MELANIE
Por la mañana Marcus seguía fuera de la habitación; pero Beth seguía cerrada ante la idea de que podría dañarlo. No había escuchado mis razones, y por supuesto no escucharía las de nadie más, así era ella.
—¿Has dormido en el suelo? —Le pregunté a Marcus, cuando levantó la cabeza para verme.
—Solo dile que quiero hablar con ella.
—Lo intenté, Marcus, pero Beth es tan difícil, que incluso a mí, después de años, me cuesta bastante que entre en razón.
Marcus pasó su mano entre sus cabellos medio rizados. Y pude ver la fuerza de voluntad que tenía, muchos ya la hubiesen dejado, pero él seguía insistente.
Lo dejé ahí, para que pudiera hablar con Beth a través de la puerta. Cuando bajé las escaleras Irina estaba en la entrada, con Antuan.
—Él la quiere en serio, y ahora arruinaste todo —Le dijo Antuan reprochando, y pude ver la mueca de Irina—, no debías decírselo así, por tus celos.
¿Celos?
—Que va, Antuan, no son celos —mofó, colocando sus manos cruzadas.
James se pasó frente a ellos, mirándolos raro, y caminó a las escaleras.
—¿No te parece todo muy raro? —Me preguntó cuándo me pilló escuchando.
Asentí.
—Definitivamente.
—La chica del bosque llegó desde antes del amanecer, y lleva horas discutiendo con Antuan acerca de lo que pasó con Beth —explicó—, escuché mientras le echaba en cara muchas cosas, acerca de ella, y su hermana.
Miré Antuan, que ahora mismo ya se había percatado de que yo estaba cerca.
—Su hermana —susurré, mirando a James—, ¿y en dónde está la hermana?
James se encogió en hombros.
—Creo que ese es el punto, Antuan tiene algo que ver con la desaparición de su hermana, o algo así.
James bostezó, y estiró los brazos.
—Iré a dormir —Me comunicó—, iré a darle los buenos días a mi hermana —sonrió, y le correspondí, viendo cómo subía.
Bajé hasta el último peldaño, y me senté ahí, esperando que Irina dejara de discutir. Y ahora ya no los podía escuchar, porque se habían alejado de la entrada.
Vi bajar a Katherine que llevaba de la mano a Sophia.
—Buenos días, Melanie —comunicó Katherine, sonriéndome.
—Hola —Saludé.
La pequeña seguía restregando sus ojos.
—James ya subió a dormir, pero Antuan no —habló, parándose frente a mí—, ¿sabes dónde está?
Miré fuera de la cabaña; pude verlo parado a lado de un árbol, Irina ya no estaba, pero él parecía molesto.
—Estaba fuera, no debe tardar en entrar —respondí.
—Quiero panqueques —murmuró Sophia, con la voz ronca. Katherine y yo compartimos miradas; no sabíamos en qué momento le explotaría la cabeza a Antuan por esta situación. Todos sabíamos que llevarnos a una niña era demasiado peligroso, pero era cierto, él quería por fin, sacar a su hermana de aquí.
—Ven linda, veamos qué hay para desayunar —Katherine se llevó a la chiquilla, y yo aproveché para salir con Antuan.
El clima era frio por la lluvia de ayer, pero el sol ya brillaba con fuerza, y se sentía cálidamente.
—¿Todo bien? —inquirí cuando estuve cerca de él. Levantó la mirada, y noté el cansancio en sus ojos.
—Ve a descansar —animé—, Katherine y yo nos haremos cargo de Sophia.
Miró dentro de la cabaña, después a mí.
—Ven, quisiera mostrarte algo —dijo, señalando la lejanía del bosque.
Me extendió su mano, y aunque no quería dejar el lio de la cabaña; Beth y Marcus, y la pequeña Sophia. Le tomé la mano, y me llevó dentro del bosque, caminando entre lo que dejó la lluvia.
—Conozco este bosque como la palma de mi mano —anunció, dándome una ligera sonrisa.
Tenía dudas rondando mi cabeza, y quería deshacerlas ahora, pero Antuan estaba muy presionado.
Antuan seguía sosteniendo mi mano cuando llegamos al otro lado del bosque. El sonido de aves me inundó los oídos; una cascada se veía a lo lejos; y una pequeña choza de piedra a un lado, con una ventana que sí tenía cristal. De inmediato creí que alguien vivía ahí.
—Hace muchos años la hallé, y me dio mucha emoción al darme cuenta que había un piano dentro —Me indicó, abriendo la choza, que efectivamente tenía un piano deteriorado, mantas llenas de polvo en el suelo, una pequeña chimenea negra por el hollín, y un par de sillas.
Acercó una de las sillas al piano, sopló las teclas y pasó su mano sobre el polvo que lo cubría. Se sentó, y lo observé, cerró los ojos y pude apreciar lo bien que movía sus dedos sobre las teclas. El sonido se apoderó del ambiente, y vi una sonrisa desplegarse de sus labios. Antuan disfrutaba emanar sonidos hermosos con sus dedos, presionando las teclas.
—Esto era lo que me solía tranquilizar... —murmuró, deteniendo el sonido, y pronto, al ver sus manos, un recuerdo se extendió de mi memoria.
—Tú eras el niño —alardeé con emoción, señalándolo—, el chico que tocaba en el orfanato.
Antuan levantó una ceja en sorpresa.
—¿Me escuchabas tocar? —preguntó, con una leve emoción en su tono de voz.
—Todos los días, sin falta.
Yo estaba recargada en la parte trasera del piano, y las teclas sonaron chirriantes cuando él se recargó en ellas para nivelar nuestros rostros. Pasé en seco, cuando su aliento golpeó mi rostro. La supuesta conexión se sintió como una sensación de calor subiendo por todo mi cuerpo; y sentí la necesidad de salir corriendo del lugar.
Antuan miró mis labios, y después me encaró.
—¿Ahora puedes decir que no la sientes? —preguntó, su voz se volvió más ronca, y pude ver que el color canela de sus ojos se pintó casi rojizo cuando hizo la pregunta de nuevo.
Me quedé callada, y me retiré un poco.
—D-deberíamos volver —tartamudeé, dándome la vuelta.
La mano de Antuan me tomó la muñeca, y me hizo girar, para mirarlo. Se movió para poder ponerse frente a mí, dejándome trancada entre el piano y su cuerpo.
—Estoy enamorado de ti, Melanie —susurró, tomando mi mejilla con su mano libre.
Ambas manos se posaron en mi cadera y de un movimiento me sentó sobre el piano; quedamos perfectamente a la altura, y esta vez no pude resistirme.
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Editado: 18.08.2025