¿Hay algo peor que sentirte insegura en tú propia casa? Erika, sin duda, pensaba que no.
Se levantó más temprano que nunca aquel día para salir de la casa incluso antes de que su familia siquiera pensara en despertar, pero Gabriel fue más astuto. Nunca dejaba pasar la oportunidad de ponerle las manos encima y estaba claro que ese día tampoco lo haría.
Así que cuando ella despertó, él ya lo había hecho hace rato y cuando entró al baño ya la estaba esperando allí, sin embargo, Érika sintió su presencia muy tarde pues ya estaba desnuda, pero, aunque no lo hubiese estad las cosas hubiesen sucedido igual. Lo sabía.
Todo pasó muy rápido, en apenas unos minutos poseyó su cuerpo, le dejó marcas en la piel que solo ella vería y un mensaje que a estas alturas de juego no tenía importancia.
—No quiero volver a verte con ningún idiota, ¿me entendiste? eres mía, solo mía y si me entero de que intentas burlarte de mí, algo muy malo va a pasar. —Dicho esto, se marchó.
Érika se quedó en la misma posición unos minutos sintiendo asco por sí misma, odiando el mundo, su vida y su cuerpo. Las lágrimas se amontonaron en sus ojos, pero las limpió y entró a bañarse como si nada. Esta había sido la última vez, no iba a derrumbarse.
Se alistó y salió en la bicicleta, que había dejado de usar desde que iba con Rafael a la escuela. No era tan temprano, pero sí lo suficiente como para que muy pocas personas anduvieran en la calle, lo suficiente para que al pasar por la casa del chico que le gustaba él no estuviera esperando, y lo suficiente para que nadie la salvara esta vez.
Pedaleó a toda velocidad y en apenas unos minutos llegó a su destino, luego tomó el camino de tierra que conducía hacia debajo del puente, dejando la bicicleta a un lado.
Se acercó a los hierros que separaban su mundo de la nada, subió sobre ellos y se quedó allí unos dos minutos, o quizás diez. En realidad, no sabía.
Su vista estaba concentrada en toda el agua que se veía a lo lejos. Solo tenía que dejarse caer hacia adelante, simplemente eso, darle un impulso a su cuerpo y dejar que la gravedad hiciera lo suyo. Pero no podía.
Quería acabar con todo, pero no con su vida, quería que parara el dolor, pero no que su corazón dejara de latir, quería dejar de ver a Gabriel, pero no quería dejar de ver a Rafael ni a Juana. Ellos la mantenían agarrada a la vida.
Y justo en ese momento, en que una parte de su mente la bombardeaba con basura para darle el impulso que necesitaba, otra parte la bombardeaba con recuerdos de ellos dos para que se alejara allí. No sabía qué hacer, además de dejar salir sus lágrimas, unas lágrimas que no se había dado cuenta en qué momento se formaron en sus ojos.
Por su mente pasaban, como una película, todos besos forzados de Gabriel que la llenaban de asco, las discusiones sin sentido con Juana que le hacían girar los ojos y abrazos de Rafael que le devolvían el aliento, las amenazas llenas de odio que había recibido, las conversaciones cargadas de drama que había tenido y las sonrisas que últimamente iluminaban sus mañanas, los días de encierro en su habitación en las que las llamadas de su amiga que le devolvía el ánimo… y la salida de la noche anterior.
No pudo hacerlo.
Se bajó lentamente luego de que esa parte de su mente que quería salvarla ganara la pelea. Tomó su bicicleta en manos y empezó a subir sumida en sus pensamientos. ¿De verdad valía la pena seguir viviendo ese infierno que muchos llaman vida? ¿de verdad valía la pena volver a casa sabiendo que a la mañana siguiente se repetiría lo mismo y volvería a odiarse a sí misma? ¿De verdad valía la pena seguir viendo a Rafael cada día sabiendo que se alejaría en cuanto descubriera la verdad? Estaba dispuesta a averiguarlo.
Iba mirando hacia el suelo cuando salió del caminito de tierra y estuvo nuevamente sobre el puente, por eso no reparó en la presencia de Rafael, hasta que él habló.
—Erika ¿Qué… qué hacías allá abajo?
Sus miradas se juntaron. La de ella estaba llena de dudas y la de él… de terror.
La chica negó con la cabeza y antes de pensar en responder él la estaba abrazando con si fuera un salvavidas que necesitaba para mantenerse a flote. La bicicleta cayó al suelo cuando ella dejó de sostenerla para aferrarse a Rafael y sentir la tranquilidad que le producía estar en sus brazos.
—No vuelvas a ir allá abajo, por favor, si pasa algo yo… no sabría qué hacer sin ti, no lo hagas.
—Estoy bien.
—¡No, no estás bien! —se alejó enojado —si estuvieras bien no hubieras ido allá de nuevo —señaló el lugar con el dedo —Si estuvieras bien no andarías cabizbaja la mayor parte del tiempo, si estuvieras bien… Arrrg —se pasó la mano por el pelo desesperado.
Parecía furioso, preocupado y decepcionado al mismo tiempo.
Empezó a caminar de un lado a otro con los puños apretados mientras que ella permanecía mirándolo con curiosidad. Nunca lo había visto así y no estaba preparada para hacerlo.
—Estoy bien —volvió a decir.
Él se acercó de nuevo.
—No me mientas más.
Su voz salió fría e irreconocible, sus ojos grises gritaban de rabia y sus manos aprisionaron las de ella llevándola por un momento al pasado. Y es que cada uno de esos detalles la hicieron dudar de la persona que estaba mirando y, por un segundo, a quien vio frente a ella no fue Rafael... sino a Gabriel.
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Editado: 19.06.2025