es suficiente la comida y ropa que te administran?
—No —respondí en seco, mascando mi goma. La mujer tomó apuntes y examinó mis latidos.
—Segunda pregunta ¿te sientes feliz viviendo en este lugar? —Me miró con seriedad, quizá intentando hacerme sentir un poco mareada o temerosa.
—No —hablé de nuevo con sequedad.
La máquina parecía que ni siquiera estaba encendida.
—Tercer pregunta ¿te gustaría vivir en otro lugar? —preguntó, moviendo un par de botones sobre la máquina, y girando una especie de palanca.
—Sí —Me moví un poco—, ¿a quién no?
—Cuarta pregunta ¿alguna vez has pensada en formar un grupo de gente para huir?
Esa pregunta me trajo en sorpresa, y sentí una leve descarga inundar mi cuerpo por no contestar tan rápido. La mujer levantó una ceja.
—¿Quién no lo ha pensado? —dije y la descarga se detuvo; yo respiré con tranquilidad de nuevo.
Sus delgadas cejas se curvearon mientras seguía haciendo los apuntes en su libreta.
—Quinta pregunta ¿Nos podrías decir quiénes forman el grupo?
#681 en Ciencia ficción
#4341 en Otros
#551 en Aventura
virus letal, drama accion, romance accion aventura postapocalíptico
Editado: 18.08.2025