Pasadas unas horas de viaje, el paisaje de Raion Aurum se volvía más rústico. Llegando a los suburbios fronterizos con las llanuras desérticas que rodean Arcalis, las casas de madera simple y los caminos sin pavimento eran la vista común.
—Este lugar es horrible. Siento que me ensucio de solo verlo —dijo Roxanne con cara de desagrado, mientras miraba las edificaciones precarias por la ventana.
—Aquí vive nuestro último compañero, Darren Arveux.
La súcubo esbozó una mueca de confusión.
—¿Cómo alguien que tiene ese nombre de noble vive en las afueras de Arcalis?
Silur interrumpió de repente la conversación.
—¿Escuchas eso?
No se escuchaba nada más que el motor del deslizador.
—No. ¿Qué escuchaste? —contestó Roxanne pasado un momento de silencio, con cara de curiosidad y preocupación, mirando por las ventanas.
—El silencio —respondió él, sonriendo—. Quizás eso le gusta de aquí.
—Tarado, me asustaste.
—¿Qué puede hacernos frente? —contestó Silur confiado. Tenemos a una poderosa súcubo para defendernos.
Razelión y ella se miraron de reojo, como si supieran exactamente la respuesta. Sin embargo, no hablaron.
—Te dije que se volvía más sociable a medida que lo ibas conociendo. Ya casi llegamos. —dijo Razelión.
Al frenar el deslizador, abrió la puerta enseguida y bajó estirando los brazos.
—Aquí es. ¿Vienen conmigo?
Los miró imperativamente y les hizo un gesto de que lo siguieran. La casa era una más del montón. Arquitectura simple; paredes de madera común, aunque bien tratada; un pórtico con escalones algo gastados. Razelión buscó inútilmente un timbre, hasta que se decidió a golpear la puerta, que se separó unos centímetros del marco. Estaba abierta.
—¿Hola? Darren, nos estabas esperando... —dijo Razelión mientras entraba al recibidor con cautela.
—¡Eso es tan descortés! —acotó la pelirroja en voz baja mientras entraba en punta de pies detrás de él—. ¿A ti te gustaría que un grupo de desconocidos entre a tu casa sin ser invitados?
Razelión intentó gritar de nuevo, esperando alguna respuesta. Se volteó a mirar a Roxanne y le contestó en voz baja.
—La puerta estaba abierta, ¿No? Podía necesitar ayuda.
—Creo que los que necesitamos ayuda somos nosotros —dijo Silur desde afuera con voz de preocupación—. ¡Emboscada! ¡Al piso, ahora!
Razelión y Roxanne llegaron a penas a darse vuelta para ver a unos diez hombres armados con metralletas Colmillo nueve milímetros, que comenzaron a disparar hacia la casa sin parar. Silur saltó hacia sus compañeros y cerró la puerta estando cuerpo a tierra.
—Bien, buscaré una salida y me acercaré hacia ellos por sorpresa-
—No... no te arriesgues —lo interrumpió Roxanne—, déjame a mi.
Empezó a repetir en voz baja unas palabras en un idioma extraño, y los que estaban fuera de la casa aún llenando de hoyos las frágiles paredes de madera, comenzaron a disparar al piso gritando.
—¡Ahora, hagan lo suyo! —continuó.
Silur se acercó al grupo de desorientados y aterrorizados enemigos cortando a cinco antes que los demás lleguen a divisarlo. Los muertos soltaron sus armas y cayeron de boca sangrando profusamente. Los otros cinco estaban atentos al piso, pero habían visto a Silur e intentaban atacarlo también. Era evidente que veían que algo los atacaba desde abajo gracias a la ilusión de Roxanne.
El gelirense empezó a cubrirse de las balas con su ancho espadón, aunque algunas de ellas llegaban a su cuerpo y golpeaban contra su ropa de gelita. Comenzó a flanquearlos, y se guareció tras un árbol, haciéndolos dar la espalda a la casa donde estaban sus otros dos compañeros.
Ni bien los cinco últimos enemigos se dieron vuelta, disparando a Silur, Roxanne salió del edificio lleno de balazos y vidrios rotos y se acercó rápidamente a ellos. Tomó al primero del cuello con una llave mataleón mientras pateaba la parte trasera de la rodilla del segundo para desbalancearlo. La sorpresa y la fuerte presión, lo tiraron al piso de espalda. Soltó su arma de pavor, al verse rodeado de sus alucinaciones. Empezó a tocarse el cuerpo, como si fantasmagóricas alimañas lo recorrieran. Ella acabó con su tortura, noqueándolo de un pisotón en la cara. Para ese momento, el primer enemigo estaba inconsciente ya por la técnica de ahorque. Lo soltó al lado de su compañero y se acercó al tercero, que ya la había escuchado. Intentó darse vuelta a dispararle, pero ella pateó el arma lejos de sus manos, se cubrió de dos golpes de puño en un rápido movimiento, y al tener una mano libre, dio un golpe directo debajo de la nariz. El agresor quedó en el piso, y antes de quedarse inmóvil escupió los dientes incisivos en una mezcla de saliva y sangre.
—¡Basta! Ya... nos rendimos —dijo uno de los dos últimos hombres armados que quedaban en pie (el siguiente en el camino de Roxanne, casualmente)