Siete Letras

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Pese a que no había dormido nada la noche anterior pensando en ella, en su tez, en el color de sus ojos, en cada una de las pequitas de sus pómulos y en el poema maravilloso que para mí representaba su nombre, faltando una hora para encontrarme con ella me venció el sueño y quedé tendido en el comedor de mi casa casi inconsciente. Soñé con ella, nos veía en la orilla de un hermoso lago en el cual se reflejaba la luz del sol, se oía el canto hermoso de las avecillas y la paz inundaba aquel lugar; enseguida, vi su rostro triste, sin aquel brillo único en sus ojos y supe que algo andaba mal. Desperté alterado y algo confundido, miré el reloj colgado en una de las paredes y salí corriendo a su encuentro; llegué una hora más tarde de lo acordado y, sin embargo, allí estaba ella con su mirada fija en el horizonte; me acerqué lentamente a donde reposaba su belleza, y una vez estuve sentado a su lado se puso de rodillas, me dio un tierno beso en la mejilla, se paró y se fue. Decidí no ir en su búsqueda, después de todo tenía razón de estar molesta; preferí quedarme contemplando la inmensidad del horizonte, el hermoso color aguamarina mezclándose con el amarillo y el rojo en la extensión del cielo y su infinita belleza. Su nombre estaba presente en cada color que pude ver ése día, pero más que nada en su color favorito; ése día su nombre se tornaba color aguamarina… “I”.



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En el texto hay: soledad, primer amor, decepciones amorosas

Editado: 21.03.2019

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