Sara
No ha sonado el despertador esta mañana. Se ha quedado sin pilas en mitad de la noche, por eso cuando me he despertado y he visto que marcaba las dos y media me he asustado. Me he incorporado con prisas en la cama, con el corazón retumbándome en el pecho he revisado el móvil y eran las nueve menos cuarto de la mañana. Mierda. Llegaba tarde a primera hora sí o sí. ¿Cómo es que nadie de mi familia me ha despertado? ¿No les ha extrañado que no bajara a desayunar? Misterios que se quedarán sin resolver.
Cuando bajo del autobús camino despacio hacia mi facultad, total, ya llego tarde, y me quedo a cuadros cuando paso por delante del aparcamiento y veo a Irinia aparcar un Chevrolet Blazer blanco frente a mí ¿Irina conduciendo? Sale del coche vestida con un jersey granate, falda gris tableada y medias plumeti que se dejan ver a través de su abrigo largo de color negro, lleva su melena, larga y castaña, semirecogida en una pinza, su bolso de Prada en una mano y una bolsa de papel kraft marrón en la otra. Parece que va más arreglada de lo normal, aunque pueda que solo sea mi impresión.
—¡Oh, Sara, buenos días! —me saluda animada cuando me ve.
—¿Qué haces aquí? ¿Y con un coche? —le pregunto extrañada.
—Mis padres me lo han regalado por mi cumpleaños —dice ojeando el coche por encima de su hombro.
Irina cumplió los diecinueve a principios de mes, no pudimos celebrarlo como es debido ya que todas estábamos estudiando para los exámenes parciales del cuatrimestre, pero fuimos a beber un batido y a comer tortitas en el Steve’s Café el sábado pasado. Le regalamos una experiencia con caballos entre las tres y le encantó.
—¿Y puedes conducir sin carnet? —no salgo de mi asombro.
—Tengo el carnet desde los dieciséis años, Sara —me contesta divertida.
—¿Cómo? —pregunto atónita, debo parecer tonta.
—Sí, me lo saqué en mi verano de los dieciséis, en Alaska. Mis padres creían que era demasiado pequeña para conducir y me prometieron que me comprarían el coche que quisiera si esperaba unos años—contesta—. Pensaba te lo había contado…aunque puede que solo se lo mencionara a Sab. Por cierto, hablando de Sabrina, ¡llego tarde a llevarle su comida! —exclama levantando la bolsa de papel.
—¿Su comida…?
No puedo terminar la frase ya que Irina se despide con prisas y promete vernos luego a la hora de almorzar, pero la verdad es que no creo que la vaya a ver más tarde. Irina y Sabrina pasan mucho tiempo juntas desde que ella lo dejó con George, su ex. Es normal si tienes en cuenta que son amigas de la infancia y siempre se han apoyado en los momentos duros. Menos cuando Sabrina salió del armario, aunque debo admitir que supieron solucionarlo pronto.
Desde que ha empezado el nuevo cuatrimestre puedo contar con los dedos de una mano las veces que hemos almorzado las cuatro juntas: Leyla, Sabrina, Irina y yo. Pero está bien. Irina necesita su tiempo igual que yo necesité el mío. Después de lo de Peter estuve dos semanas sin querer ver a nadie ni salir de mi habitación. ¿Lo llevo mejor? Sí, ahora ya me levanto para ir a clase aún sabiendo que me lo puedo encontrar por aquí, a él…y a ella. ¿Lo he superado? Obviamente no. Leyla dice que tengo que enfrentarme a mis miedos y no dejar que el temor de encontrarme a uno de los dos o a los dos juntos me paralice de seguir con mi vida normal. En realidad no sé cómo decirle a Leyla que no es miedo lo que siento, es vergüenza. Me muero de vergüenza si me los encuentro por el campus o por la ciudad. Pero mi abuela dice que es más fácil vivir con vergüenza que con miedo por eso me encojo de hombros y sigo mi camino hasta llegar a mi segunda clase del día.
—Oh, pero si es Miss Ahoramedaigualtodo —me saluda Erik cuando me siento a su lado— Pensaba que no ibas a venir a clase hoy, normalmente cuando no vienes a primera hora ya no apareces el resto del día.
Mi amigo está despatarrado en una silla del fondo de la clase, con sus típicos pantalones negros ajustados, su camisa blanca y su americana de lentejuelas, que le da ese look de los ochenta que tanto le gusta. Se pasa una mano por su pelo castaño con unos pocos mechones rubios, peinándose rápido.
—Muy gracioso —le digo sin ganas sacando mi cuaderno y mi estuche de mi bolso.
—¿Por qué sigues tomando notas a mano? La mayoría de la gente trae su portátil o una tablet —dice señalando mis cosas—. Ahora hay unas apps increíbles para tomar notas con letras preciosas, con muchos colores, puedes añadir notas e incluso puedes dibujar.
—Oh, pero es que en los años ochenta todo el mundo tomaba notas a mano. Es que a mi me va lo vintage —le respondo poniendo énfasis en la última palabra.
Erik se echa a reír captando mi referencia irónica y finalmente me abraza pasando suavemente su brazo derecho por encima de mi hombro y luego estrujándome contra él con una fuerza desmesurada. Casi me saca una costilla.
—Toma —me dice soltándome—. De camino a aquí me he pasado por la copistería del edificio y te he hecho una fotocopia de mis apuntes de la clase anterior.
Abre la carpeta que tiene sobre su mesa y me pasa unas hojas grapadas dejándolas con cuidado encima de mi cuaderno. Me quedo mirándolo atónita y sin muy bien qué decir.
—Pe–pero ¿por qué? No hacía falta, sabes que me las puedo apañar —me quejo, aunque en realidad estoy bastante agradecida—. Conseguí aprobar todos los exámenes parciales incluso faltando a clase durante casi dos semanas. Lo sabes.
—Lo sé, lo sé muy bien y también sé que en el fondo entras en pánico si no sabes que se ha dado en una clase y ya que tienes la grandiosa suerte de ser mi amiga y que sabes que no me voy a permitir faltar a una clase para desaprovechar la oportunidad de ligar…te doy mis apuntes.
—Gracias. —Hago un puchero y ahora soy yo quien le da un abrazo pasando mis brazos alrededor de su cuello, él también me abraza y pasado unos segundos nos soltamos —. No sé muy bien qué decir.