Gelir era la tierra de la libertad. En realidad; el último bastión de la libertad, según creían Silur y sus compañeros del crisol, ubicado en las nevadas cumbres del norte.
El imperio Lonathiano; una nación en expansión continua, que había conquistado varios territorios adyacentes hace ya tiempo, y se consolidaba como potencia mundial, estaba en guerra con Gelir hace cerca de quince años. Era una guerra larga; desgastante; en la que miles perdieron sus vidas.
Silur, y todos los huérfanos que junto a él entrenaban en el crisol, se preparaban para convertirse en "vanguardias". Habían sido aleccionados desde su llegada -siempre a temprana edad- para ser fieles a su patria, la diosa, y el código de honor.
En el patio de prácticas, cubierto de una espesa capa de nieve, a cielo abierto, rodeados de pinos y escuchando los sonidos de choques de espadas de sus camaradas practicando esgrima, se encuentra Silur junto a su compañero y mejor amigo Kiremas, equipados con sus armaduras de entrenamiento y sus pesados espadones.
Se miraron un momento seriamente, analizando los movimientos de su oponente: su postura, la velocidad de su respiración, la posición y el ángulo de su espada. Empezaron a girar en un eje imaginario en medio de los dos; esperando un tropiezo por la nieve, un descuido, un movimiento de ojos.
—Estás más calmado. Respiras más lento, Kiremas —dijo Silur esbozando una sonrisa, sin dejar de moverse.
—Y tú estás como siempre; por eso voy a ganarte. A diferencia de ti, yo no dejo de hacerme más fuerte. —respondió confiado devolviéndole la sonrisa y al terminar de hablar afirmó su pierna alejada un poco más, casi indetectablemente, delatando una estocada.
Kiremas soltó su ataque con una celeridad increíble, teniendo en cuenta que sus espadones eran de poco más de un metro de largo, por veinte centímetros de ancho, con medio centímetro de espesor. Silur, que había logrado predecir su ataque, lo desvió con su arma, generando una pequeña chispa. Pasado el primer contacto, ambos se ubicaron a distancia suficiente para golpear a su objetivo, y a pelear con movimientos borrosos a la vista. Kiremas era incansable y buscaba romper el equilibrio de su oponente, aunque este lograba mantenerse bien parado y atacaba donde encontraba una abertura.
—¡En realidad has mejorado mucho! Casi me das un par de veces —dijo Silur, confiado, disfrutando el encuentro.
—No volveré a perder contigo —respondía concentrado el otro muchacho, buscando un golpe limpio.
Kiremas atacó con su espada desde arriba, buscando golpear el casco de su oponente. Reaccionando a tiempo, su contrincante pudo desviar la espada a la izquierda dejándola clavada fuertemente en el suelo aprovechando esa pequeña fracción de segundo para golpear con su mano desarmada el pecho de la armadura de su compañero, alejándolo unos dos metros por el aire y poniendo fin al duelo. Se acercó a él, que estaba bastante adolorido, hundido en la nieve, y sonrió tendiéndole la mano para que se levante.
—Buena pelea.
—Si, así es —respondió desanimado y se levantó de un salto sin aceptar la ayuda de su compañero, Kiremas, sacudiéndose el casco con nieve encima.
De repente, de las bocinas que se usan para dar anuncios en el crisol se escuchó:
"Aspirantes Silur y Kiremas, presentarse en la oficina del director."