San Jerónimo, Julio 1900
Por primera vez en mi vida sentí de verdad a que sabía la osadía.
Solo pasaron tres minutos desde que abrí la puerta de la biblioteca y ella explotó en rabia tras escuchar mis palabras. Si el motivo no me fuera tan apasionante creo que nunca me hubiera atrevido a proferir palabra desafiante contra la mujer dadora de mi vida.
—La amo, pero no lamento decir que el amor por la caridad me domina y lo hace más que cualquier otra cosa, madre—declaré renuente echando atrás el nerviosismo común que antes me dominaba.—. Y confieso, con sinceridad, que esto no es un vil impulso de terquedad o inmadurez, no; esto es lo que quiero y necesito.
Mis palabras y mis gestos no vacilaron ni por un segundo en miedo o signo naciente de arrepentimiento. Más bien, una extraña fuerza se hacía muy dentro de mí, forjándose con rudeza animando una atenuante celeridad en los latidos de mi corazón, mientras que en ella, la condescendencia y una falsa sorpresa se pintaban con ahínco en sus facciones.
—¿Terminaste, querida?— preguntó levantándose de una acolchonado silla en la que había estado leyendo. Sin soltar el libro y con un ánimo alegre pero extrañamente amargo y del cual desconfié, agregó—. Cuando estaba embarazada de tu hermano Darwin, recuerdo que los dolores que éste me provocaba eran de lo más terrible que jamás había sentido, me estaba matando, no hallaba que hacer y no sabía adonde meterme debido a la intensificación a cada momento de dolor. En esa época me arrepentía de haber quedado en cinta—contó con una escrupulosa paciencia—. Incluso, llegue casi a odiarlo y me decía varias veces en momentos de desesperación: "Reina, llora porque tendrás un monstruo"
Ella sonrió melancólica mientras negaba y adoptaba al mismo tiempo una postura irónica.
¿Por qué no me sorprendía encontrar un cuenco amargo con agua dulce en sus manos?
Su manera de ser era el clavo que se hundía en la piel de los más humildes que vivían a su sombra, y este, era el hecho del cual me avergonzaba, huía y daba gracias de no poseer. El vanidoso, altanero y prejuicioso modo de increpar y ordenar solo eran la cereza del complicado carácter que ostentaba. Sus raíces se ligaban unos a otros manipulando y galanteando modales colmados de engaño y ante esto, mi sereno padre como un ciervo caía.
Era mi madre y mi reverencia hacia ella jamás flaqueo pero, nunca me negué la verdad sobre la dureza de sus defectos. Nunca conoceré mujer más soberbia y superficial que la gran señora Reina de Arce.
—Sin embargo, mi querida Gretel; tú, nunca me diste queja o disgusto. Después de dos hijos en la que soporte sofocación, contigo en verdad disfrute mi tercer embarazo —enarcó las cejas nuevamente negando—. Pero, ¿ Ahora que descubro? Ah, sí... —chasqueo los dedos, mirándome con una expresión fría —. Todo este tiempo el monstruo se vistió de cordero.
—Nunca he sido falsa...—cuestioné de inmediato dando un paso al frente.
—Yo creo que si—replicó en tono meloso y refinado mientras, cautelosamente, mostraba su verdadero carácter.—. Las mojigatas tarde que temprano se les cae la máscara.
—Soy su hija.—recalque con una lesión que fue clara en mi voz .
—Lo sé, ¡qué ironía!—exclamo, con un destello decepcionado en los ojos—. ¿De una mujer formidable y extrovertida pudo haber nacido una santurrona pusilánime? Hay cosas que en verdad no puedo entender.
—Una madre no le dice eso a su hija. —respondí enseguida, sumiendo mis gestos en total inmutabilidad.
—¡¿Ahora si calzas mis zapatos, Gretel?!— despotrico—. Los hijos no deben irse contra sus padres, ¿Quién te crees?
— No he dado ninguna señal de creerme mas de lo que soy— puntualice con firmeza—. Y lo que quiero hacer no es en contra de nadie sino a favor de muchos . Es una pequeña simpleza que no hace daño a nadie, sin embargo; hace lo contrario. ¿Cómo puede ir un justo proceder en su contra?
Ella se contuvo, pareciendo impotente de poder hablar, sus labios se contrajeron mientras que sus ojos desorbitados me transgredían en silencio. Después de unos exhaustivos y extensos segundos ella por fin tomo voluntad y hablo pero, sin antes entrever el suavizante tono que emplearía y a este descubrimiento pude darle el crédito al sosegado brillo que en sus ojos se batía.
— Me infringes decepción, hijita. De tanta veces que regué el jardín con esperanzas de rosas, dime ¿Por qué ahora cosecho hiedra venenosa?
Y ahí la gota que derramo el vaso.
—¡Me niego seguir bajo este techo y soportar sus insultos camuflados de sugerencias! Le fui fiel en todo—dije sobresaltada y colmada de hastió—. He sido usada, similar a un trapo viejo que se extiende sobre un charco y luego se pasa sobre él para no ensuciarse.
Me considero calmosa y siempre he sido reservada respecto a opiniones y emociones pero, sus expresiones, sus ademanes y su tono elocuentemente frívolo solo provocaban que me olvidara de mi zona fría de sosiego y saltara a un volcán colmado de enojo e insensatez.
—Toda esta...—hizo una pausa para mirarme despectivamente de pies a cabeza y después proseguir—ridícula y bochornosa actitud tuya no es por esa sandez de la caridad y de ayudar al prójimo y cuanta tontería más. —¡Ja! se mofó orgullosa y complacida de lo que decía—. Échale el hueso a otro perro, niña; a ti no te mueve un algo sino un alguien, no nací ayer.
—Ahora de pronto si sabe de mí.
—Tú no tienes idea de todo lo que sé y en este caso; sé muy bien que tu intención no es ser filántropo.—negó—. La razón de quererte ir tiene, a mi parecer, nombre y apellido—recalcó implacable—. Debo decir que tus recientes intereses me decepcionan.
—¿Intereses recientes?—Cuestione sin dar crédito a sus palabras—. Ningún otro en el pasado le ha interesado de todos modos, ni cuando elegí ser profesora mostró signo de alegría u orgullo, nada.