Luego de almorzar, Érika subió al tercer piso y se sorprendió al ver que Rafael ya estaba allí. Se había atado el cabello en un moño muy desaliñado, y estaba chocando un lápiz contra el suelo repetidas veces mientras leía un cuaderno. Sin embargo, en cuanto sintió su presencia levantó la vista y le sonrió.
Ella levantó la mano en forma de saludo y procedió a sentarse a su lado, en el suelo. Unos pocos centímetros quedaron de por medio entre ellos, pero igual se recriminó mentalmente por no haber calculado bien la distancia para estar más lejos.
Paseó la mirada por el pasillo y se arrepintió de haber propuesto estudiar allí porque a esa hora casi no había nadie rondando por él. Además, una pared de concreto a la altura de dos sillas, una sobre la otra, impedía que las personas que no estuvieran en dicho pasillo los vieran si ellos estaban sentados. Tenían demasiada privacidad.
—Pensé que tardarías un poco más —comentó, sacándola de sus pensamientos.
—No me gusta perder el tiempo —dijo, como si eso lo explicara todo —¿por dónde empezamos?
Solo quería levantarse y salir corriendo cuanto antes. No se sentía cómoda estando con las chicas y con los chicos ese sentir se multiplicaba por tres.
—Estuve revisando este cuaderno y creo que manejo el primer tema, así que… ¿qué tal si iniciamos con la Guerra de la Restauración?
—Genial. Creo que tomé algunos apuntes de eso alguna vez —dijo mientras abría su cuaderno para empezar a hojearlo —Aquí están —se lo extendió en la página indicada y él permaneció unos minutos leyendo.
—¿Qué sabes de esto? —soltó sin previo aviso y Érika lo miró cómo si no hubiese entendido la pregunta. Él asintió y le hizo una señal con la mano recalcando sus palabras.
—Bien. Sé que fue un conflicto armado que ocurrió entre 1863 y 1865 tras la anexión a España…— habló por unos cuantos minutos y Rafael se limitó a escuchar y asentir.
De vez en cuando sonreía ligeramente haciéndole notar a Érika que le interesaba el tema. A ella le gustó eso porque sentía que no estaba diciéndolo todo en vano.
—Wow, sí que lo manejas muy bien. —soltó, en cuanto ella dio por terminada su exposición.
—Se podría decir que sí, aunque, en realidad, olvidé mucho desde la última vez que lo leí.
—¿Te gusta la historia?
—No, es mi asignatura menos favorita.
—¿Enserio? Cualquiera que te escuche hablar de la forma en que lo acabo de hacer yo, lo dudaría.
—¿Qué te puedo decir? Estudio mucho.
—Qué bueno que lo haces porque yo aprendo mucho mejor escuchando las cosas. Mi mente es como una grabadora.
Ella lo miró con la ceja levantada.
—A ver. ¿qué recuerdas de lo que acabo de decir? —preguntó.
Rafael negó con la cabeza mientras mostraba sus dientes perfectamente blancos.
—¿Quieres poner a prueba a mi memoria? —continuó con la misma sonrisa —Está bien. Dijiste que Guerra de la Restauración se caracterizó por….
Empezó a hablar del tema y por poco la deja boca abierta porque lo repitió todo, no en el mismo orden y tampoco con sus mismas palabras, pero lo dijo todo.
—Increíble —soltó Érika más para sí misma que para él.
—Gracias.
—Vamos a centrarnos en las fechas y los nombres importantes, que es lo que la profesora suele poner mucho en sus exámenes.
—Bien…
En un abrir y cerrar de ojos, pasó la hora del almuerzo y Érika se dio cuenta de que no había sido tan malo como había pensado y, si bien la incomodidad que sintió al principio no la abandonó del todo, si disminuyó notablemente luego de estar unos 20 minutos junto a Rafael.
***
Apenas llegó a casa esa tarde, recibió un mensaje de Juana preguntando si habían dejado muchas tareas. Le envió los mandatos y entró al baño.
Esta vez no lloró al ver su cuerpo, es más, dudaba haberlo visto siquiera. Estaba tan distraída pensando en su día que se había bañado en piloto automático.
En cuanto estuvo vestida, tomó un lienzo y empezó a dibujar una idea que le había llegado a la mente en el baño. Le llevó unas dos horas terminarlo, pero al final lo miró y quedó satisfecha con su trabajo.
Había una pareja de jóvenes sentados una al lado del otro. Un montón de hojas y lápices adornaban el suelo, pero no se daban cuenta de aquello porque estaban ocupados sonriéndose mutuamente.
Allí, en su habitación y frente a ese dibujo lleno de felicidad, Érika sonrió, y tras contemplar unos momentos más su obra, una lágrima se deslizó por su mejilla. Lo que había expresado sobre aquel lienzo era justo lo que ella nunca tendría.
Agarró su teléfono, tomó una fotografía del nuevo cuadro y lo publicó en una página de venta.
Había vendido ya muchas de esas historias que, de vez en cuando, manaban de lo más profundo de sí misma irradiando una felicidad que no sabía de dónde sacaba su mente porque en realidad ella no la sentía.
Esa noche se acostó y tuvo otra pesadilla, pero esta era diferente a las anteriores: Ella estaba frente al puente donde iba a quitarse la vida y cuando se lanzó a la nada, su despertador sonó despertándola.
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Editado: 26.06.2025