Silencios que matan - El rostro del dolor

Capítulo 24

El camino de regreso se hizo eterno, sobre todo porque Érika ni siquiera se estaba dirigiendo a su casa, sino a la de Rafael, luego de haberlo rechazado, de salir huyendo de él como si fuera una lunática, de contarle su mayor secreto y de darle toda su confianza.

Las posibilidades de que las cosas saliera mal eran muchísima y su mente se las estaba ingeniando para presentárselas una detrás de otra sin ningún tipo de piedad, ella no quería que nadie saliera herido por su culpa, pero tal vez ya era tarde y aunque no podía devolver el tiempo y regresar las palabras que había soltado a Rafael, lo deseaba con todas sus fuerzas.

Sintió como una mano se posaba en su hombro y en seguida levantó la mirada para encontrarse con unos ojos grises que trataban de infundirle calma.

—Llegamos —anunció entonces Rafael y ella miró a su alrededor. Realmente estaban frente a la casa de él y ni siquiera lo había notado porque iba tan perdida en su mente que habría seguido de largo con la mirada en el piso si él no la hubiese detenido.

Asintió sin saber qué decir y el chico le sonrió con la misma ternura de siempre.

—Todo va a salir bien, ¿ok? Confía en mí.

—Confío en ti —alcanzó a decir intentando con todas sus fuerzas que su voz no estuviera temblando tanto como su mundo interior.

En esos momentos tenía unas ganas dolorosas de abrazarlo porque sabía que eso la haría sentir la calma que necesitaba, pero ahora que Rafael sabía lo que ella venía cargando por tanto tiempo, no se sentía tan a gusto a su lado, rehuía sus ojos lo más posible y apenas le había hablado desde que salieron de la escuela. El problema no tenía nada que ver con él sino con lo que ahora sabía de ella.

Entraron al hogar y permanecieron juntos hasta que unos minutos más tarde llegó Juana.

—¿Para qué me necesitan? –preguntó en cuanto llegó, mientras miraba extrañada que sus compañeros seguían con el uniforme.

Rafael y Érika se miraron fijamente. La chica suspiró y le tocó el hombro a su amiga.

—Juana, me voy de mi casa. Las razones son difíciles de explicar, pero no puedo regresar nunca, por lo que necesito que acompañes a Rafael por algunas de mis cosas— dejó pasar unos segundos en los que esperaba una reacción, pero no la obtuvo —solo tienen que tomar una maleta que está debajo de mi cama, mis materiales y el dinero que está en una caja en el armario. Lo demás no importa.

Juana permaneció en silencio unos segundos antes de echarse a reír como si acabara de escuchar el mejor chiste de la historia.

—Esa es la mejor broma que he escuchado —se llevó la mano al vientre y siguió hablando con dificultad mientras reía —por Dios, ¿tú? ¿Irte te de la casa? Si apenas sales de ahí.

Érika permaneció con el semblante serio.

—No es una broma. No puedo regresar a mi casa y tampoco quiero hacerlo. Sé que no es tu problema, pero sabes dónde están mis cosas y no tengo a nadie más a quien pedir ayuda.

—No digas tonterías, Érika. No tienes que dudar en pedirme ayuda. Eres como una hermana para mí y tus problemas son los míos. —Escuchar a su amiga ha hizo quedarse sin palabras, entonces Juana la abrazó, provocando que empezaran a formarse algunas lágrimas en sus ojos.

Al separarse el recuerdo del peligro de la situación la hizo empezar a hablar muy rápido.

—Tienen que apurarse, mi madre llegará del trabajo en tres horas y no sé si Gabriel esté ahí —al decir lo último miró a Rafael porque la advertencia era específicamente para él —tengan cuidado.

Juana abrió la boca para decir algo, pero al mirar a sus compañeros, volvió a cerrarla y empezó a alejarse junto al chico, ahora con un semblante preocupado.

...

Cuarenta minutos después, Érika, quien ya estaba a punto de quedarse sin uñas por mordérselas, casi salta de alegría al ver llegar a Juana y Rafael. Salió a su encuentro a media calle y ayudó a sus amigos a entrar todo a la casa del chico.

Mientras organizaban lo que ellos lograron cargar, Juana apartó a Erika y la acusó con el dedo.

—¿Hiciste algo ilegal y por eso te vas de tu casa? ¿Robaste un banco o algo así? Estoy dispuesta a ayudarte, pero necesito saber la verdad, ¿de dónde salió todo ese dinero?

Érika no pudo evitar reír al ver que llegó a semejante conclusión.

—No hice nada malo. Ese dinero son mis ahorros de un año entero —la mirada de su amiga se tornó incrédula —¿Ves los cuadros? —preguntó señalándolos con la mano.

Juana asintió con la cabeza.

—Pues hay una página donde los publico y los vendo, y he ahorrado cada centavo de las ventas porque sabía que tarde o temprano esto pasaría. Eso es todo, el dinero no tiene nada que ver con mi huida.

—¿De verdad? ¿No andas metida en problemas con la ley ni nada así?

Negó con la cabeza.

Quisiera decirle todo de una vez, pero ya se había abierto con Rafael ese día y le resultaría excesivo y doloroso volver a repetir mental y verbalmente lo que le había pasado. Además, conocía a Juana, ella no la presionaría para hacerlo si no estaba preparada y eso le daba un poco de paz.

—Te voy a responder todas las dudas que tengas, pero este no es el mejor momento para ello, ahora necesito pensar lo que voy a hacer con mi vida.




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