Silur y Kiremas llegaron enseguida a la oficina del director. Al entrar, encontraron a un joven encapuchado hablando con él. Les pareció raro ver una cara nueva; nunca venían civiles al crisol (Tampoco es que hubiera quien quisiera visitarlos, ya que solo los huérfanos podían entrenar para convertirse en vanguardias).
—¿Son ellos? —dijo el muchacho, de unos veinte años— Me los imaginaba más... —se tomó un tiempo para pensar la palabra correcta— "fornidos" —continuó el joven mientras los inspeccionaba con la vista.
Kiremas hizo una mueca de disgusto al escuchar la crítica, sin embargo Silur permaneció inmutable, mirando de frente y en silencio.
—No se deje engañar por su apariencia —respondió el director—, parecen muchachos comunes, pero son capaces de realizar proezas increíbles en el campo de batalla.
—No me malentienda, no era mi intención ofenderlos —se dirigió a los gelirenses y continuó—. Soy Razelión, su nuevo jefe.
Los estudiantes miraron al director esperando órdenes; pero en realidad deseaban más que eso, explicaciones.
—El señor Razelión ha venido en una misión de índole diplomática —comenzó a aclarar el director mirándolos—. Para que todo salga como esperamos, pidió ser escoltado por los dos mejores guerreros del crisol como sus guardaespaldas por un tiempo indeterminado. Siéntanse orgullosos, ustedes son los mejores.
La mueca de Kiremas se volvió una mezcla entre confusión y felicidad, mientras que Silur conservaba la seriedad que tenía desde que había entrado a la oficina.
—Consideren esta tarea como su examen final. Aunque técnicamente les falta un año para completar su entrenamiento, ya no podemos enseñarles nada más aquí. Son estudiantes excepcionales —sonrió con orgullo y continuó—, prodigios... Desde ahora la única maestra será la experiencia en el campo. Al terminar esta misión, volverán aquí y se convertirán oficialmente en vanguardias.
—¡Si, señor! —respondieron a coro.
—Me gusta esa disciplina —dijo sonriendo Razelión como si viera dos mascotas bien amaestradas.
—Que la diosa guíe su camino —continuó en un saludo formal el director.
—Y nuestra espada —volvieron a contestar a coro solemnemente. Era protocolo entre militares de Gelir.
—Bueno, no exageremos las formalidades —interrumpió con una mueca de incomodidad Razelión y continuó dirigiéndose a sus nuevos guardaespaldas—. Empaquen sus cosas para el viaje. Los veré en la puerta principal.
Se levantó y se retiró caminando a través de la puerta, que se abrió automáticamente al acercarse, después de hacer un gesto de saludo cordial al director.
—Señor... Qué sabemos de Razelión? —dijo Silur rompiendo los segundos de silencio confuso que siguieron a la salida de él del cuarto.
—¿Te preocupa no conocerlo? —le respondió el director.
—Quisiera saber más de él, eso es todo.
—Tienes suerte, en el viaje podrás preguntarle todo lo que quieras. ¡Ahora vayan! No lo hagan esperar.
Kiremas tomó la iniciativa y salió hacia los dormitorios rápidamente, emocionado. Silur se despidió con un gesto amable, dejando a un lado un momento su desconfianza, y siguió a su compañero.