Sigilo del Velo

Prólogo – El cielo encadenado

El sueño empezó, como siempre, con silencio.

Pero no era ese silencio dulce de la nieve cayendo ni el sosiego tibio de una noche de cosecha tardía. No. Era ese silencio incómodo, quebradizo, como cuando alguien te hace una pregunta y tú respondes justo lo contrario de lo que debías.

Kael estaba de pie… sobre nada. Literalmente. A su alrededor se extendía un cielo hecho añicos, un mosaico torcido de índigos y violetas, como si alguien hubiera roto la noche con un martillo y luego intentado pegarla mal. Las estrellas titilaban en las grietas, palpitando como corazones tímidos.

Y arriba… cadenas.

Se cruzaban de horizonte a horizonte, enormes como robles, de hierro negro. No colgaban: tiraban. Cada eslabón vibraba con una tensión absurda, como si estuviera conteniendo algo gigantesco, algo que no tenía ganas de quedarse quieto.

Kael alzó la cabeza y entornó los ojos. Más allá de las cadenas, algo se movía. No podía mirarlo de frente—sus ojos resbalaban como gotas de agua en cristal aceitado—pero sentía su peso, aplastando los bordes del mundo. Una presencia inmensa, paciente… demasiado paciente.

«¿Otra vez aquí?», pensó. Aunque ya sabía que el sueño no respondía preguntas.

De reojo, una chispa apareció: un sigilo trazado en luz violeta, flotando en el aire. Era un círculo que no terminaba de ser círculo, con radios torcidos que hacían llorar a cualquier profesor de geometría. Palpitó una vez.

Y ese pulso encontró eco en su pecho.

Kael bajó la mirada. Bajo la camisa, a través de piel y hueso, brillaba el mismo patrón. Levantó la mano con cautela y la marca reaccionó, iluminándose como un bicho raro que acabara de despertarse.

Las cadenas gimieron. Una se estremeció, haciendo vibrar el cielo entero. Y, allá arriba, el peso oculto apretó más fuerte, como si por fin se hubiera fijado en él.

Entonces, una voz. No era sonido, ni palabra. Era significado, clavado en sus huesos.

Pronto.

La palabra lo atravesó como un rayo. No era promesa. No era amenaza. Era ambas, servidas en el mismo plato.

Kael retrocedió tambaleando sobre la nada, con el corazón desbocado.

—No —murmuró, aunque nadie podía oírlo—. A mí no. Quienquiera que busques… no soy yo.

El sigilo de su pecho lo desmintió de inmediato. Brilló con furia, más fuerte que todas las estrellas rotas.

Y entonces… despertó.



#1339 en Fantasía
#217 en Magia

En el texto hay: aventuras magia, humor y fantasía

Editado: 06.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.