Aquella noche de invierno, la muerte llegó a Darkyria.
Mis padres se habían esmerado por mantenerme escondida en las sombras, y le habían ordenado a mi tía Kate —que en aquel entonces tenía doce años— protegerme.
—Volvemos pronto, mi amor —mi madre besó mi frente con tanto amor que deseé que se detuviera el tiempo.
—Cuídala como si fuera tu vida —papá abrazó a mi tía.
—Te lo prometo —respondió. Mi padre le brindó una tierna sonrisa, y luego salió junto a mamá del escondite con esa mirada fuerte que solía caracterizarlo.
Tenía cinco años, aún era muy pequeña para comprender la magnitud de sus palabras, mis padres se estaban despidiendo porque sabían que jamás iban a regresar. Habían cavado su propia tumba.
Durante miles de años, la raza Darka y el linaje Geleerde —también llamados magos— se habían mantenido en guerra por culpa del libro de Darkyria —el libro de los secretos—. Sus páginas contenían hechizos tan fuertes que podían acabar con todo ser viviente, por lo que mis ancestros se vieron obligados a alzar un templo secreto para protegerlo, y así mantener la paz. Mientras nosotros queríamos luz, ellos anhelaban oscuridad.
Sin embargo, los magos controlaban la magia negra, y eso los hacía superiores a nosotros, que a su diferencia, controlábamos la magia blanca. Entonces pasó lo que se temía, ellos utilizaron las artes oscuras para acabar con Darkyria y asesinar a más de la mitad de las brujas, incluyendo a mis padres.
Recuerdo haber escuchado un horrible estruendo, acompañado de gritos cargados de dolor. Quería salir del escondrijo y ver qué estaba pasando, temía por mis padres; pero Kate no me lo permitió. Un pensamiento pasó por mi cabeza, recordándome que mi madre me había enseñado como transportarme de una parte a otra con sólo concentrarme en el lugar donde quería llegar.
Deseé tanto ver el rostro de mis padres, que aparecí frente a ellos; pero no como yo quería encontrarlos.
En medio del caos que había en las calles, papá yacía sin vida junto a otros cuerpos; tenía una herida en el cuello y varios rasguños en la cara. Mamá estaba tirada a un metro de él con una herida en el tórax, estaba con vida, pero le costaba respirar.
Corrí hacia ella y la abracé con fuerza. Mi corazón se rompió en mil pedazos.
—Mami...—susurré con lágrimas en los ojos.
—Bu... bus —tartamudeó. Una tos acompañó sus sílabas y escupió sangre—... ca el... el...tem... tem... plo —dijo y cerró los ojos.
—Mami —volví a susurrar pero ella no respondió a mi llamado—... mamita... ¡Mami! —grité mientras agitaba su cuerpo. Era demasiado tarde, se había ido para siempre.
El dolor se apoderó de mi cuerpo y de mi alma, quería correr, gritar, retorcerme. Tenía miedo.
No pude detener el llanto, mis ojos violetas se pusieron blancos lentamente, y un enorme grito salió de mis entrañas. La tierra comenzó a estremecerse, y nuestros enemigos corrieron a ocultarse pero no pudieron. Ellos empezaron a explotar como globos; sus brazos, piernas, cabezas y troncos cayeron como lluvia sobre el suelo. Eso produjo que mi sollozo se intensificara, algo me estaba quemando por dentro y me hacía daño. Mis poderes se habían vuelto incontrolables.
Desde ese día, las brujas nos vimos obligadas a abandonar nuestro reino y movernos entre las sombras, camuflándonos entre los humanos, porque los magos se hicieron más y más fuertes, y juraron extinguir nuestra raza.
Y así, mi trabajo se convirtió en buscar el templo para terminar con la guerra de una vez por todas. Eran ellos, o nosotros.
Yo, Darkness, juré destruirlos como ellos me destruyeron.
Ojo por ojo, diente por diente.
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Para mis padres.