Siglo del Amor

Cambios

—¿Huh? ¡¿Qué te importa eso?! ¡No estoy hablando contigo! —Louis rugió.

—Mencionaste… ese nombre.

Allí fue cuando el viejo pasó de enojado a serio.

—¿Sabes a lo que me estoy refiriendo?

—Sí, digo, no… ¡Rayos! Déjame hablar contigo un rato, es todo.

Tenía que sacar provecho del momento, podría ser la última oportunidad.

Louis esta vez me escuchó y guardó silencio mientras sus ojos no dejaban de apuntarme. Cuando estuvo satisfecho, habló.

—Siéntate.

—Seré lo más franco —expresé previo a sentarme. De la misma manera que el lunático hacía conmigo, lo miré fijamente. Había miedo, sin embargo, la determinación ganaba—. Mi esposa antes de morir mencionó tu nombre y Rey Impacto. Por esa razón es que estoy hablando contigo ahora.

—¿Tu esposa qué? —arrugó las cejas, confundido. Luego sonrió—. ¿No habrá sido alguna de mis amantes? Sabes, en mi mejor versión fui un Don Juan.

—¡¿Qué dijiste?!

La facilidad con la que el lunático podía sacarme de quicio era admirable.

—¿Otra vez esa pregunta? ¿Está en modo automático? —se rio de mí.

Respiré hondo, creo que si no lo hacía, todavía me quedarían ganas de golpearlo. Calmado, un poco, proseguí.

—Mi esposa se llamaba Lucía Heldon. Cabello negro, morena…

—¡¿Qué dijiste?!

Qué irónica situación. Me hubiese reído si el contexto hubiera sido diferente, pero la seriedad primaba.

—¿La conoces?

—¿Qué? No. Hablaba con Clark —contestó, como si lo que dijo fuera algo natural—. Continúa.

Con mi paciencia al tope de lo que podía controlar, respiré profundo por segunda vez y le conté cada palabra que Lucía mencionó.

—¿Seguro? El tipo no tiene cara de serlo. Mmm… Lo dudo, lo dudo.

Él murmuraba. Ya ni se me dio por preguntar, sabía que hablaba con su amigo imaginario.

Cuando se cansó de ignorarme, me habló y una sonrisa espeluznante salió de sus labios.

—Entonces hay alguien aparte de mí que sabe la verdad del mundo. Bueno, bienvenido al club.

—¿La verdad de qué?

—De que el mundo está siendo controlado por alienígenas. ¿No notas los cambios? Somos diferentes a nuestros antepasados.

Si vieran mi cara de confusión, sabrían lo feo que lo veía.

—¿En qué, según tú? La única diferencia es que somos mejores seres humanos.

—¡Bingo! —mi respuesta le encantó—. ¿Crees que ese cambio es gracias a nosotros mismos? No. El ser humano por naturaleza es cruel, por ende, ha de ser controlado, estamos siendo controlados. Tu esposa lo sabía más que nadie y el bautismo es la mejor forma para hacerte entrar en razón. Mañana, cuando el dolor de cabeza, mareo y fiebre se te vayan, sabrás de lo que te hablo.

—¡¿Y tú crees que voy a tragarme ese cuento?! ¡Demente!

Me puse de pie. Pensé que estaba mal de la cabeza por venir hasta aquí y hablar con él. «Qué pérdida de tiempo… y dinero».

—Grábate esta dirección —dijo, a centímetros de cruzar la puerta. Cuando ya me había ido, sonó un grito desde dentro de la habitación antes de una risa loca—. ¡Estaré esperándote!

—Sí, claro, como si voy a convertirme en un lunático —hablé en voz baja, rechinando los dientes.

Pronto llamé a un taxi. En él prendí el teléfono y me comuniqué con el Sr. Enrique a la espera de buenas noticias; no obstante, Carol continuaba durmiendo. El final de aquella tarde terminó de esa manera, arruinándola más.

«Si solo estuvieras aquí, mi amor», suspiré, tumbado en la cama del hotel donde me hospedaba.

Repasé la experiencia del día y mis cejas se arrugaron de enojo, pero también por algo adicional.

«¿Cómo sabía el viejo de mis síntomas? No se los dije». Extraño, realmente extraño. «Da igual. Cosas más impresionantes he visto».

Habiendo concluido el tema, me dispuse a dormir. Se me dificultó, sin embargo, tuve éxito.

Entonces, no sé a qué hora de la noche el dolor de cabeza que antes me atormentaba multiplicó la intensidad.

—¡¡Carajo!! —desperté en el acto.

La sensación era semejante a mil cuchillos apuñalando mi cerebro. Luego, la fiebre se unió a la fiesta y ahora sentía que me derretía. Qué infierno el que experimentaba. Incluso intenté gritar, sin embargo, ya no salía voz de mi boca. El límite tocó mi puerta y me desmayé.

Al día siguiente, o eso creo, abrí los ojos. Mi cabeza estaba confusa y los recuerdos de anoche llegaban a mí fragmentados.

Observé la habitación y no había ningún cambio. Lo que sí varió fue mi cama, ya que mi sudor la bañó.

Asustado por la vista, me quité la sábana apresuradamente. Allí, justo allí, mis ojos se engrandecieron de incredulidad. Dicho manto, que aún seguía aplastado con la parte trasera de mi cuerpo, le arranqué un gran pedazo por el tirón, similar a haber tratado con una vieja y delgada tela.

—¡¿Qué hice?!

Intenté levantar la parte superior de mi cuerpo y al presionar las manos en la cama para hacerlo, oí algo quebrarse y luego me hundí.

—¡Demonios! ¡¿Partí de la cama?!

Solo necesité eso para confirmar las sospechas.

«Mi fuerza…», miré mis manos, empuñándolas y abriéndolas.

Sujeté una esquina de la cama y presioné. El crujido lo escuché de nuevo cuando quebré esa parte. «¡Imposible!».

Por segunda vez, la lógica contra lo que atestigua pelearon entre sí para desarrollar el veredicto, no obstante, las evidencias a favor de lo segundo eran irrefutables.

«He adquirido superfuerza», sentencié.

Y como si estuviera esperando reconocer la realidad, las cosas que anteriormente no creía o intentaba no creer, me embistieron. Sobre todo, la conversación de Loius, la cual plasmaba una idea clara de mis dudas.

Sin permitir que mis cuestionamientos o duda se avivaran, elegí el rumbo que debía tomar.

—Iré a aquella dirección.



#696 en Ciencia ficción
#9764 en Novela romántica

En el texto hay: relato corto, accion, amor

Editado: 07.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.