Los meses pasaban y yo seguía sintiéndome insuficiente, insegura y sucia para la sociedad. Él había acabado conmigo lentamente y me había dejado muerta en vida; era un zombie que se la pasaba llorando y durmiendo. Incluso había dejado de comer y de preocuparme por mi apariencia.
Si no hubiera sido por mis dos ángeles, no habría podido salir de ese oscuro hoyo llamado «silencio» y no estaría aquí, un año después, para contar mi historia.
Aún no estoy del todo bien; tengo recaídas, ganas de saber de él, de hablarle y volver a oír uno de sus falsos «te amo». Esos dos ángeles que me salvaron todavía siguen a mi lado y me dan su apoyo siempre que lo necesito. Aunque muchas noches, durante la madrugada, grito en silencio que lo extraño.
Esto no es fácil de superar; es un pozo muy hondo del cual no es fácil hablar.
Si ves estas señales, tu lugar no es ahí. Corre y no guardes silencio.