Sigo aquí...

Comienza la historia...

«Sigo aquí, a tu lado, aunque no puedas sentir mi presencia. Sigo aquí, junto a ti, a pesar de que no me recuerdes. Siempre seguiré a tu vera, cuidándote como prometí... Porque el amor que un día nos profesamos perdura más allá del eco del tiempo. Nosotros marcamos el compás de una danza que ni los días ni los años pueden detener y, mucho menos, olvidar».

Evelyn sostenía la fotografía entre sus manos, sus ojos brillaban al revivir aquel recuerdo que luchaba por permanecer grabado en su mente. La imagen, con la característica tonalidad de la época, retrataba la felicidad del momento: una joven de mirada enamorada que aceptaba la propuesta de compromiso de su ahora prometido. Esa no era la historia de la Evelyn del presente, pero sí la de la señorita Julieta. Si bien, que la chica compartiese nombre con una de las protagonistas más reconocidas de la literatura universal no era un mera coincidencia. La historia pareció repetirse con su valiente Romeo, mas el trágico desenlace que separó sus vidas, al menos en el aspecto terrenal, no bastaría para poner fin al profundo amor que sentían.

Mientras tanto, yo permanecía absorto contemplando el cúmulo de emociones que la muchacha transmitía. La lucha de una vida pasada intentando resurgir de entre los recuerdos azotaba el compungido corazón de Evelyn. Ella no era capaz de percibir mi presencia, de sentir que llevaba casi un siglo acompañándola. Ahora era Evelyn, pero no siempre lo fue. Mi amor perduraba más allá del tiempo, Julieta, Margarita, Alejandra o Evelyn... Todos esos nombres confluían en una única persona, un alma compartida que anhelaba cumplir la promesa que un día sellamos. No obstante, el pacto que firmamos no fue con un dios que velaría por hacer que nuestras almas se reencontrasen, sino con el mismísimo diablo.

Con frecuencia, los momentos más tristes inundaban mi memoria... Una pálida y demacrada Julieta descansaba sobre la majestuosa cama matrimonial. Las cortinas de seda hacían que pareciese una princesa reposando sobre su trono. Lástima que no hubiese ningún poder divino que cambiase el desenlace de mi amada. La enfermedad llegó a ella tan rápido como la calidez del día le dejó paso a la oscuridad de la noche. El velo de la muerte acechaba con llevársela consigo, y su empeño no cesó hasta que lo logró. Entre oraciones y lágrimas, el alma de mi querida Julieta abandonó su cuerpo con la promesa de vencer los ecos del tiempo y no separarnos jamás.

Los días que le sucedieron a su muerte se caracterizaron por el dolor y la pena, sentimientos que pronto convirtieron la trágica vivencia en sueños y delirios. Vivía en una constante fantasía donde nuestro amor superaba cualquier barrera del tiempo, hasta el punto de perder la cordura. Un día me levanté más animado de lo habitual, me apresuré a vestirme y dirigí mis pasos hacia el campo santo. Allí yacían los restos de mi esposa... Si tan solo existiese una forma de cambiar el pasado, de que fuese mi corazón el que dejase de latir y no el suyo... Decían que por amor las personas eran capaces de vender su alma al diablo, y si el precio para conseguirlo era su vida por la mía, con gusto lo pagaría.

Como podrán suponer, mis palabras no cayeron en saco roto. El alma de mi Julieta seguía con vida a través de Evelyn, mientras que yo... yo abandoné este mundo el día en el que Margarita nació. Ese no fue el pacto que firmé, al menos no exactamente. El recuerdo de cada gota roja deslizándose de su pecho después de clavar el puñal en su corazón, siempre aturdía mi mente. La despedida de Margarita simbolizaba la bienvenida de Alejandra; y el adiós de esta última, el nacimiento de Evelyn. Por desgracia, el ciclo era imparable. Cada vez que la joven cumplía veintitrés años, siete meses y doce días significaba el final de una era y el comienzo de otra.

Aquellos que decían que por amor las personas eran capaces de vender su alma al diablo, nunca hablaron de las consecuencias no explícitas que acarreaba. Mi alma danzaba por este mundo junto a Julieta, ahora Evelyn, a cambio de convertirme en su asesino... ¿Acaso al diablo no le bastó que pagase con mi vida? ¿Por qué esta maldición me obligaba a derramar la sangre de la mujer que amaba? Esta no era una historia donde dos amantes lograsen reencontrarse entremezclando pasado y presente, ni tampoco una que concluyese con el ansiado amor eterno... Esta era una historia que pretendía reescribir el destino, un designio en el que un corazón no dejase de latir para acoger a otro sentenciado de muerte, sino una historia donde el amor significase renuncia y... olvido. Al fin y al cabo, ¿qué era el eco de un pasado olvidado?

«Renuncié a mi vida para que tu alma siguiera viviendo, pero ahora ya no puedo romper la maldición que sacude tu existencia. El diablo me apremió con semejante castigo, y solo tú podrás liberarte de tus propias cadenas del destino. He comprendido que mi único objetivo es esforzarme en conseguir que puedas debilitar cada eslabón que te esclaviza, aunque eso suponga romper nuestra promesa. Mi amor, siempre eterno, crecerá con tu libertad, Julieta. Ojalá algún día recuerdes quien fue tu Romeo, para así morir en el olvido».

Evelyn se enjugó una lágrima rebelde que recorría su mejilla. No podía entender cómo una fotografía podía hacerla sentir de esa forma. La chica solía visitar la tienda de antigüedades con frecuencia, desde siempre se había considerado una fanática de la cultura clásica: reliquias, cuadros, música... Algo inusual en alguien de veintitrés años. Evelyn se acercó al mostrador para pagar su nuevo “tesoro”, tal y como ella misma llamaba. Una anciana de rostro angelical la atendió, pese a que solo compartían las palabras necesarias para cerrar el trato, la joven siempre sintió que aquella mujer la conectaba a un pasado lejano.

—Hola, señora Rosa. ¿Podría decirme el precio de esta fotografía? —la chica le mostró la imagen, el vínculo era tan fuerte que ni desprenderse de la copia podía—. Es simplemente... maravillosa.




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