Capítulo 2
— ¿Hola?… Stepan, ¿me oyes? ¿Todavía estás durmiendo o qué? — la voz de Anna sonó con una pizca de burla. — ¡Despiértate, son las seis de la mañana, ya es hora de ordeñar la vaca!… Sí, sí, ya entendí que hace rato que te levantaste. ¡No me gruñas! Escucha bien: acabo de encontrar a una mujer desconocida en el bosque, junto al viejo fresno. Está tirada en el suelo, pero parece viva. ¡Hay que llevarla urgente con Kolka*! ¡Ven rápido!
— Espere, Anna… ¿Qué Kolka? ¿Qué mujer? — la voz del vecino sonaba soñolienta, aunque, después de lo que ella dijo, ya tenía un matiz asustado. Seguramente había mentido al decir que estaba despierto desde hacía rato. — ¿Estaba recogiendo setas? ¿Tan temprano? ¡Vaya! Ni el sol se ha levantado y usted ya anda de pie.
— ¡No digas tonterías, Stepan! La mujer está inconsciente, no sé qué le pasa. Hay que llevarla al médico. No parece de aquí, está descalza y toda arañada. Anda, engancha tu caballo al carro y ven rápido. ¡Junto al fresno alto, ya sabes dónde!
— Pues mejor llame a la policía — intentó resistirse Stepan.
— ¡Ajá, la policía! Hoy es domingo, seguro que todos siguen durmiendo. Y harían lo mismo que yo ahora: llevar a la pobre chica a nuestro hospital del distrito… ese donde no hay camas libres y hasta ponen catres en los pasillos — exclamó Anna, de pronto con un tono mucho más duro. Por su voz, estaba claro que tenía cuentas pendientes con esa institución médica. — ¡Así que despiértate, vístete, engancha tu caballo y ven volando al bosque! ¡Y deprisa!
El caso es que, muchos años atrás, Anna había sido maestra de matemáticas en la aldea, y todos en la escuela le temían por lo estricta y poco tolerante que era con la mala conducta. Stepan había sido su alumno, y tal vez, al recordar el hábito escolar de obedecer a la maestra, respondió enseguida:
— Ya voy. En quince minutos estoy ahí.
Anna apretó el teléfono contra el pecho y volvió a inclinarse hacia la joven.
— Aguanta, niña — susurró con dulzura —. Stepan vendrá enseguida y te llevaremos con nuestro enfermero, Kolka. Él te revisará, y luego veremos qué hacer…
No pasó mucho antes de que llegaran los chirridos conocidos de las ruedas del carro y las intermitentes palabrotas de Stepan, que, aunque insultaba con fuerza a su caballo, lo quería a su manera y nunca lo golpeaba. El carro se detuvo junto a los arbustos, no muy lejos del alto fresno que le servía de referencia.
Del carro saltó un hombre corpulento con una chaqueta ligera sobre su camisa de cuadros.
— ¡Ay, por Dios…! ¡Ay, carajo, co… co… Córdoba!… Quise decir... ¡Ay, maldita sea, José a lomos del caballo! — exclamó Stepan al ver a la mujer tendida en el suelo junto a Anna. Quiso soltar una blasfemia por la sorpresa, pero la convirtió a toda prisa en algo que sonara como el nombre de una ciudad americana, y hasta en la mención del conocido José, para que Anna no le echara otra de sus charlas morales sobre que no se debe maldecir. Llevaba escuchándolas años y ya las tenía grabadas hasta en el hígado. — ¿Fue usted quien la encontró?
— ¿Y quién más? — murmuró Anna, pero esta vez no le regañó. No era momento para eso. — Ayúdame. Con cuidado. Acerca el carro lo más que puedas…
Entre los dos levantaron a la joven y la colocaron sobre el heno blando del carro, cubierto con una manta. Avanzaron despacio, pues el camino en el bosque estaba lleno de charcos profundos; hacía apenas dos días habían caído lluvias torrenciales. Buenísimas para las setas… pero fatales para un camino de tierra.
El pueblo aún dormía cuando llegaron al pequeño puesto de salud. El viejo edificio tenía las paredes pintadas de azul celeste y dos entradas: una conducía al consultorio y la otra, a la vivienda del enfermero Mykola, que vivía y trabajaba en el mismo lugar. Las desconchadas puertas vibraron cuando Stepan golpeó con el puño…
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*Kolka es el diminutivo y cariñoso del nombre ucraniano Mykola.