Siete fases de la muerte

SOSPECHOSOS

MELANIE

Las suaves sábanas en donde estaba recostada, resultaron como seda para mi piel, pero ese gusto desapareció cuando sentí un pequeño dolor que recorrió mi espalda, cuando intenté moverme. Mostré los dientes con dolor. Me toqué el pecho; estaba vendada del pecho a la cadera.

Me intenté incorporar de a poco, tratando de ser delicada conmigo misma. Mi uniforme había desaparecido y llevaba otro tipo de ropa, una más cómoda; mis piernas temblaban por la tensión acumulada en el cuerpo, era como si la sensación del látigo siguiese en mi piel, ardiendo como el fuego.

Abrí la puerta despacio, ni siquiera me detuve a inspeccionar la habitación, vi por el pasillo y fruncí el ceño, justo al lado estaban las habitaciones que limpiaba en la hora del trabajo.

Exactamente parecía ser esa hora y supe que no dormí demasiado cómo mi cuerpo me lo pedía. Hice escalera abajo sin zapatos y despacio, todos estaban en movimiento y era como si no se percataran de mi presencia.

En la cocina pude ver a James, barriendo el suelo de azulejo. Le hice un sonido leve con mis labios para que me mirará, cuando volteó, tiró la escobilla casi corriendo a donde yo estaba; me abrazó en un impulso rápido y gruñí, este me soltó casi de golpe; levantó sus cejas marrones y frunció el ceño.

—¿Estás bien? —inquirió en un susurro atropellado, asentí sin importancia, pero su seriedad no me convencía, ya que ahora me miraba las ropas—. ¿Qué te hicieron? —hizo un tono tenso y cargado de ira, pero yo no tenía tiempo de esto.

—No quiero hablar de ello, —respondí cabizbaja, él se tiró de nuevo en mis brazos, en un toque de plumilla—. Bueno, tengo que irme o nos atraparán —dije, soltando sus brazos de mis hombros, este se removió dolido, y se retiró asintiendo.

Vagué un poco, encontrando a la mujer encargada de los puestos de trabajo, casi corrí para alcanzarla. Esta me miró extrañada, pero gracias al cielo no dijo nada.

—La habitación junto a las que tengo que limpiar, ¿vive alguien en particular o solo es de repuesto? —pregunté, rezando para que me diga un poco de verdad.

Ella seguía mirándome disgustada, a juzgar por su apariencia no tenía ganas de nada, parecía muy infeliz, solo por la forma en que fruncía el rostro y estaba parada.

—El hijo del señor Hatway —respondió sin más, se marchó como siempre lo hacía. Aun dejando la duda en mi cabeza.

No tenía la mínima idea de que ese hombre tuviese un heredero, no sabía siquiera alguien pudo quererlo o aceptar tener hijos de él. Caminé al área del trabajo de Marcus, en donde limpiaba un trofeo de bingo, con tanta cautela que sonreía mientras lo hacía.

—Hola —saludé detrás, haciendo que mueva las manos, y casi tirase el trofeo.

Se giró más asustado que sorprendido, después me sonrió al percatarse que fui yo.

—Vaya, estás entera, que bien —dijo con tranquilidad, como si no hubiese pasado nada.

Asentí mirando mis pies descalzos.

—¿Sabes?, desperté en una habitación muy rara, en donde según me dijeron que era del hijo de Hatway —solté, este selló los labios, asintiendo con exageración.

—¿Y eso me involucra por qué...?

Puse los ojos en blanco, Marcus no era un buen mentiroso, sus manos se movían sin control y su mirada viajaban de allá para acá sin calma, algo sabía, él sabía quién era. No era común que un chico como él tenga tanto en una cabaña vieja y abandonada.

—Sabes quién es —Le acusé, señalándole con el dedo. Sonó el cambio de estancia, todos se movieron, Marcus se quedó callado y se marchó dejándome completamente estupefacta, mientras los demás me veían mal.

Di un bufido leve, hice paso para ir por mis zapatos y volver a casa pronto. Pero cuando subí, la habitación en donde desperté, ya estaba sellada; di un golpecito, de lo más liviano; y me senté en el suelo, con todo el dolor del mundo.

—¿Qué haces ahí sentada? —preguntó una dulce voz.

Me removí para mirar a la niña que estaba frente a mí, llevaba el oso que veía cuando limpiaba su habitación, claro que era su habitación. Sus ojos color miel se posaron en mí, y escuché que tarareaba una melodía mientras esperaba paciente a mi respuesta.

—Bueno, olvidé mis zapatos dentro de esta habitación —Señalé la habitación con cuatro dedos sobre la madera—, y han cerrado —Fingí tristeza, ella soltó una risotada dulce, y miró mis pies sucios. Me tomó de la mano como si nada.

—Yo tengo cientos, puedo prestarte unos —propuso, pero su pie era diminuto al lado del mío, seguro no me quedarían, pero no perdía nada aceptando su propuesta.

Abrió su habitación y despidió olor a goma de mascar de tuti fruti. Me moví más lento por el dolor y esperé a que ella abriese su armario; sacó una bolsa de plástico, color negro, en donde comúnmente iba la basura. Me acerqué a echar un vistazo.

—Eran de mi mami, pero creo que jamás volverá, y no quiero que se hagan feos —Sonrió, tendiéndome la bolsa entera.

—Gracias...

Saqué un par de cómodos zapatos negros, la mayoría eran tacones; parecía que estaban un poco grandes para mí, pero ayudaban sin duda. Amarré las correas y dejé que la pequeña eche un vistazo.

—Llévate los que quieras, te quedan bonitos —ofreció risueña, sacando zapatos de piso de la bolsa negra.

—Dios, no, me descubrirán sacando cosas de la mansión —Negué de prisa, su ceño se hizo triste de inmediato, haciendo que se me estrujará el corazón.

Pero definitivamente no quería más latigazos, jamás.

—Soy Sophia —Extendió la mano, olvidando por completo los zapatos—, ¿cuál es tu nombre? —examinó mi rostro.

—Soy Melanie, pero puedes decirme Mel —Ella sonrió con luces en el rostro, casi abrazándome con ánimo.

—Mamá llevaba ese nombre, pero ella era más linda que tú —soltó, y me reí asintiendo.

—¿Eres hija de Hatway? —inquirí de prisa, sin perder la oportunidad de que ella me diga algo.

Asintió pestañeando.

Era sorprendente lo opuesta que era al padre y, a decir verdad, no tenía ni un rasgo de él en el rostro. Guardó los zapatos en el sitio en donde los tomó, y se sentó a mi lado de golpe, haciendo viento con su vestido de flores amarillas. Se movió el cabello hacia atrás, iba completamente despeinada.




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