Silencio

Capitulo 15

Dulce paloma, alas de cuervo

Bajamos lejos y nos apartamos del camino. El muro siguió otro curso mientras nosotros el nuestro. Poco a poco nos fue cubriendo un fresco boscaje, lleno de vida y sosiego. Con un esplendido sonido a lo lejos el cual corría.

Los cantares de las aves en las ramas eran fascinantes, el frio mañanero, estremecedor y el ambiente que producían los arboles, hipnótica.

—¿Cual es tu plan, Jonathan?—dije una vez que nos detuvimos bajo la sombra de un frondoso árbol.

—Ya te lo dije.

Apartó piedras de un espacio y luego sacó una manta de dentro de la canasta. La extendió al tope del comienzo del tronco y aseguró las puntas con piedras.

Acercó la canasta al medio y luego me miró. Me extendió la mano, la miré por un segundo, y luego la tomé. Me hizo sentar con la espalda cerca del tronco, él por su lado se sentó a orillas con las piernas medio flexionadas tocando la hierba.

Quedamos en silencio limitándonos a escuchar la brisa. Los cabellos que sobresalían de su boina se movían de un lado a otro mientras se secaban pequeñas gotas de humedad yacientes en su cuero cabelludo así como en su sien.

Su perfil se veía fresco, sereno aunque un poco pensativo. Sus ojos estaban renuentes a querer despegarse de la imagen de una débil rama en la altura de un árbol. Parecía ser su nueva y efímera admiración.

No me había dado cuenta que mi cabello había resuelto desprenderse de detrás de mis orejas y de la liga y que la brisa había hecho un revoltijo con él.

—El silencio de mi habitación puede llegar a ser mas intenso que este lugar.

—No lo arruines, Gretel.—dijo Jonathan en un cansino suspiro.

Proseguí de igual forma.

—Si deseabas un lugar tranquilo solo hubieras ideado un plan para expulsarme, aunque este hecho dejaría, supongo yo, a Teresa dividida por sus dos amos queridos.

—Ya lo estuve, en tu ausencia; ahí estuve.—murmuró para sí.

Después de dos segundos Jonathan se volvió y abrió la tapa de la canasta. De ella sacó una botella de vino lo cual me dejo parpadeante, luego dos copas pequeñas de vidrio.

—¿Una cita, hermano?—dije sonriente.

—Llámalo como desees.

Sirvió una copa y me la entregó, luego hizo lo mismo con la suya. Alzó la mano buscando la mía, me miró detenidamente a los ojos y me sonrió  con tibieza, luego chocó su copa contra la mía a modo de brindis.

—Por tu regreso, querida.— bebió entonces.

—Por mi regreso— repetí extrañada lo mismo antes de imitar sus movimientos.

Jonathan, notando la confusión en mi gestos dejo a un lado la copa y puso suma atención para conmigo. Se quitó la boina y la tiró a un lado, dejando libres mechones oscuros al aire. Se pasó los dedos por éstos y se arremangó un poco la camisa antes de inclinarse hacia atrás sobre sus codos.

—¿Tan duro crees que es mi corazón?— preguntó de pronto con una media sonrisa el cual me pareció escéptica, demasiado incrédula.

Parpadeé quedando en silencio por unos segundos, luego contesté.

—¿Me has mostrado acaso otra imagen de él?—tragué en seco.—Solo se lo que veo.

Él lo pensó por un momento y luego asintió.

—Es mi culpa por creer que talvez podías verme con esperanza y formar en tu mente una idea mas colorida de mi persona, es mi culpa en creer.—meditó sin quitarme los ojos de encima.

—Si, lo es—asentí mecánicamente—Tu culpa por creer y hacer creer a los demás ideas erróneas sobre tí, tuya porque no permites que se vea mas allá de la fachada impecable y fresca, desearía ver, tan sol una vez una gota de flaqueza en ti, pero eso seria pedir mucho, ¿verdad?

Él asintió como si el hecho no tuviera remedio.

—Demasiado, querida.—Jonathan apartó la mirada con fría lentitud.—Sin embargo, no dudes que dentro de esta piel y estos huesos hay un trozo latente de corazón el cual a veces no esta tan rocoso.

Me sirvió mas vino y luego a él y alzando la copa nuevamente decidió brindar por otro razón.

—Un brindis por los corazones duros y por los rotos.

—¿Por qué por corazones rotos?—bebí.

Él se encogió de hombros.

—Porque siempre los hay.

—Como los culpables que los ocasionan.—dije teniendo un escurridizo recuerdo de aquel cedro en aquella lejana tarde de diciembre.

—Como los culpables...—repitió Jonathan asintiendo—. ¿Mas vino?

Negué, puesto que aún tenia, él por su parte volvió a depositar mas en su copa.

Bebió plácidamente mientras sus gestos parecían estar considerando algo. Sus ojos observaban las copas de los arboles con devoción, con conocimiento tanto que me hacia pensar que ya había estado ahí, no por una ordinaria costumbre, no; quizás por alguna manera especial.

Quizás el boscaje lo embullía y éste amaba la sensación de ansia que solo los pintores poseen ante una oportunidad maravillosa.

Quizás era su carácter, apasionante y apartado el que provocaba que se perdiera pensando en Dios sabe que cosa.

—Esta mañana ha resultado ser un lindo refrigerio y es una tremenda lastima que no haya traído nada ni siquiera un pequeño carbón para capturar todo este esplendor.

—Te lamentas, sin embargo, yo me alegro.—confesé aliviada.

—Este ambiente; callado y fresco me trae buenos recuerdos y debido a esto te concederé cual verdad que desees.—se acostó con los brazos cruzados bajo la cabeza y cerró los ojos.

¿Una verdad?

—Hazme una pregunta y prometo serte sincero.

—¿Que?¿Completamente?—insistí dubitativa.

—No habrá engaño en mis labios

—¿Ni trampas ni vueltas?—insistí mientras de forma inconsciente tomaba la botella y llenaba mi copa indebidamente.

—Ni trampas ni vueltas. — respondió sereno.

Lo pensé y rebusqué en mi mente algo, cualquier cosa o situación que talvez hubiera estado llenándome de ansia.  Muchas veces lo había descubierto melancólico y abstraído, muchas veces en almuerzos incluso cuando éste se hallaba pintando o pintándome a mí.




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