Al ir al colegio al día siguiente, Érika se enteró de una noticia que no le importó demasiado, aunque sí la llevó a preguntarse cómo era posible que hubiese pasado si ya llevaban casi tres meses de clases. No encontró respuesta, pero los hechos estaban ahí.
Había un chico nuevo en su clase.
Eso le estaba contando Juana, con la emoción de una niña pequeña al recibir un regalo nuevo. Ella solo asentía y analizaba cada palabra que escuchaba.
Al parecer el tal Rafael era la nueva sensación de la escuela en estos momentos.
—¿Cómo sabes que es nuevo en el barrio? —preguntó.
—Es que estaba hablando con él ayer y se lo pregunté —habló Juana como quien explica algo común y corriente, luego su tono adquirió entusiasmo nuevamente, y dijo entre brincos. —Deja que lo conozcas es un amor de persona, tiene un pelo increíble y unos ojos que te mueres. Es un bombón.
—Wow, veo que has mejorado con las descripciones. Lo digo porque a este sí le has encontrado tres cualidades además de “es un bombón”.
Juana puso cara de ofendida y se llevó la mano al pecho.
—¡Santo!, hablas como si yo dijera esto de cada muchacho que conozco.
—Es lo que haces.
—Lo hago con los que me gustan, no con todos. Además, Rafael no es como los demás.
Ella rodó los ojos. Aquí vamos otra vez.
—Él es la perfección hecha hombre, es divertido, amable, y… ¡ya quiero que lo conozcas!
Cuando su conversación acabó, ambas chicas sentaron en uno de los bancos del patio cada quien en su propio mundo. Eso era parte de su rutina diaria: llegar y sentarse en uno de ellos a conversar de lo que sea que le viniera a la mente, o simplemente a estar sentadas una junto a la otra mirando el teléfono.
Al poco tiempo de estar haciendo lo segundo, alguien apareció frente a ellas. Érika levantó la vista y se encontró a Alexandra, con las manos unidas frente a su rostro, en forma de súplica.
—Érika, por favor, necesito tu ayuda. Te voy a pagar lo que quieras, lo prometo.
Ella suspiró.
Se dedicaba a hacer algunos trabajos en la escuela a cambio de dinero, pero a veces hasta eso le molestaba, pues se supone que las cosas así se hacen de vez en cuando, no cada vez que hay una prueba. Al parecer alguien no le había informado eso a Alexandra.
—¿Qué quieres? —preguntó dejando de lado el teléfono.
—La última práctica de historia. La de la segunda guerra mundial
—Pero eso lo pusieron hace dos semanas y es para mañana
—Ya lo sé —dijo Alexandra en el tono que siempre usaban para tratar de convencerla. Uno que irradiaba arrepentimiento y súplica a la vez. —Pero es que he estado muy ocupada últimamente, además, me daba pereza hacerla y no me sabía nada.
Érika lo pensó un momento. Ella siempre venía con la misma excusa, pero por lo menos decía la verdad. Era muy vaga para lo que a clases se refería.
—Porfa, ayúdame, que tengo muchas tareas atrasadas que adelantar y no puedo con todo. Si quieres hasta te pago hoy mismo. Lo prometo.
—Bien, veré qué hago. Luego hablamos de precio.
—Gracias —el rostro de la morena se iluminó y le dio un abrazo rápido. —Eres un amor —dicho esto, se dio media vuelta y se fue dando saltitos ridículos.
—¿Vas a hacerle la tarea otra vez? —preguntó Juana, como si no hubiese escuchado la conversación.
Ella asintió en respuesta.
—Deberías dejarla que se queme. Es una irresponsable de primera y se aprovecha de ti…
—No se aprovecha de mí —la interrumpió —me paga al igual que todos. Además, no puedo dejar que se queme sería cruel y sé que lo piensas.
Juana suspiró cansada.
En cierto punto, su amiga tenía la razón, ella no debería seguir haciéndole las tareas a Alexandra, pero era difícil negarse, sobre todo porque estaba ahorrando dinero y eso la ayudaba mucho.
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Gracias por ser parte de este viaje emocional conmigo, ¿qué te dejó este capítulo? Cuéntame, te leo con cariño 💬🌷.
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Editado: 26.06.2025