Las cosas en casa marchaban igual.
Las cenas en soledad frente a los cuerpos de dos padres ausentes, esas preguntas automáticas de una madre que en realidad no quería obtener respuestas y ese ánimo tan característico de un padre que odiaba llegar a casa se repetían cada noche y aunque Érika trataba de distraerse usando los audífonos cuando estaba en la mesa y su mente la mayor parte del tiempo estaba ocupada por cierto chico de pelo rebelde, no dejaba de afectarle la poca atención que recibía de sus padres.
Mientras comía solía mirarlos y su mente siempre se encargaba de recordarle que ella había provocado aquello.
Ella había arruinado a su familia.
-En unos días Gabriel volverá de su viaje- anunció su padre y todos siguieron comiendo. No era necesario responder, solo había que captar el mensaje de “mi hermano se volverá a quedar aquí hasta quién sabe cuándo”, que venía implícito en esa frase.
Erika se lo tomó de lo más normal y su madre no pareció ni haberlo escuchado porque aunque asintió siguió con su vista fija en la televisión.
Esa noche, las pesadillas que llevaban días sin venir aparecieron nuevamente. Érika se despertó con el corazón acelerado y las lágrimas en los ojos y ya estaba tan cansada de eso que simplemente las limpió y se dirigió inmediatamente al baño.
Cuando estuvo lista miró su reloj y se dejó caer en la cama, pues aún faltaba más de una hora para ir a clases. Quedó un buen rato mirando el techo sin pensamientos concretos y luego una imagen apareció en su mente, pero no cualquier imagen, sino una de esas que a ella le encantaba inmortalizar.
Se puso de pie, buscó sus cosas y empezó a pintar hasta que llegó la hora de irse.
De camino a la escuela iba muy despacio, su mente estaba en todos lados menos en el camino y eso se debía a que después de dos días ya no tendría que ayudar más a Rafael. Mañana empezaban sus exámenes y las pruebas las habían llenado en el trascurso de la semana. ¿Podrían las cosas volver a la normalidad? ¿Podía su cuerpo volver a no sentir nada por nadie? ¿Podría ella acostumbrarse a ya no pasar el almuerzo con él? Le gustaba creer que si.
Suspiró de manera profunda y fijó su vista en el frente. A lo lejos vió la figura de alguien de pie e incluso antes de poder distinguir su rostro supo que era él. Empezó a pedalear más rápido y se detuvo junto al chico que le sonreía como siempre.
Sonrió también.
-Buenos días, Rafael-
-Buenos días, Érika- respondió él –y que bueno que llegaste porque me estaba preguntando si ya habrías pasado o no.
-¿y por qué te preguntabas eso? ¿Me estás esperando?-
-Si, estaba esperándote. ¿No te parece extraño que yendo para el mismo sitio, por el mismo camino, nos vayamos solos -No. No me parece extraño, muchos lo hacen. Estuvo a punto de decir pero se mordió la lengua.
-¿Entonces, estás sugiriendo que nos vayamos juntos a la escuela.
-Si, esa es una buena idea ¿No crees? -
Lo pensó un momento. Hace unos momentos estaba pensando en cómo sería estar otra vez lejos y ahora resultaba que él (aunque no fuera consiente de ello) estaba haciendo algo que les permitiría pasar un ratito juntos aunque no fuera estudiando. Debía negarse a eso rotundamente, pero una parte de ella quería tenerlo cerca todo el tiempo posible.
-Si, es buena idea- la sonrisa de Rafael se ensanchó y empezaron a caminar. Claro que ella tuvo que bajar de la bicicleta para ir al mismo ritmo.
-¿Cómo estás con respecto a los exámenes?
-Pues, estoy casi seguro de que pasaré con buena nota. Gracias a ti, claro. Me has ayudado bastante a manejar los temas.
-Ha sido interesante estudiar contigo.
-¿Interesante?- alzó una ceja para enfatizar su pregunta.
-Si, es que somos tan diferentes que… bueno, en un principio no sabía que esperar y siendo sincera, ahora tampoco. Eres impredecible.
-Eso es raro, porque yo pienso lo mismo de ti. Eres impredecible y eso me gusta- El aire abandonó sus pulmones y tuvo que voltear a verlo. Tenía que haber escuchado mal porque era imposible que acabara de decir lo que ella creía.
-¿Te… te gusta?
-Si- la miró ojos -me gusta que seas así, aunque claro que me gustaría descubrir el por qué de tanto misterio y de tanta… ¿Timidez?
-No soy tímida.
Él le sonrió divertido.
-A mi si me lo pareces.
-Pero no lo soy.
-Estás bien, está bien- alzó los brazos en señal de rendición -No eres tímida, pero no puedes negar que lo pareces.
-Si, me lo dicen mucho, Juana en especial- se encogió de hombros. Era selectiva y no hablaba con todo el mundo por eso se había ganado la reputación de tímida y de muchas otras cosas que no venían al caso.