El lunes se reunieron los tres en casa de Rafael y una sensación extraña inundó a Érika en cuanto estuvo sentada en el mismo lugar en que el día anterior se había vaciado en lágrimas.
Llevaban unos 15 minutos pintando la maqueta que habían hecho y ella había permanecido todo ese tiempo obligándose a no mirar a Rafael porque algo que decía que si lo hacía sus miradas chocarían. Ya había experimentado muchas veces ese mirarlo y encontrarse con que sus ojos fijos en ella y la electricidad que paseaba por su cuerpo cuando en ese momento él le sonreía, la aturdía.
Así que estaba concentrada en las figuras de cartón que tenía en manos y escuchando las conversación que tenían sus acompañantes.
-Tu hermano es una ternurita- comentó Juana
-Si, claro. Te doy dos días viviendo con él para arrepentirte de soltar esas palabras- bromeó Rafael. -Es un travieso de primera y a veces me arrepiento de haber sido quien le enseñó muchos de los trucos que sabe.
- ¿Por qué? -
-!Porque los usa en mi contra! Es agotador tener que estar alerta todo el día en tu propia casa. ¿Por qué crees que me tuve que cortar el cabello?
-Ohhh, no me digas que fue por él.
-Lamento decepcionarte, pero si. El sábado, ese que llamas ternurita, me encontró durmiendo y se le ocurrió la brillante idea de practicar peluquería con mi cabeza- Érika por fin levantó la vista. La historia estaba interesante. -Cuando desperté quise desaparecerlo de la faz de la tierra, pero me acordé de lo mucho que lo quiero y aborté mi increíble plan- Suspiró fingiendo estar decepcionado por lo haberlo hecho y les robó una sonrisa a las dos chicas.
-Ohhh, tienes pintura en la cara- le dijo a Juana y a continuación dirigió la mano al rostro de la susodicha para limpiarla.
Érika dejó de pintar y apretó el pincel con fuerza mientras su interior se encendía cuan gasolina a la que le cae una chispa, su estómago se retorció de mala manera y un enojo inentendible la inundó.
Desvió la vista de aquella escena que la estaba alterando y trató de concentrarse otra vez en pintar, pero su mente maliciosa volvía a reproducir aquella imagen de Rafael tocando a Juana, incluso media hora después de que haber pasado, y no entendía por qué se sentía así. Cosa que la enojaba más de lo que ya estaba.
Sus compañeros seguían hablando de cosas que los hacían reír a ambos, pero ella había perdido la capacidad de percibir donde estaba lo gracioso de la situación y cuando los miraba sonriéndose el uno al otro, quería desaparecer de allí.
Soportó la situación mucho rato hasta que ya no pudo más.
-Tengo que irme. -dijo de manera brusca cortando su conversación tan animada. Rafael la miró con cara de sorpresa y su amiga con una ceja levantada.
Érika se puso de pie y se dirigió a la puerta, pero antes de llegar sintió una mano en su hombro.
-Hey- le dijo el chico con ternura. -Ya casi no nos falta nada. Espera un poco y así te… las acompaño a casa.
No podía seguir en ese lugar porque su cuerpo estaba saliendo de control, sus emociones se estaban apoderando de ella y sentía que en cualquier momento podría explotar.
-Puedo irme sola.
Él pareció decepcionado.
-Estás enojada. -afirmó pensativo.
Érika suspiró.
Volvió a darse la vuelta y a salir, pero una vez fuera de la casa el chico la tomó de la mano y la hizo voltear.
-Quiero irme, Rafael. -dijo en cuanto se giró.
-Está bien, entiendo, pero necesito que me respondas algo.
-Bueno ¿Qué cosa? -
-¿Hice algo que te molestara o te hiciera sentir incómoda? -pasaron unos segundos de silencio -Si es así, lo siento mucho esa nunca fue mi intención. Por favor, no sigas así conmigo que no puedo con esto.
- ¿De qué habla? ¿Con qué no puedes? -
-Con que no me dirijas la palabra, con que evites cada pregunta que te hago, con que ni siquiera quieras mirarme, con eso no puedo.
Quería decirle que se equivocaba, que eso no era cierto, pero estaría mintiendo porque desde el domingo no quería tenerlo cerca y menos hablar con él de algo que no fuera tarea y es que tenía miedo de lo que pudiera pasar porque cuando estaba a su lado no se reconocía. Se transformaba completamente.
-No estoy enojada contigo y quédate tranquilo porque tampoco has hecho nada malo.
-¿Entonces qué pasa? -habló bajando la voz mientras se acercaba y el corazón de Érika empezaba a acelerarse.
-Eso es justamente lo que no sé. Qué pasa cuando…- se detuvo. ¿Qué iba a hacer? No podía decirle que la alteraba su presencia, no podía decirle que estaba empezando a extrañar el roce de sus manos al estudiar y menos podía decirle que le molestaba verlo tocar a alguien más.