—¡Hay va! ¡Es enorme!—Madeline se exaltó con emoción al contemplar el Spa del hotel. Una verdadera maravilla y un sueño de ricos con aroma a lavanda y eucalipto. El lugar más lujoso y relajante que podrían pedir tres chicas cansadas de un largo viaje.
Riley, con su habitual sarcasmo, observó el spa vacío—¿Nos tendremos que automasajear?—preguntó alzando una ceja, mientras recorría el lugar con la mirada.
—¡Vamos Ril!—dijo Karen una sonrisa—Te daré un súper masaje para que te olvides de esa cara de pocos amigos—Karen levantó las mejillas de Riley, intentando dibujar una sonrisa en su rostro. Una sonrisa tan falsa como los sentimientos de Darcy por Madeline, pensó la pelirroja con amargura.
El vapor del spa envolvía a las chicas mientras se desvestían, dejando sus ropas en un banco de madera pulida. Madeline, con una toalla blanca abrazando su cuerpo, se sumergió en la piscina llena de pétalos de rosas. El aroma dulce y floral la envolvió al instante, mientras el agua caliente acariciaba su piel. Karen y Riley se acomodaron en una camilla de masajes, con la suave luz de las velas creando un ambiente cálido y relajante.
—¡Muy bien, vamos allá!—exclamó Karen con entusiasmo, tronando sus dedos con brusquedad. Riley se encogió ligeramente, fingiendo miedo—Un gorila, qué miedo—dijo con sarcasmo, una mueca juguetona bailando en sus labios.
—Te dejaré como nueva—respondió Karen con una sonrisa, tomando un poco de aceite para masajes en sus manos. Con delicadeza, retiró la toalla que cubría el torzo de Riley.
—Karen se detuvo con la mirada fija en la espalda de Riley—¿No sabía que tenías un tatuaje?—preguntó con curiosidad, ladeando la cabeza
—Riley abrió los ojos, sorprendida por la repentina interrupción—¿En serio? Me lo hice en primer año de prepa—respondió, mientras volvía a cerrar los ojos, disfrutando de las suaves caricias de su amiga.
—Son las fases de la luna... La verdad es que es hermoso—susurró la pelinegra, retomando los masajes con suavidad.
La puerta del spa se abrió de golpe, interrumpiendo la conversación. Luna entró con paso apresurado, empujando un carrito cargado de dulces y una tetera humeante—Perdón por la tardanza—se disculpó, con una sonrisa amable— Tenía mucho papeleo en la recepción. Les traje un aperitivo, espero que les guste.
Madeline emergió de la piscina, su piel radiante y su cabello húmedo cayendo en cascada sobre sus hombros—¡Qué oportuna!—exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—Moría de hambre—Tomó una de las toallas y se la enrolló en el cabello, mientras se acercaba al carrito con la emoción de una niña pequeña.
—Oye Karen, ¿quieres que te dé un masaje?—Luna dirigió su mirada a la chica, una sonrisa enigmática jugando en sus labios rojos.
La pelinegra tragó saliva, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda—Sí, gracias—respondió torpemente y se acostó en la camilla contigua a la de Riley.
La empleada de figura esbelta comenzó a trazar con sus dedos una figura en forma de estrella en la espalda de Karen. Cada roce, profundo y firme parecía penetrar en su memoria, despertando recuerdos que Karen había intentado enterrar.
La presión de los dedos de Luna se intensificó, haciendo que la piel de Karen se enrojeciera—¿No crees que estás usando mucha fuerza?—preguntó intentando que su voz no declarara su inquietud.
—No, para nada—respondió Luna con voz suave, inclinándose hacia el oído de Karen—Este es un masaje especial, ayuda a la circulación de la sangre. Dicen que es recomendable beber todos los viernes una copa de vino blanco—su aliento ardiente como un infierno acarició su oreja
Esas palabras hicieron que Keren se erizara completamente de pies a cabeza, de un movimiento rápido se levantó de la camilla excusándose de ir al baño. Necesitaba un momento a solas para pensar. Dentro del pequeño cuarto, cerró la puerta y se apolló contra el lavabo.
Por un instante, en el reflejo del espejo, la estrella dibujada por Luna en su espalda parecía cobrar vida propia. Un rojo intenso, similar a la sangre, comenzó a brotar desde el centro del dibujo, extendiéndose por las líneas como venas palpitantes. Karen se quedó paralizada, con la respiració entrecortada y los latidos descontrolados, mientras la imagen se volvía cada vez más vívida, más real. Fue solo un parpadeo, un espejismo fugaz, pero la visión la dejó tirada en el suelo con un fuerte dolor en el pecho
¿Era su mente jugándole una mala pasada?
El sonido del cuerpo de Karen golpeando el suelo resonó como un trueno en la silenciosa habitación. Riley, alertada por el golpe, corrió hacia la puerta del baño, aporreándola con fuerza. El débil cerrojo cedió después de un par de embestidas, revelando a Karen desplomada en el suelo, su cuerpo convulsionando violentamente.
Un grito de horror escapó de los labios de Riley. Sin perder un instante, se arrodilló junto a su amiga, sujetando su cuerpo con fuerza para evitar que se lastimase.—¡Luna!—gritó desesperada—¡Necesitamos ayuda!
Madeline ya había salido del spa, solo podía contar con la empleada.
Luna apareció en la puerta del baño, su rostro impasible, observando la escena con una calma inquietante. Con una fría eficiencia, instruyó a Riley sobre cómo administrar las pastillas que Karen llevaba consigo para controlar sus ataques.
Entre las dos, lograron calmar las convulsiones de Karen. Con sumo cuidado, la llevaron a su habitación, acostándola en la cama. Riley, aún temblorosa por la experiencia, se sentó junto a su amiga, observando su rostro pálido y su respiración irregular.
La presencia de Luna, en cambio, irradiaba una tranquilidad casi sobrenatural. Sus ojos eran oscuros y Riley no pudo evitar sentir una punzada de desconfianza. ¿Qué sabía Luna sobre los ataques de Karen? ¿Y por qué parecía tan poco sorprendida por lo sucedido?