Silbidos de Media Noche

Noche sin Luna

El día era frío y nublado, el viento azotaba las ventanillas del tren produciendo un silbido tétrico y gutural. Las pequeñas gotas de agua comenzaban a caer de forma abrupta contra el empañado vidrio de la ventana. Mientras, yo esperaba en mi asiento a que los demás pasajeros abordaran el tren de la estación nueve, que partiría desde la capital hasta mi pueblo natal. Pensar en volver a aquel lugar desolado no me llenaba de mucha emoción, los enormes campos desolados y las calles donde apenas pasaban algunos ancianos al ocaso solo me hacían revivir el vacío de mis días de niñez. Lo único que me motivaba genuinamente a volver a aquel lugar olvidado por la civilización era volver a verla a ella, mi pequeña de ojos vivaces y sonrisa cálida, mi hermana. De solo pensarla los recuerdos desoladores se desvanecían como la bruma con el sol de la mañana. Sin quererlo se esbozaba una pequeña sonrisa en mi rostro cuando la veía en mis pensamientos.

A causa de mi carrera de medicina, tuve que dejar mi pueblo para ir a estudiar a la capital, mientras tanto, mi hermana se quedaría con una vecina que aceptó encargarse de ella a cambio de que yo enviara dinero desde la capital para su manutención. Ya habría pasado más de un año y medio desde mi partida y era solo a través de intermitentes cartas que podía saber de ella, la extrañaba mucho. Al leer cada línea me preguntaba cómo estaría ella en realidad, las letras sobre un papel jamás reemplazarían una conversación amena con una taza de café entre las manos, o un abrazo antes de irse a dormir. Siento que el tiempo pasa demasiado rápido y me deja atrás robándose momentos que jamás volverán. Ya a sus dieciséis años sería toda una señorita, atractiva y carismática como lo era nuestra madre, no sería de sorprenderme que tuviese muchos pretendientes al acecho, claro, aunque no les entregaría tan fácil a la única familia que me quedaba. Sin embargo soy consciente de que algún día ella se irá con alguien aunque hoy me aferre con devoción a su bienestar y no me queda más que esperar que la haga muy felíz, hasta entonces yo seré su protector.

El silbato del tren sonó anunciando que partiría en breves instantes, los pasajeros que aún permanecían de pie cargando su equipaje se fueron diligentemente a sus asientos. Me había sumergido tanto en mi pensar que el tiempo se me pasó volando, ya casi habían pasado cuarenta minutos desde mi abordaje. Mientras veía las gotas deslizarse juguetonas por la ventana mi alma divagaba entre pensamientos melancólicos, casi podía sentir la tormenta entrando en ella, y a juzgar por lo empañado del cristal el agua debía estar helada.

 La cabina en la que me encontraba estaba vacía y se veía oscurecida por la neblina, solo un pequeño aplique en el techo iluminaba mis alrededores con una luz amarillenta y envejecida por el paso del tiempo. Un asiento acolchado y una luz tenue eran algunos lujos que la tercera clase me ofrecía. Pero, a pesar de parecer algo cutre y solitario el estar allí era reconfortante, la luz, aunque tenue y apagada era suficiente para discipar las tinieblas que se avecinaban y me sentía afortunado frente a los marginados que debían viajar en el último vagón sin siquiera una bombilla que iluminara su existencia. 

El tren comenzó a avanzar por fin de manera pasiva y a medida que aumentaba la velocidad también lo hacía el frío que se colaba por las ventanillas y rendijas, me acurruqué en el asiento y metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta marrón en busca de calor, sería un viaje largo y necesitaba descansar. Al rato saque de mi bolso de mano una bolsa de papel algo arrugada, aún conservaba algo de calor lo que me sorprendió Bastante considerando el tiempo que llevaba allí y el inclemente clima. En ella se escondía un aplastado sándwich de atún que devoré gustoso. 

La noche se apoderó rápidamente del panorama, las gotas habían dejado de juguetear y deseaban con todas sus fuerzas convertirse en vendaval, agresivas e indomables, llegué a pensar por un momento que hacían un esfuerzo consciente por volcar el tren, me preocupaba que de seguir así pudiese afectar alguna vía y parar el tren, pero mis preocupaciones parecían infundadas pues el transporte se imponía ante la tormenta y no tenía intención de detenerse por nada. Pasó aproximadamente una hora desde que dejamos la estación, estaba a punto de quedarme dormido cuando un hombre de traje y sombrero ferroviario abrió la puerta sobresaltándome, tenía el sueño muy ligero, ya las constantes guardias en la clínica habían moldeado mi mente para estar alerta hasta cuando quería descansar. 

El hombre se acercó con paso agitado, como si tuviese prisa por hacer su trabajo y salir de allí como alma que arrastra el viento. Se veía de unos cincuenta años, su cabello y bigote estaban blanquecinos y su rostro denotaba muchas líneas de expresión. En un movimiento rápido extendió la mano frente a mi en un gesto que tardé en entender por mi somnolencia y falta de experiencia viajando en tren, aún no me acostumbraba a esas cosas. Había llegado a la capital por medio de aventones, antes de ejercer la medicina, lo máximo que habían pisado mis desgastados zapatos era un autobús. Para ese entonces, a penas me alcanzaba para sustentarme, había logrado obtener una beca en medicina gracias a mis notas en el bachillerato, pero eso no cubría el costoso viaje y estadía en la capital, así que tenía que reducir en lo más posible los gastos y confiar en la buena voluntad de la gente para mí transporte.

 El hombre al notar mi confusión dio un suspiro frustrado y me extendió un papel de su cangurera que tomé al momento, en él decía en letras de tinta negra un poco escurrida:  "Su boleto por favor". Entonces comprendí por fin lo que ocurría, el anciano era sordo mudo. Busqué en mi billetera el boleto y se lo entregué al hombre, quien viendo cumplido su trabajo me sonrió y se dirigió nuevamente a la puerta y antes de salir hizo una leve reverencia en forma de despedida y luego sin más se fue, dejándome nuevamente con mis pensamientos y una vista imponente de los rocosos páramos fuera de mi ventana. Cubiertos de tinieblas llegaban a verse aterradores, como si el tren pasara por algún mundo desconocido del que podrían emerger criaturas espectrales en cualquier momento o peor aún.



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En el texto hay: suspenso, desaparriciones, leyendasfolkloricas

Editado: 09.10.2023

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