Habían pasado dos semanas desde lo ocurrido y aunque parecía que todo había vuelto a la normalidad, en la mente de Érika había un remordimiento que no la dejaba en paz. No había hablado con nadie de ello, y menos con Rafael, pero allí estaba, destruyéndola por dentro como un cáncer.
Le había disparado a Gabriel.
La noticia había corrido rápidamente y ahora estar en la escuela era una tortura. De repente, la chica que antes pasaba desapercibida era el centro de todas las miradas. Muchos le tenían lástima por lo que había vivido, algo que a ella no le gustaba ni un poco, mientras que otros le tenían miedo y buscaban estar lo más alejados posibles, algo que a ella le daba igual porque las personas que le importaban seguían a su lado.
Después de lo ocurrido había vuelto a casa de su madre, pero todo lucía diferente, incluso su habitación. Era como si no perteneciera a ese lugar, como si los años que había vivido allí se hubieran borrado de su mente en los pocos días que duró viviendo fuera. Así que le estaba tocando volver a adaptarse a su viejo hábitat.
Esa tarde estaba con su novio en su casa. Se les había hecho costumbre juntarse cada vez que no tenían nada que hacer, y ese era uno de esos días.
Ambos estaban en el sofá viendo una película, pero en realidad, ella no estaba allí. Su mente había viajado dos semanas atrás, a la noche más terrorífica de su vida, aquella en la que disparó un arma dos veces. La culpa volvió a hacerse presente.
Llevaba todos estos días con ella en la mente, incluso había tenido pesadillas en las que se veía las manos llenas de sangre, pero ni siquiera su terapeuta lo sabía, y eso era lo más horrible de todo: luchar esa batalla sola y estar constantemente preguntándose qué pensaban ahora Rafael y Juana de ella. Ellos eran los únicos que le importaban y le dolería perder, y aunque seguían actuando de lo más normal, Erika no paraba de buscar las señales en sus actitudes que le dejaran en claro que las cosas no seguían igual que antes.
Miró a Rafael un momento.
Estaba concentrado en la pantalla, o eso parecía, porque de un segundo a otro cruzó el brazo por detrás de su espalda y la acercó más a su cuerpo.
—¿Pasa algo? –preguntó.
—¿Crees… que soy mala persona? —Él le sonrió como si la respuesta fuera obvia.
—Claro que no. Eres la persona más buena que conozco. —Dejó un tierno beso en su frente. —¿A qué viene la pregunta?
Ella se removió incómoda y Rafael pareció captar lo que pensaba porque se enderezó en el sofá y se pasó la mano por el cabello.
—Lo que pasó no es culpa tuya, no tienes por qué sentirte culpable —dijo ahora en un tono muy serio, pero suave, sin reprocharle nada.
—¿Cómo quieres que no me sienta culpable, si fui yo quien disparó el arma?
—Pero lo hiciste porque Gabriel me estaba ahorcando. Me salvaste la vida.
—Pero después… casi lo mato.
Bajó la mirada avergonzada y Rafael llevó una mano hasta su rostro, obligándola a mirarlo de nuevo.
—Créeme, si hubiese sido yo quien estaba empuñando el arma, también me hubieran dado ganas de dispararle. Él te estaba provocando y tú simplemente te dejaste llevar, pero no le hiciste nada.
Erika asintió dudosa.
Era cierto, no había herido a Gabriel con el segundo disparo, pero eso solo había sucedido porque Rafael se abalanzó sobre ella para quitarle el arma desviando el curso de la bala en el proceso. Pero... ¿qué habría pasado si él no hubiera estado allí? ¿Qué habría pasado si el disparo, en lugar de impactar en la pared, le hubiera dado a Gabriel en la cabeza? O, peor aún, ¿qué habría pasado si hubiese herido a Rafael? Esas eran las preguntas que estaban acabando con su paz, esas eran las preguntas que la llenaban de tormento, y no podía evitar preguntarse también si todo lo que le decía Rafael era cierto o si, en el fondo, él se estaba preguntando lo mismo que ella, pero no lo decía para no preocuparla.
Volvió a mirarlo y el suspiró.
—Sé que no puedo evitar que sigas pensando como lo haces con sólo decirte dos palabras —empezó a decir –y sé que te tomará tiempo dejar de pensar así, pero también sé que al final mirarás atrás, verás todo con más claridad y te darás cuenta de lo que veo yo al mirarte.
—¿Y qué es lo que ves? —preguntó casi en un susurro.
Él le sonrió.
—Veo a una persona maravillosa, capaz de ayudar a la gente, aunque no la conozca, una persona capaz de crear obras increíbles, dignas de ser mostradas al mundo y, sobre todo, veo a una chica especial que además de salvarme dos veces la vida, me robó el corazón —le regaló una sonrisa tierna. –Veo a la chica que me enamoró y sé que lo ultimó que querrías hacer sería dañar a alguien.
Se hizo un silencio largo en el que Erika repasaba cada palabra en su mente y se trataba de convencer de que aquel no era un sueño de esos que, al despertar, dejan un mal sabor de boca porque, aunque muy lindos, al final solo son un engaño cruel de la mente.
Volvió a dirigir su atención hacia su novio, que la observaba detenidamente como si quisiera descubrir qué pasaba por su cabeza en esos momentos. Alargó una mano y le acarició la mejilla, antes de acercarse y dejar un tierno beso en sus labios.
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Editado: 26.06.2025