Siete fases de la muerte

LUNA AMARILLA

MELANIE

Me coloqué los zapatos que la chiquilla me obsequió ayer, y bajé despacio, era sorprendente como el dolor casi estaba extinto en mi cuerpo.

—Ya es tarde —avisó Marcus, justo al principio de los escalones, aún faltaban en bajar Beth y Katherine.

Me senté en el sofá a abrochar las correas de mis zapatos. Antuan miró los zapatos dos segundos y después, caminó lejos con un poco de molestia presente, lo pude percibir.

El dolor de mi cuerpo había desvanecido casi por completo, a tal grado que se me hacía completamente sorprendente. Las cicatrices eran rosadas y gordas, definitivamente nefastas. Pero raro que de un día a otro esto haya cicatrizado.

Marcus corrió puesta abajo con Beth de la mano, parecían infantes. Pero era muy agradable verlos felices a pesar de todo lo que ocurría hoy en día. El lodo no estaba tan espeso como en otras ocasiones, pudimos caminar libres hasta el río.

—Todos creerán que has muerto —musitó James a mi lado, nivelando mi paso con agitación en su voz.

Me encogí en hombros, realmente no tenía interés en qué piensen que me ocurrió, en realidad era poca cosa comparado con lo que les pasaba a las prostitutas, o los chicos que asesinan sin piedad.

Atravesamos el túnel a tiempo, los autobuses hicieron su trabajo y en cuanto pisé la estación de mercancía las miradas estaban en mí, buscando quizá, un rastro de algo incoherente en mi cuerpo o rostro. Lo extraño es que en realidad viéndome en un punto dado, no había ni un rastro de daño en mí. Claro, visible.

Tenía un dolor de cabeza terrible, me recorría desde la sien hasta el cráneo. Tomé la decisión de quedarme en mi estancia de trabajo en la hora del almuerzo, de todas formas, mi apetito estaba por los suelos. Me recargué sobre la pared, mirando el cielo desde la gran ventana llena de barrotes negros; me recargué en mis manos huesudas y di un suspiro demasiado audible. Cuando más necesitaba gente a mi alrededor es cuando menos la quería, estaba metida en un hoyo de dolor, y miedo, con el único pensamiento de la muerte en todos nosotros. Siendo sincera ni siquiera confiaba en mi madre.

Di zancadas de regreso a mi casa, un agujero se instaló en mí. Últimamente me sentía un poco sola o deprimida, por causas hilarantes. Pero pronto me daba por percatado que solo eran mis nervios, mi madre estaba viva, habíamos comenzado una pequeña familia dentro de la cabaña, y Beth estaba más contenta que nunca.

Mi cerebro me cambiaba el panorama muy rápido.

Después de quitarme el abrigo viejo y dar un bocado de una barra de trigo, me recosté por unos instantes en el sofá...

"Estaba de pie, olía a humo y cenizas; un estruendo me sobresaltó al punto de dar dos pasos detrás, miré a mí alrededor: era una ciudad, una ciudad completamente en ruinas. Lamentos se hicieron presentes, como si alguien estuviese sufriendo seriamente. Había escombros, olor a fétido y un sinfín de ceniza cayendo a causa de todo lo que estaba incendiado. Mis manos comenzaron a temblar, y tiré la bilis cuando una réplica sacudió mi cuerpo haciendo que cayese al suelo en un gran impacto sobre mi cabeza"..., desperté acelerada, la realidad me golpeó de repente y sentí que me faltó el aire; me toqué la cabeza y miré el reloj de la sala.

—Santo cielo —murmuré levantando de un salto, se me había ido el tiempo demasiado de prisa y yo, ya iba demasiado tarde al segundo turno.

Salí corriendo tan rápido como mis pies me lo permitieron, Dios, no podría estar pasándome esto a mí. Giré en la calle principal, aquella que daba de frente en la mansión. Di una bocanada cuando mis pies tocaron el césped de la mansión, gracias a mi velocidad de ardilla, pude llegar por lo menos con quince minutos de retraso.

La frescura del lugar inundó mi cuerpo y caminé recta mientras me dirigía a mi sitio, pasando como si no hubiese corrido por todas las calles principales. Subí los escalones de dos en dos, tratando de llegar cuanto antes a las habitaciones que nunca necesitaban mantenimiento. La puerta de la que salí aquella vez, estaba de par en par, lo primero que se me vino a la mente fueron mis zapatos, después saber sobre el hijo del señor Hatway. Entré dando pequeños pasos, fijándome en todo momento de que nadie me viese husmear.

Cerré la puerta tras de mí, primero buscando bajo la cama mis tan amados zapatos viejos. Moví objetos como herramientas y sogas, los zapatos no estaban, pero sí una hoja blanca hecha bola, metí mi mano y la tomé entre mis dedos. Primero la olí y después la observé, parecía tener más de unos cuantos años, estaba demasiado maltratado y parecía que alguien la arrojó hecha una bola adrede; la comencé a desplegar y pude ver un manuscrito casi impecable:

"Querido hijo, sé que muy pronto partiré de este mundo, y quiero que cuides a tu pequeña hermana de todo lo que ha pasado alrededor, y hagas todo lo posible para cambiar este infierno en donde la gente que amamos lo sufre a diario. Tu padre está enfermo de poder y, yo no logré controlarlo, pero sé que tú podrás enfrentarlo, ya que eres muy valiente y fuerte. Tienes que salvar a este lugar, confio en ti y tú fuerza, algún día nos volveremos a ver, pero por ahora, esa es tu tarea".

"Tu madre, que te ama."

"Melanie Smith."

Quede atónita al leer el apellido, Smith, Marcus Smith. Metí el papel en mi bolsillo tal y como estaba antes de leerlo, tenía que hablar de inmediato con Marcus y aclarar ciertas dudas sobre su identidad secreta, no muy secreta. No hice nada de lo que se supone debía haber hecho, estaba completamente estupefacta, y temerosa de lo que pudiese venir después, no quería pensar en una trampa o algo peor.

Caminé por los pequeños prados llenos de hierba seca, intentando escabullirme lo mejor que pude, para que no sea vista. Estaba impaciente por una charla con Marcus, y el porqué de todo lo que había leído en la carta, y su sobresaliente cabaña.




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