Ella nació en los últimos días cálidos de otoño; como la última brisa veraniega que baila a sus anchas por el cielo, antes de soplar con furia y sacudir los árboles, dejándolos desnudos y expuestos ante un blanco y gélido invierno.
Él nació con el abrir de las primera flores de la primavera, con el canto de las golondrinas al llegar de nuevo a casa después de haber pasado el frío invierno en tierras más cálidas y con el murmullo de los niños comenzando a salir fuera, a jugar.
Ambos eran de estaciones distintas, de un mismo año, tan solo los separaban unos cuantos meses de su joven vida.
Ella amaba la poesía, la música, los animales, el arte, el estudio... Soñaba con ser algún día veterinaria o puede que médico, fuera a quien fuese, quería salvar vidas.
Él por otra parte, adoraba el fútbol, el baloncesto, la colección de motos de su padre, leer, escuchar música, llegar de barro hasta las cejas a casa, provocando las riñas de su madre y aunque le diera vergüenza admitirlo a sus compañeros de clase, jugar a las muñecas con su hermana.
Siempre había soñado con ser futbolista, pero la medicina era algo que también le llamaba.
Ambos habían crecido en un mismo entorno, en un mismo barrio, en una misma escuela y ahora también, en un mismo instituto. Crecieron juntos, prácticamente; jugaron, pelearon por los juguetes del otro y se ensuciaron con el barro mutuamente, ganándose las broncas incontroladas de sus padres, y puede que alguna vez, acompañadas de alguna que otra risilla de ellos mismos o de sus progenitores.
De pequeños fueron inseparables, pero con el paso del tiempo, conforme fueron creciendo y sus hormonas disparándose, como a cualquier adolescente alborotado; sus caminos se fueron separando, al punto de apenas saludarse alguna vez si coincidían en la calle.
La sociedad les hizo oprimirse, incluso a él; que lo llevaron a buscar un lugar en las jerarquías establecidas en los institutos, aquellas que se creían más que los demás, que despreciaban, insultaban o miraban por encima del hombro a aquellos que no encajaban en sus absurdos estándares.
Ella no encajaba en ninguno de esos jerárquicos grupos, a él sin embargo, no se le hizo difícil entrar en alguno, sino que también liderarlo, como capitán del equipo de fútbol que era.
Ella era diferente, él lo era también.
La sociedad se ensañaba con ella por ser como ellos dirían un bicho raro de la naturaleza... o el experimento de un científico loco, él estaba dentro de esos grupos, no se ensañaba con nadie... pero tampoco hacía de barrera.
A ninguno les hacían gracia esos grupos, por diferentes cuestiones; no entendían que diversión podía haber en juzgar y burlarse de nadie. Ella era una víctima y él no estaba lejos de serlo.
Les movían los mismos gustos e ideales.
Ella deseaba librarse de aquel espantoso lugar con aquella espantosa gente e ir por fin a la universidad, con la esperanza de que todo cambiara allí, ya con gente más madura que cuatro niños pijos y caprichosos; él por otro lado estaba deseando también despedirse de todo aquel caos que lo rodeaba y que insistía en mantenerlo en el núcleo, como un agujero negro se traga todo lo que pilla a su paso.
Ambos eran muy parecidos al fin y al cabo, pero a la vez muy diferentes.
Ella era simplemente April y él, simplemente Daniel.
Y en algún momento, alguno de los dos deberá tragarse su orgullo.
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Editado: 15.05.2019