Ulumir era un lugar vistoso. Se podía caminar por entre las casas de arquitectura rústica y endeble sin vallas ni separaciones entre ellas, y los vehículos que rondaban los caminos despoblados pasaban de largo; como Silur y Razelión hubieran hecho, si no hubieran necesitado un lugar donde quedarse una noche al menos, para no volver a pasarla en el Shooting Star, a la orilla del camino.
—Servicio... —dijo con confianza al entrar al lugar Razelión, seguido de su compañero.
La posada (al menos eso parecía ser a primera vista), era el único edificio con tres plantas y varias habitaciones que vieron en todo el recorrido que llevaban por el pueblo. Eran las 6 PM y se veía por las ventanas un espectacular atardecer ámbar, que los lugareños ignoraban por completo; seguramente ya acostumbrados. Ellos seguían en la barra, tomando bebidas y jugando un extraño juego con dados.
—Si, jóven, dígame —contestó volteándose el encargado, girándo la cabeza para ver a Razelión con su ojo derecho, ya que el izquierdo lo cubría un parche negro.
—Queremos una habitación.
—Ya veo... ¿Para ustedes dos?
—Claro que para nosotros, ¿Cree que traemos a alguien más en la cajuela?
Miró hacia el Shooting Star, vacío, aparcado frente al edificio.
—Me refiero a que... ¿Una habitación con una sola cama?
—¿Qué carajo...? —respondió Razelión contrariado, y miró hacia las escaleras que llevaban arriba. Por ellas, subía un hombre de aproximadamente cincuenta años, de la mano con una jóven rubia, con tacones altos—. Oh... ya veo.
—¿Tiene una habitación con dos camas? Interrumpió Silur.
—No en este momento; pero pueden usar una de cama grande, ni van a sentir al otro en la otra punta si duermen separados —contestó el encargado. Le sirvió una bebida a uno de los hombres que jugaban a los dados sobre la barra y lo vió tomárselo de un trago.
—Nos quedaremos toda la noche —respondió Razelión soltando un par de monedas de oro en las manos del tuerto, que las miró de cerca y sonrió
—Habitación 304 —le dio la llave y los observó retirarse hacia las escaleras.
Por los pasillos se encontraban, más protegidas que vestidas, unas cuantas prostitutas, que ante los dos recién llegados acercándose a la habitación, se mostraban haciéndoles guiños y gestos.
—Paso por hoy, chicas. Esta noche solo queremos descansar ¿Ok? —dijo Razelión.
Las chicas se rieron al verlos entrar juntos, y se miraron con complicidad.
Ya dentro de la habitación, vieron que la cama era solamente un colchón de dos plazas sobre unas maderas, con una sábana tirada a un lado.
—Vaya, mira que suite... —siguó. Tomó con la punta de los dedos índice y pulgar la sabana y la levantó unos centímetros. Era más pesada de lo que esperaba, seguro por la mugre y otras cosas que tuviera pegadas. Hizo una cara de total desagrado y la soltó inmediatamente—. Me arrepiento tanto de haber hecho eso...
Silur se rió y se recostó sobre el colchón, que aunque estaba en las mismas condiciones de higiene que la sabana, era (al menos), cómodo.
—En fin... hazte para allá —Razelión interrumpió su comodidad señalando el otro lado del colchón mientras se descalzaba— quiero dormir más cerca de la puerta.
Silur se corrió y dejó a su compañero recostarse, con los brazos en la nuca, a su lado.
—Si alguien toca, y yo no estoy despierto, mátalo —continuó, cerrando los ojos.
La luz del atardecer fue mermando, al contrario de los sonidos en las habitaciones contiguas. Había pasado una hora, y ninguno podía dormir, aunque hacían silencio y descansaban ignorando los gemidos y golpeteos.
La irónica tranquilidad se rompió, sin embargo, con un fuerte grito de terror de una mujer, justo en la habitación de al lado.
—¿Qué rayos? ¿Escuchaste eso? —dijo preocupado, Silur.
—No es nada. Ya la irán a ayudar sus compañeras, ¿o su jefe? —respondió su compañero, suspirando sin abrir los ojos.
Se escuchó la puerta abrirse y gente del pasillo entrar rápidamente diciendo cosas que no se distinguían por el griterío.
—¿Ves? —volvió a hablar Razelión— ya lo arreglaron...
De repente, rompiendo la delicada y fina pared, un hombre de aproximadamente dos metros, ancho de espalda y buena musculatura, vestido con colores estridentes, cayó a un metro de Razelión mirando al techo, gimoteando de dolor y con expresión de sorpresa.
Silur se bajó de la cama y vió hacia el costado por el hueco que había dejado su nuevo compañero de cuarto.
—Si, Silur... ahora si debemos meternos —se levantó de la cama, molesto.
En la otra pieza, estaba la rubia que había visto Razelión subiendo con el cincuentón, en cuclillas en un rincón, completamente desnuda y aterrada, mirando al mismo hombre con el que subió, solo que ahora su cuerpo se veía hinchado, gris, y hacía gruñidos inentendibles.