Silencios que matan - El rostro del dolor

Capítulo 2: Entre música y pesadillas

Al final, Érika se quedó en casa.

Sus padres se habían ido al trabajo cuando regresó así que no se enterarían que no había ido a clases y, siendo francos, tampoco creía que les pudiera importar.

Se encerró en su habitación y se puso los audífonos a todo volumen. La música que escuchaba siempre era triste y depresiva, porque se veía reflejada en la mayoría de sus letras.

Miró al techo un buen rato y no supo cuándo o cómo, pero se quedó dormida.

En sus sueños ella corría en todas las direcciones, alguien la estaba persiguiendo y no podía huir de él porque se le aparecía en frente una y otra vez, Érika tomaba otro camino y allí estaba, repetía el movimiento y volvía a encontrarlo, hasta que se vio indefensa y rodeada por un grupo de hombres con el mismo rostro, estos empezaron a acercarse, a romper violentamente su ropa y…

Se despertó con el pulso acelerado.

Los audífonos seguían sonando, se los quitó y apagó la música.

Salió afuera.

Seguía sin haber nadie en casa pues apenas eran las once de la mañana y sus padres llegaban después de las seis de la tarde.

Se sentó en el mueble y una imagen le vino a la mente: el chico de pelo largo.

Su mirada la había sorprendido porque siendo un desconocido parecía más preocupado por ella que esa gente que la conocía desde que había llegado al mundo.

Fue a su habitación nuevamente, tomó su cuaderno y empezó a dibujar ese rostro que le había hecho alargar más su sufrimiento, aunque sea por unos días, hasta que vuelva esa desesperación que la agarraba cada cierto tiempo y que le imploraba que saltara ya al precipicio.

Así pasaron los segundos, los minutos y las horas, y ella seguía trazando líneas delicadas que formaban parte de una abundante media melena rubia.

Al terminar su obra se quedó mirándola maravillada, había mejorado bastante en el dibujo en estos últimos años y aquél parecía una fotografía a blanco y negro.

***

La primera en llegar a la casa fue su madre.

Érika estaba mirando la televisión en la sala y la escuchó preguntar cómo le había ido en la escuela, pero sabía que en realidad no le importaba, así que simplemente respondió “bien” y siguió en lo suyo.

Al rato llegó su padre y saludó con el mismo tono de quien da la mala noticia de que la abuela se murió. Parecía que le disgustaba llegar a casa, porque siempre lo hacía con el mismo ánimo de quién es obligado a hacer algo. Luego de su saludo rutinario, subió a su habitación y, mientras él se bañaba, Érika y su madre pusieron la mesa cruzando el menor número de frases posibles.

Cenaron los tres juntos y solos a la vez, pues ninguno era consciente de que el otro estaba allí.

Su padre se las arregla para comer con la vista fija en el celular, su madre miraba la televisión que estaba colocada a unos cuantos metros de distancia y ella jugaba con la comida que quedaba en su plato.

Apenas había comido en todo el día, pero seguía sin apetito.

Finalmente, luego de cansarse de darle vueltas a la cuchara, se retiró, y si sus acompañantes se percataron de que lo hizo, no dieron señales de ello.

—Es increíble cómo cambian las cosas —pensó.

Antes comer en familia era algo increíble y ahora, le parecía tan patético que siempre se preguntaba por qué seguían haciéndolo.

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Aquí termina un suspiro más de esta historia, ¿qué parte se quedó contigo? Cuéntamelo abajo 💖💬.




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