El primer golpe
Esto pasó una tarde, en mi apartamento. Acabábamos de ver una película y yo cocinaba algo para cenar cuando mi móvil sonó. Él lo tomó y vio un mensaje de un viejo amigo. Entonces tuvo otro ataque de celos; me tomó por los hombros y, entre gritos, me pidió una explicación. Fue ahí cuando me dio una cachetada que me volteó la cara.
—¿¡Quién mierdas es Julio!? —gritó a los cuatro vientos y sus palabras retumbaron en las paredes del apartamento.
—Es un viejo amigo —sabía que las cosas se pondrían feas. Estos ataques eran cada vez más fuertes y seguidos.
—¿Por qué quiere verte? ¿Tienes algo con él? ¿Andas de zorra otra vez?
—Fernando, cálmate. Estás dejando que tus celos te cieguen —dije, alzando un poco la voz. Ese fue mi error, porque sólo lo enfureció más.
—Si no fueras una puta, no sentiría celos del primer imbécil que pasa —Fernando pasó sus manos de manera brusca por su cabello, en señal de desesperación.
—Deja de ofenderme, maldita sea. Tú puedes hablar con cuántas mujeres quieras y, si te reclamo, dices que mis celos son enfermizos. ¿Y los tuyos no?
—Yo te amo solo a ti, entiende.
—Esto no es amor. Nos estamos dañando.
—Ahora dudas de mí.
—Siempre me ofendes y me dices que soy una puta.
—Te lo digo porque actúas como una. Ya me tienes harto —levantó las manos y, cuando intenté reaccionar, ya habían impactado mi cara.
Después de eso comenzó a llorar, me pidió disculpas y se maldijo. Me dijo que no me merecía y que lo perdonara… que me amaba.
Aquí empezó la manipulación; el muy cínico ya no se molestaba en ser sutil o disimular aunque fuera un poco. Ahora no tenía escrúpulos y era cada vez más duro. Y siempre la culpa era mía.