—No debiste haberle dicho que podía ayudarlo —le estaba reclamando Érika a Juana.
Estaban en la escuela en el mismo banco de siempre.
—Ay, mana, ¿qué querías que hiciera? Lo vi muy ajetreado con todo ese rollo de la clase. Además, tú ayudas a casi todos en el curso. ¿Por qué no lo harías con él?
—Ni siquiera lo conozco.
—Bueno, ya lo estás conociendo, ¿o no? ¿Qué es lo que tanto te molesta?
Que supiera que estuvo a punto de quitarse la vida y que la hubiese detenido el único día en que se sentía con el suficiente valor para lanzarse al vacío, eso era lo que le molestaba, y si bien Rafael no había mencionado el tema, a veces, ella lo veía observándola y no creía que hubiera otra razón para que lo hiciera aparte del que estuviera pensando en ello e imaginando que había ido al puente por su culpa.
Soltó un suspiro.
—Bueno. Ya acepté ayudarlo y no voy a echarme para atrás.
—Ciertamente, podías decirle que no desde el principio, pero no lo hiciste. Y si yo fuera tú tampoco lo hubiera hecho. Por Dios, sólo míralo —habló observando algo por encima de su hombro.
Érika se dio la vuelta para mirar en la misma dirección. Rafael venía hacia ellas con su típica sonrisa.
—Es el chico más lindo y tierno de la escuela— volvió a hablar Juana—, todas las mueren por salir con él, y tú tienes el privilegio de poder hablarle casi todos los días —al terminar de decirlo, Rafael ya estaba muy cerca de ellas.
—Buenos días —dijo el chico.
—Buenos días —respondieron al unísono, pero Érika estaba casi segura de que no la había escuchado.
—Oye, ¿ya tienes equipo para el proyecto de biología? —agregó Juana y su amiga empezó a rogar porque él dijera que sí tenía, ya que sería demasiado tener que trabajar con él en el proyecto.
—No, aún no me he integrado a ninguno —respondió el chico y deslizó la mano por su cabello.
Las amigas cruzaron miradas y una de ellas le rogó a la otra que no hiciera lo que estaba pensando, pero esa súplica silenciosa no sirvió de nada.
—Puedes unirte a nosotras si quieres. Nuestro grupo es el que menos integrantes tiene en el curso —el rostro de Rafael le iluminó
—¿Ah sí?
—Sí, solo somos Érika y yo. No nos molesta que te unas.
Él levantó las cejas y dirigió su vista hacia la chica, que solo clamaba hacia el cielo que la sacaran de allí.
Aunque el contacto visual duró apenas unos segundos, a ella le pareció una eternidad y tuvo que obligarse a mantenerle la mirada.
No era tímida en absoluto, pero sentía que esos ojos grises podían ver hasta el fondo de su ser.
—Gracias, me agrada la idea de trabajar con ustedes— volvió a mirar a Juana, y Érika soltó el aire que no sabía estaba reteniendo —¿Tienen algo planeado?
—Sí, y vamos a empezar a reunirnos fuera de la escuela para trabajar en ello —respondió Juana.
—¿Dónde?
—Aún no lo hemos coordinado —el timbre sonó anunciando que era hora de formarse para el acto cívico—. Al rato nos ponemos de acuerdo.
Rafael asintió y los tres empezaron a caminar hacia donde todos se estaban reuniendo.
***
—La verdad es que me llenas de intriga por tu forma de ser tan tranquila. Yo no podría estar tranquilo mucho rato y callado menos. Necesito moverme, estar con la gente. Ya sabes.
—Sí, entiendo a qué te refieres —dijo Erika sin saber que más agregar. Ella nunca se había detenido a estudiar su forma de ser y que Rafael lo hiciera solo la hacía ponerse un tanto nerviosa.
Tenía muchas cosas que esconder.
—¿Cómo fue que te dejaron entrar a esta altura del año? —soltó para desviar el tema.
—No tengo idea, mi mamá fue quien lo consiguió. Yo estaba de lo más cómodo con solo el fútbol en la cabeza y, de repente, llegó un día y dijo “mañana irás a clases” —trató de imitar la voz de su madre y le sacó una sonrisa a la chica. —Aunque, me alegra no haber perdido precisamente mi último año.
—Es bueno que no lo hayas perdido, ¿seguimos? — preguntó levantando el cuaderno de matemáticas para que supiera a qué se refería.
Rafael movió la cabeza de forma afirmativa.
—Aquí sí tendrás que ir desde cero. No he visto esos temas en mi vida—. Agregó.
—Entonces, primero tengo que recordarlos bien, así que déjame revisar.
Estaban sentados en el piso, uno junto al otro, a una distancia más que prudente, pero él quitó el cuaderno que había entre los dos y se acercó a ella para mirar el cuaderno también.
Érika sintió como el calor subía por su cuerpo, sintió como el aire empezó a escasear y su enfoque dejó de estar en las operaciones que tenía en frente. No había levantado la vista de las hojas, pero tampoco era consciente de lo que veía.
—Eso lo entiendo —dijo el chico, de un momento a otro y señaló con su dedo el ejercicio al que se refería—. Pero cuando llega aquí todo se complica, no sé de dónde salió ese seis y ese tres.
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Editado: 26.06.2025