Capítulo 22
Inga se cansó de todas aquellas conversaciones en la mesa y, excusándose con un ligero dolor de cabeza, dijo que se iba a descansar. Esperaba que de esa manera pudiera escapar de aquella compañía reunida ahora alrededor de la mesa y, ya en su habitación, reflexionar con calma: pensar en lo que había escuchado ese día sobre sí misma y sobre los demás, analizar la información que había caído sobre ella como una lluvia abundante.
Al gato Burbo, que todo ese tiempo había estado sentado en su regazo, ronroneando suavemente, la muchacha lo llevaba en brazos, pues quiso llevárselo consigo. A su lado se sentía de alguna manera cómoda y tranquila. Tal vez, en verdad quería a aquel gordo, torpe y gracioso ronroneador, pero tan tierno y hogareño.
Ya cuando la joven comenzaba a subir las escaleras hacia el segundo piso, de pronto la llamó Gertruda. Resulta que ella también había salido del comedor.
—Quisiera hablar contigo, Inga —dijo Gertruda, cuando la muchacha se volvió hacia su voz.
A decir verdad, Inga no deseaba conversar con aquella mujer. Por alguna razón, no le agradaba. Hmm. ¿De veras era esa su mejor amiga?
—¿Sabes?, quizá dejemos nuestra charla para mañana —preguntó Inga, sin ocultar que en ese momento no tenía ganas de hablar ni de nada ni con nadie.
—No, no podemos dejarlo para mañana, porque mañana me voy a casa —explicó Gertruda, y acercándose más, bajó la voz y susurró—: Porque quiero hablar contigo sobre Yaroslav. Pero no aquí… Temo que en esta mansión hasta las paredes tengan oídos —la amiga miró a su alrededor y propuso—. ¡Vamos a tu habitación! ¡Ay! ¡Qué mal y qué inoportuno que hayas perdido la memoria! —se lamentaba Gertruda, casi arrastrando a Inga de la mano.
Cuando entraron en la habitación de Inga, Gertruda arrojó sobre la mesa un elegante clutch que hasta ese momento había sostenido en la mano, se sentó en un amplio y cómodo sillón y señaló con un gesto el otro, que estaba al lado, invitando a Inga a sentarse. Se comportaba como si ella misma fuese la dueña del lugar; al menos a Inga eso no le agradó demasiado.
—Siéntate, ahora mismo te lo cuento todo —dijo Gertruda, se sirvió un poco de vino que había sobre la mesita baja en una copa estrecha, bebió un sorbo y recién entonces continuó—: Quería advertirte, o mejor dicho, recordártelo. ¡Porque lo has olvidado todo! Ten cuidado con Yaroslav. ¡Él engaña! Ay, cómo me irrita ese mentiroso, no te lo puedes imaginar. ¿Recuerdas que me preguntaste qué hacer con él y con su extraña sinceridad? Y yo te dije que había que echarlo de inmediato. Inventó esa historia del matrimonio forzado contigo y finge ser honesto, ¡pero lo único que quiere es tu dinero! —Gertruda suspiró—. Dios mío, Inga, ¡a tu alrededor solo hay parásitos! ¿Cuándo aprenderás a ser decidida? Échalos a todos, cásate con Artem y vive tranquila. No soporto ver cómo eres tan blanda con esos buitres. ¡Y Esteban ya directamente se te ha subido al cuello y cuelga de tus pies! Te saca cientos de miles, que, por cierto, podrías gastar en algo útil. ¡Ya se ha hecho un nombre! Tiene dinero de la venta de sus cuadros. Y no son sumas pequeñas, por cierto. Pero no, sigue parasitándote. Que alquile un piso en la ciudad y que viva allí...
Editado: 13.09.2025