Siglo del Amor

Rey Impacto

Lo primero que vino a mí fue un dolor de cabeza. Incluso sin los síntomas de mi bautismo, no me soltaba este en particular; aunque ya sabía que se trataba de una causa diferente.

Cuando abrí los párpados, una visión borrosa me saludó.

«¿Dónde estoy?». El porqué estaba de tal manera era confuso, pero las nubes obstructoras de información se disiparon paulatina y constantemente hasta recordar el instante donde me atacaron.

Mi fuerte impresión, digo yo, causó que lo desenfocado cobrara nitidez. Entonces, descubrí que yacía dentro de una habitación grande y bien iluminada con muros de acero altamente avanzados. Comprendí que la supuesta cárcel no era tan superficial como aparentaba ser. Además, las manchas borrosas también se convirtieron en siluetas de personas. Iba recuperando la vista.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté después de contabilizar un total de 23 individuos.

—¡Ja! Gané la apuesta, Clark. Sabía que iba a decir puras estupideces… ¿Quiénes más van a ser, idiota? Son la raza Impacto. Nos atraparon.

Al lado mío, a unos dos metros, el lunático yacía sentado y sin ninguna atadura, a diferencia de mí que me habían colocado unas esposas en los brazos que pesaban bastante, considerando mi fuerza sobrehumana.

—¡¡Louis!!

Jamás imaginé que me alegraría ver vivo a ese tipo. En realidad, cuando me enteré de dicha forma de pensar, me asusté. «¡¿Por qué no me gustaría verlo bien?!», cuestioné. Yo no era así.

—¿Por qué le diría mi nombre a una abominación horrenda?

Escuchar la voz masculina me hizo entrar en razón y me enfoqué en la persona, la cual me veía con un tinte de odio y desprecio.

Me había confirmado su desinterés en revelar su nombre, sin embargo, no tenía por qué, pues, la cara de unos 80 años, ojos negros llenos de vitalidad y piel blanca me era reconocible.

—¡¡No lo puedo creer!! —grité, agitado y ansioso—. ¡¡Presidente de Argento!!

El magnate, quien ha dirigido y transformado el país desde los inicios en uno de los más avanzados y prósperos del mundo, estaba de pie frente a mí. ¡Qué locura!

Y para cómo, al observar las otras personas, hallé una verdad igual de turbulenta.

—¡¡Presidentes!! ¡¡Ustedes son los presidentes de este planeta!!

Mi mente temblaba de lo frágil que se había vuelto por tantos acontecimientos. Sin bromas, dudaba de permanecer cuerdo. Ahora comprendí por qué Loius era quien era.

—¡Demonios, Clark! ¡Me ganaste en esta! —El viejo lunático aulló eufórico—. ¡Atinaste! ¡Es él el Rey Impacto y no esa zorra de allá en la esquina!

A quien se refería era a una mujer rubia pasada de 30 años. La nación que gobernaba se trataba de una de las 3 potencias antes del comienzo de este siglo.

—Cállate, gusano —le respondió la presidente.

Cada uno en la habitación portaban vestidos con ropa formales negras y elegantes. El aura de clase alta se derramaba de sus presencias.

—Qué medida tan desesperada la de Lucía. Decepcionante —El presidente de Argento, el cual respondía al nombre de Rudolf públicamente, confesó mientras me miraba—. Tanto que presumía de seguir las reglas Impacto y al final rompió la peor.

—¡¿Qué sabes tú de ella?! —le grite, en un intento inútil por desatarme.

—Seguramente más que tú —Se acercó a mí—. Mi raza ha sufrido muchos cambios durante milenios, no obstante, jamás se cuestionó el método de colonización. Viajar con un pequeño puñado de Impactos, sacrificar la divinidad que corre en nuestra sangre, corrompiéndonos y sacrificando los mejores soldados para resolver los más grandes conflictos de los nativos y después convivir con ellos en armonía, ocultos. Qué estupidez. Lucía, por encima de todos, es la peor, la más ciega y cerrada, incapaz de mirar a nuevos y mejores horizontes. Un poder desperdiciado en ella.

Luché, empero, en verdad no comprendía un carajo. Fue entonces que la intervención del Louis en la conversación me ayudó a construir una idea.

—Permíteme adivinar, ¿se creen dioses? Esa divinidad de la cual hablas es pura basura. Ese estado de «amor» que nos inducen es el camuflaje de lo que en realidad nos hacen, que es controlarnos a su antojo. Yo soy testigo de la hipnosis en la que la humanidad está esclavizada. Parecen estar drogados y sumergidos en sonrisas y alegrías. Para la nuestra un botón… Los presidentes más poderosos por casualidad ninguno es nativo.

Al terminar, cayó en una risa loca que solo se calló cuando Rudolf tomó la palabra.

—Pobre gusano, ignorante ante lo divino. Tu mundo es tal y como es porque le entregamos nuestra mayor virtud: el amor. De ustedes recibimos los más grandes pecados y por eso ahora están purificados, no obstante, haciéndonos vulnerables a sentimientos y emociones impuras, condenándonos a morir —Le quitó la atención y me la dio a mí—. Nunca han sido controlados, pero eso cambiará. Yo seré quien los gobierne, los haré mis esclavos, lo que siempre debieron ser. Han tomado el poder de gobernar el tiempo suficiente y convirtieron el planeta en caos, matándose uno con los otros, extinguiendo a los animales, los seres inocentes de la Tierra, y la naturaleza, lo que les da vida. Yo les devolveré con creces el daño y al mismo tiempo los haré trabajar para revivir la mejor versión de su planeta.

Yo permanecí en silencio antes la acalorada y reveladora conversación. No había nada que pudiera aportar, era una esponja que absorbía conocimiento. Infortunadamente, al escuchar al presidente de Argento hablar, mi cara se volvió sombría.

—Los mantuve vivos porque merecían saber quién los mataba y ver la impotencia en sus ojos —Rudolf se alejó y con una señal de su mano llamó a todos los Impactos detrás de él. Nos encerraron en un círculo creado por las posiciones de ellos a la espera de las siguientes órdenes—. Mátenlos, pero antes háganlos sufrir.

Un miedo colosal a la muerte me hizo temblar.

—¡No! ¡Deténganse! —supliqué inútilmente. Iba a ser asesinado y no había nadie quien los detuviera… o eso pensé.

—¡Mantenernos con vida fue lo que sentenció tu muerte! —Louis rugió. Se mordió los labios hasta hacerlo sangrar y levantó la palma de la mano derecha. Ahí, y fuera de toda lógica, apareció el dispositivo rojo que le entregué—. ¡¡Mueran, malditos!!

Sé aseguró de que le cayera sangre al regalo de la anciana y de repente, una explosión gigante se produjo en la habitación.

Mi vista se bañó en un blanco destellante. Sabía que iba a morir.



#1074 en Ciencia ficción
#13293 en Novela romántica

En el texto hay: relato corto, accion, amor

Editado: 07.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.