Siete fases de la muerte

SIETE FASES

MELANIE

La chica a mi lado no dejaba de menear de un lado a otro su pierna, rozando la mía en cada va y ve. No podía dejar de verla, ya me sentía mareada; todos tenían el mismo aspecto, incluso sé que yo lo tenía.

«¿Qué nos harían ahí dentro?»

Dos horas pasaron, vi el reloj cada que cambiaba la manecilla grande; el cuerpo me comenzaba a doler de estar en la misma posición; aparte la silla era demasiado dura. Estiré las piernas, haciendo que las chicas de mi lado me miren, haciéndome una pequeña sonrisa.

—Melanie Adams —Escuché que llamaron mi nombre, justo cuando una chica salía de la habitación, con el rostro blanco, como papel.

Tragué saliva con dificultad.

Di un pequeño salto, y con lentitud, entré por esa puerta cerrándola detrás de mí. Adentro todo también era gris, había una camilla, alrededor aparatos haciendo sonidos y reproduciendo líneas negras.

—Recuéstate —Me ordenó la mujer, sin mirarme.

La miré raro cuando comenzó a acomodar aparatos metálicos alrededor de mis pies, manos y cabeza. Mi corazón latió rápido.

—Este aparato... —Señaló el aparato con líneas negras—, me indica los latidos de tu corazón, cada que capte un aceleramiento por parte tuyo, al darme una respuesta, te dará una pequeña descarga eléctrica ¿entiendes?

Asentí, realmente sin entender nada. Quitó todos los aparatos, y me tendió la mano.

—Te pesaré y mediré —dijo, tomándome del brazo para guiarme a la báscula—, ¿has estado comiendo bien como te lo pedí? Señorita Adams —inquirió, mirándome de reojo.

—Sí, sí, eso creo —tartamudeé. Asintió, dándome lo que creí una sonrisa.

—Ciento sesenta y cinco centímetros, cuarenta y ocho kilos —Me dijo.

—¿Es poco? —pregunté.

Frunció la boca, ayudándome a bajar de la báscula.

—Te hace falta un poco de peso —añadió, aún con la mirada perdida en la misma.

Suspiré; todos aquí eran delgados por la falta de comida, me imaginé que a todos les decía lo mismo. Volvió a guiarme al aparato, esta vez, apretando con fuerza en donde amarraba mis pies y manos. Me tensé nerviosa.

—Esto no te matará, solo será lo suficientemente doloroso para poder sacar tus verdades —habló, la miré por encima de mi hombro.

—¿Y si digo la verdad? —inquirí, con temor en la voz.

—No te hará nada —Se encogió de hombros. Mis manos comenzaron a sudar bajo mi palma, sabía que los latidos de mi corazón me delatarían, pero no podía controlarlos.

Frotó sus manos y se sentó bien en su banco, miró el aparato y movió un par de botones. Pude escuchar mi corazón latir a través de esa máquina.

—Comencemos —alardeó—, primera pregunta, ¿te es suficiente la comida y ropa que te administran?

La miré a los ojos, miré el aparato; definitivamente no quería electricidad en mi cuerpo.

—No —respondí, y era cierto, realmente no me era suficiente la comida, la ropa era otra cosa muy diferente.

La mujer tomó apuntes. Viendo cada uno de las líneas que indicaban mis latidos del corazón e incluso mis movimientos cerebrales.

—Segunda pregunta ¿te sientes feliz viviendo en este lugar? —Me miró a través de sus gafas transparentes, por un instante, me sentí intimidada.

Me removí un poco en mi asiento, solo un poco, ya que, los metales no me dejaban moverme con libertad.

—No —aclaré mi garganta, ella volvió a sus apuntes—. No en realidad.

La máquina no hacía ni un sonido, realmente me daban miedo las descargas eléctricas.

—Tercer pregunta ¿te gustaría vivir en otro lugar? —preguntó, moviendo un par de botones sobre la máquina.

—Sí —dije, en seco.

Ella asintió, con seriedad en su mirada. Al parecer no parecía muy alarmada con mis respuestas; yo solo estaba siendo honesta.

—Cuarta pregunta ¿alguna vez has pensada en formar un grupo de gente para huir?

Mi nerviosismo se vio reflejado en la máquina, mi corazón se aceleró en un minuto, todos mis sentidos se vieron dañados. Una voz de alerta apareció en mi cabeza, no podía mentir, eso de todas formas me delataría.

—No... —gruñí, sintiendo la descarga atravesar mi cuerpo—... no... Realmente —Respiré con dificultad, la descarga se detuvo.

—Hable con la verdad, señorita Adams —exigió la mujer.

Asentí en pausas.

—Quinta pregunta ¿nos podrías decir quiénes forman el grupo? —Abrí los ojos como platos.

Intenté levantarme. Pero ella me miró en una forma diferente, quizá sabía que sí, que estaba formando un grupo, y yo había hecho eso.

—¿Qué? —pregunté, nerviosa.

Una pequeña descarga salió, me mordí la lengua y me retorcí sobre la camilla. Los latidos de mi corazón estaban acelerados, al igual que las reacciones cerebrales. Una capa de sudor se formó en mi frente, con fervor.

—Debe decirnos todo —comenzó, pero la descarga se detuvo y ella comenzó a quitar los fierros de mi cuerpo. Sentí un alivio cuando todo volvió a la normalidad.

La mujer se apartó, y comenzó a acomodar todo para la siguiente sesión, me miró de reojo varias veces y yo..., yo me sentía nerviosa, esperaba el momento en que un puñado de guardias entre por mí o me saquen a palos del trabajo.

—¿Qué ocurre? —examiné con un temblor en los labios, aun provocando una sensación extraña en mi cuerpo, por culpa de las descargas.

Me senté mejor. La mujer se me acercó con rapidez y me abrazó con fuerza, un vuelco se apoderó de mí, y mi primer reflejo fue empujarla hacia atrás.

—¿Qué te pasa? —pregunté, comenzando a creer que la mujer estaba loca.

Frunció el ceño, pude ver melancolía en sus ojos.

—¿Te has olvidado de mí? —indagó, con un hilo de voz lleno de tristeza.

Arrugué el entrecejo, mirando con detención los ojos de aquella mujer. La sensación de soledad se instaló en mí, como aquella vez que se fue sin decirme que todo estaría bien o simplemente darme una mirada. Mi mente se hizo un reproche cuando mi corazón sintió la agonía de volver abrazarla, y decirle que nunca dejé de pensar en ella a pesar de todo, a pesar de que nunca estuvo para mí cuando más la necesitaba.




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