-Érika, ¿Qué haces?- la susodicha levantó la vista de la hoja en blando y miró a Juana.
-Unos dibujos que me encargaron.
-Por Dios, chica, hoy es el juego de fútbol más importante de la escuela. Todos están en la cancha, tienes que ir para allá.
-Ve tú si quieres, yo ya me enteraré luego de lo que pase.
-Vamos, será solo un ratito y te vas a divertir- puso sus manos en forma de súplica.
Érika soltó un suspiro largo.
-Está bien- dijo derrotada.
Recogió sus cosas y juntas emprendieron el camino hacia la cancha. No era cierto que todos los demás están allí, pero la gran mayoría de estudiantes si se encontraban vitoreando a sus respectivos equipos.
Subieron a las gradas, pero había tantas personas que dudaba encontrar donde sentarse, sin embargo luego de un rato buscando una voz llegó a sus oídos entre la multitud.
-¡Érika! ¡aquí arriba!
Lo buscó entre la gente y lo encontró en uno de los asientos más altos, agitando las manos sobre su cabeza. Cómo era de esperarse en él, una sonrisa adornó sus rostro en cuanto cruzaron miradas.
Ella le sonrió también.
-Mira la sonrisa que pones y luego dices que no te gusta.
La codeó Juana.
-Deja de decir tonterías. Solo le estaba devolviendo la sonrisa.
-Claro, porque le devuelves la sonrisa a todo el que te sonríe.
-Vamos a sentarnos. -Su amiga la miró con un gesto que le anunciaba que se había dado cuenta de la evasión de tema.
-Vamos -Terminó por decir y empezaron a caminar entre todos los estudiantes hasta llegar a donde estaba Rafael.
Habían dos espacios vacíos. Juana fue la primera en sentarse y le lanzó una sonrisa divertida a Érika, cuando esta miró casi con horror que le había dejado el espacio que quedaba justo en medio de ella y el chico del que se estaba enamorando.
Finalmente, se sentó sin pensar mucho en la cercanía de sus cuerpos porque, a fin de cuentas, ya habían estado así muchas veces mientras estudiaban y ahora no había ninguna diferencia más que el hecho de que ella ya sabía porque su corazón se aceleraba tanto cuando estaba junto a él, porque su perfume le parecía el mejor del mundo y por qué su cuerpo se alteraba cuando sus manos se rozaban.
-Gracias por llamarnos- le dijo al chico al ver que este la miraba extraño.
-No hay de qué- sonrió y volvió a ver el juego.
Los cuarenta minutos que habían estado allí Érika se sintió fuera de lugar. Todos gritaban, animaban a algún equipo, ofendían a los oponentes de vez en cuando y lamentaban cada fallo, mientras que ella sólo miraba como si aquel fuera un programa de televisión de esos donde solo hay un presentador hablando sin mucha emoción en la voz.
No era fanática del fútbol, solo estaba allí porque a veces le resultaba difícil decirle que no a Juana y claro, no podía irse ahora que estaba allí o bueno, si, si que podía.
Cuando todos se levantaron a vitorear un nuevo gol, ella hizo el ademán de empezar a caminar, pero sus pies se enredaron sobre sí mismos y al segundo siguiente estaba perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas hacía el concreto que les servía de asiento mas apenas pensó en estirar las manos para protegerse cuando sintió que la sostenían de la cintura y la halaban hacia adelante. Al segundo siguiente su cuerpo impactó contra el de Rafael.
Cuando estuvo estabilizada otra vez lo tenía muy, muy cerca (pegado a ella), y sus manos seguían sembradas en su cintura quemándola intensamente.
-Gra…gracias- le dijo y aunque estaban muy cerca, por un momento creyó que él no la había escuchado entre todos los rugidos de las personas que seguían voceando como locas a su alrededor.
Él bajó su rostro hacia ella poniéndola más nerviosa de lo que estaba (si es que eso era posible) y le dijo al oído.
-Fue un placer- los pelos se le erizaron.
Érika finalmente volvió al presente y al darse cuenta de donde estaba y de las personas a su alrededor se alejó de él con cuidado y abandonó la idea de irse aunque ahora parecía más tentadora que antes.
…
-¿Qué fue eso?- preguntó Juana cuando iban de vuelta a las aulas.
-¿Que fue qué?
-No te hagas la boba ¿Qué fue lo que pasó entre tú y Rafa?- las mejillas se le tiñeron ligeramente de rojo.
-Nada, solo me salvó de caerme.
-Si, claro y por eso estás como un tomate- sus mejillas ardieron mucho más.
-Esa es la verdad.
Juana le dirigió una mirada con los ojos entre cerrados como queriendo leer su rostro.