Silencios que matan - El rostro del dolor

Capítulo 31

Un sonido estruendoso anunció que la madera había cedido ante golpes y la entrada había quedado expuesta, ante su caída. Gabriel estaba adentro de la casa.

Érika lo sentía moverse de aquí para allá y con cada objeto que retumbaba al ser arrollado contra la pared o el suelo, su corazón se aceleraba más.

Los pasos se acercaron a la puerta de la habitación donde estaba escondida y, luego, se escuchó un golpe crudo que hizo vibrar todo él espacio. Él la había pateado. Lo hizo otra vez y le despegó el soporte de arriba dejándola de lado. Érika vió cómo su refugio caía y solo pudo empezar a llorar mientras se abrazaba a sí misma en el suelo.

El polvo levantado por el impulso de la puerta al caer, llegó hasta la esquina donde estaba erizándole la piel y haciendolá temblar. Estaba perdida.

Gabriel se acercó y la levantó como si no fuera nada y de un golpe la mandó de nuevo al piso, provocando que un dolor pulsante se apoderara de su cuerpo antes de recibir el primer golpe de su puño en el vientre.

—Te advertí que no jugaras conmigo. Te dije que no te quería ver con alguien más y que no podías contarle nada a nadie. Ahora vas a pagar las consecuencias, y en cuanto acabe contigo, lo iré a buscar a él.

La agarró del cuello y, esta vez, comenzó a apretarlo como nunca antes. El aire le dejó de circular y ella empezó a forcejear con todas sus fuerzas.

Desesperada, le dio una patada en la entrepierna y él cayó al suelo, los segundos suficientes para que se recuperara un poco y saliera a la sala tratando de huir. Una vez allí, se encontró con Rafael y lo abrazó agradeciendo que hubiese llegado, pero la felicidad duró poco porque en ese instante el hombre salió de la habitación.

Ella vio con horror como volvía a acercarse e intentó escapar, pero él la agarró y la lanzó al suelo. No pudo ponerse de pie de una vez. Todo su cuerpo le dolía. Pero eso no fue lo peor, sino que Rafael al verla en el suelo, empezó a luchar con el hombre y en pocos minutos le dio tantos golpes que la boca le empezó a sangrar. Sin embargo, en un movimiento rápido él sacó un arma y le apuntó a la cabeza.

El tiempo se detuvo.

Érika empezó a gritar con desesperación que lo soltara, asegurando que él no tenía la culpa. Todo esto estaba pasando por ella y no podría vivir con eso en la cabeza, aunque lo único que le quedara de vida fueran unos minutos o unas horas. Sería demasiado doloroso perderlo.

El chico se quedó quieto mirando a la persona que empuñaba el arma. Luego desvió la mirada para encontrar la de su novia, y al cabo de unos instantes en los que observó todas las lágrimas en sus ojos y en los que sin palabras le dijo un montón de cosas, cerró los ojos.

Gabriel le dio un cachazo con la pistola mandándolo al suelo. Ella se levantó como pudo y corrió hacia su novio, pero el hombre la lanzó nuevamente al suelo con más fuerza. Luego, dejó el arma sobre la mesa y comenzó a acercarse mientras ella retrocedía en el suelo.

Lo había vivido tantas veces que sabía de memoria la escena que vendría a continuación, pero esta vez algo era diferente. Esta vez, luchó con todas sus fuerzas. Pateó, mordió, empujó, para librarse y evitar que la aprisionara contra el suelo. Cuando comprendió que no había nada que hacer, dejó de luchar y se resignó, como tantas veces lo había hecho antes.

Apretó los ojos.

Él agarró su blusa y la empezó a romper sin dificultas, entonces un golpe resonó a su alrededor.

Érika sintió como el peso de Gabriel abandonaba su cuerpo y escuchó como los golpes seguían resonando. Cuando abrió los ojos, vio a Rafael luchando de nuevo, dando puñetazos y patadas. Descolgó un cuadro que había en la pared y se lo desbarató en la espalda al hombre logrando que soltara una maldición y se quedara doblegado un momento.

Ella se levantó de nuevo, llena de furia, y atacó con toda la fuerza que le quedaba. Sin embargo, Gabriel la apartó como si fuera una muñeca de trapo y volvió a centrarse en golpear a Rafael. Cuando volvió a ponerse de pie, el hombre sostenía a su novio del cuello mientras este le daba puñetazos en la mano. Su cara estaba adquiriendo un color rojo intenso y sus golpes volviendose más lentos a cada segundo.

Vio la pistola sobre la mesa y la tomó desesperada.

—¡Suéltalo! —gritó con lágrimas en los ojos.

Gabriel no le hizo caso.

—¡Si no lo sueltas voy a disparar!

Al ver que los ojos de Rafael se cerraron y que dejó de forcejear. Cerró los ojos y apretó el gatillo.

Cuando volvió a observar a su alrededor. Los vio a los dos en el suelo, uno boca abajo tosiendo desesperado y el otro maldiciendo de todas las maneras posibles.

—¡Hija de puta! ¡Voy a matarte! Ya lo verás. —Se sostenía el brazo ensangrentado y trató de acercarse de nuevo, pero Érika retrocedió asustada y le apuntó nuevamente con el arma. Esta vez a la cabeza.

—Ah, ahora te crees valiente ¿eh? ¿Vas a apretar el gatillo y matarme? No lo creo, eres una cobarde y nunca podrías hacerlo. No vales una mierda y todos los saben, por eso a tu papito y a tu mami no les importó que te cogiera, porque saben que solo sirves para eso.

—Érika… no lo escuches… —Rafael seguía tosiendo, pero se esforzó por ponerse de pie. —Sabes que está mintiendo. No le hagas caso.

—Te vas a acordar de mí cuando ese estúpido obtenga lo que quiere de ti y te mande a la basura como lo que eres: alguien que no vale nada.

Las lágrimas aparecieron en los ojos de Érika y sus manos empezaron a temblar, pero no era por miedo, sino por la rabia que sentía.

Tenía en sus manos la llave de su libertad; solo hacía falta apretar nuevamente el gatillo y no volvería a ver a Gabriel en su vida, se acabarían sus pesadillas, los fines de semana sola con él, esos besos que le daban ascos y el tener que soportar que la tocara. Todo su dolor acabaría.

—Amor, solo quiere provocarte. No le hagas caso, por favor, sabes que te quiero. Vales demasiado y no puedes permitir que te haga dudar de eso.




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