Siete Letras

1

Apenas me dijo su nombre supe que la amaba, pues ése era el nombre que tantas veces había oído en mis sueños, el cual tanto me perseguía a diario y que quería mencionar cada mañana al despertar. Con una maravillosa letra empezaba mi alegría; aquella mágica letra daría a mi vida un color totalmente único y especial.

Tomé su mano con la mía temblorosa y la besé lleno de nervios, tanto sus mejillas como las mías ruborizaron, nuestros ojos conectaron la primera mirada llena de química pura, mi corazón latía como loco y mi respiración era acelerada y nerviosa; fue un momento perfecto a pesar de lo turbio que se mostraba. No pude dejar de ver, ni por un instante, sus bellos ojos posados encima de sus pecosos y delicados pómulos; su pícara mirada brillaba con una luz de inocencia única y hacía que la mía bailara de lado a lado volviendo siempre a sus ojos, los cuales, anticipándose a la llegada de mi mirada, se instalaban fijos en mí y me hacían sonrojar poco a poco. El vaivén de aquellas miradas inquietas parecía un juego de niños, juego que no quería que acabara y que finalizó del mejor modo posible: la detención de los ojos de cada uno posados sobre los ojos del otro. Estuvimos estáticos mirándonos un buen rato. De un momento a otro, vi cómo cerró sus ojos y puso sus preciosos labios en disposición para besarme, en ése momento no supe qué hacer; las manos me sudaban, mis piernas se mostraban temblorosas y sentí mil escalofríos pasando sobre mi espalda como una estampida de rinocerontes. Aún no sé qué fue lo que me obligó a reaccionar y en realidad no quiero saberlo; la tomé por sus mejillas y le di un beso en su frente. Al notar mi parca y torpe reacción se paró y sin decir nada se fue, dejando en el aire que yo respiraba su exquisito aroma.

No dejé de pensarla lo que restó de aquella tarde, no paraba de recordar en la noche lo torpe que había sido horas atrás, y mucho menos dejaba de imaginar el sabor que podrían tener sus labios. Pensé también mil maneras inútiles de volver a tener la oportunidad que tontamente había dejado escapar y que seguramente no se repetiría. En mi mente permanecía su exquisito nombre, su color único, el olor que emanaba de cada una de las letras que lo componía y el melodioso sonido que emitía al ser pronunciado; dije en voz baja su nombre un sin número de veces antes de quedarme dormido… M”.



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En el texto hay: soledad, primer amor, decepciones amorosas

Editado: 21.03.2019

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