—¿Y ahora? —dijo Roxanne mirando hacia el interior de la mina oscura y polvorienta.
—Ahora Silur cava, y nosotros sostenemos las linternas —respondió Razelión sonriendo sarcásticamente.
—Usaré una puerta del deslizador como pala, entonces —acomodó su espada en su espalda y hematófaga en su cintura.
Razelión se rió un momento y luego se puso serio para explicar la misión.
—Tenemos que entrar y llegar al lugar más profundo.
Roxanne se estiró y tronó sus dedos.
—Ok. ¿Cuál es el lugar más profundo?
—¿Cómo voy a saber?
—¿No tienes un mapa o algo así? —dejó de estirarse y lo miró sorprendida.
—¿Ves lo difícil que es trabajar con él? —dijo Silur, buscando que ella le diera la razón.
—Bien, supongo que tenemos tiempo para explorar adentro y hacer un mapa nosotros. ¿Alguno tiene talento para dibujar? —interrumpió Darren, tranquilamente.
—Tú eres francotirador, seguramente tienes el mejor pulso de los cuatro —respondió Silur.
—Si, pero mi vista es más útil para detectar amenazas, que para dibujar el mapa.
—Bien, Razelión, tú serás nuestro cartógrafo.
—Bueno, si quieren.
Su expresión estaba algo seria, no le gustaba recibir órdenes. Tomó un libro que tenía en el Shooting Star para apoyar un papel en blanco y preguntó a los demás:
—¿Alguien tiene un lápiz?
—¿Vas a dibujar el mapa en un papel? ¿En qué año vives? —respondió Roxanne y le entregó su celular—, tiene la batería recién cargada; usa el editor de fotos para dibujar. ¡Pero no vayas a mirar mi galería, o vas a tener que comer puré el resto de tu vida, porque no te voy a dejar un diente en la mandíbula! —sonrió en tono juguetón y volvió con los demás.
—Entiendo —tomó el celular y buscó la aplicación. El fondo de pantalla era una foto de ella misma tirando un beso volador en un fondo de corazones. Abrió el editor y comenzó a dibujar el mapa.
Darren levantó su rifle y ajustó la mira en modo nocturno. Se acercaba lentamente siempre permaneciendo cerca de Silur, que iba al frente, mirando hacia todos lados. Razelión iba detrás de ellos, haciendo el mapa, y Roxanne al final, atenta a la retaguardia.
—Dicen que por aquí está lleno de monstruos. Que les gusta estar en la mina; a los monstruos les gustan las cuevas, e hicieron una bien grande para ellos —Darren rompió el silencio con su característica voz calmada.
—Eso dicen, pero no vi un solo monstruo aquí, desde que vivo en Aurum —respondió Razelión.
—Entonces supongo que no te has adentrado mucho aquí. Miren, un ciempiés gigante.
A doscientos metros había una roca extraña; nadie había llegado a notarla. Era en realidad un ciempiés de aproximadamente tres metros, enrollado. Parece que algún animal u otra criatura igual de aberrante; pero más pequeña, había encontrado su destino.
—¿Qué les parece si lo dejamos terminar de comer y luego revisamos ese túnel? No es necesario que vayamos por ahí ahora mismo.
—No conviene; si él nos encontrara desprevenidos no tendría piedad —respondió Razelión, que se había quedado con la vista en el mapa, tarea a la que le estaba asignando una atención inesperada.
—Vaya, si que te tomaste lo de cartógrafo en serio, Raz —dijo Roxanne, ojeando el mapa, mientras se apoyaba suavemente sobre su compañero—. ¡Oye, te dije que no vieras mi galería! —gritó mirando la pantalla.
—Silencio —interrumpió imperativo Darren, en voz baja, contrariado. Se tomó un segundo, y el rifle se detonó soltando un eco fuerte que reverberó en todo el túnel—. Acabas de costarle la vida a una criatura inocente por asustarla con tus gritos —continuó, mientras la miraba acusador.
—Era solo un horrible bicho que probablemente nos hubiera intentado matar de todas formas. ¿Qué importa? —respondió ella.
Darren comenzó a caminar hacia donde estaba el cadáver del ciempiés, cuya cabeza había perforado, aunque sus segmentos se veían bastante armados de quitina. Al llegar, al lado del enrollado cadáver del monstruoso artrópodo, se encontraba un pequeño hoyo con huevos.
—No estaba comiendo, estaba protegiendo a sus crías —continuó Darren con seriedad.
El tirador parecía estar afligido por la situación; aunque ya había cazado muchos monstruos durante su juventud.
—No es tu culpa, sin embargo... —miró a Roxanne— tú ves a los monstruos como amenazas —siguió, tranquilizándose.
—Son amenazas —siguió, queriendo disimular una culpa insipiente.
—Quizás... si no estuviéramos armados; no fuéramos gente entrenada; y no tuviéramos toda la ventaja... ese monstruo hubiera sido una verdadera amenaza; pero hace un momento, simplemente no lo era.