Simplemente Laura

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Para mis amigos Laura era una muchacha común y corriente, como las demás. No importaba tanto que midiera un metro setenta y cinco, o que fuera delgada, o que tuviera unos espectaculares ojos cafés, o que se distinguiera por ser la estudiante más aplicada de la clase. A ninguno de ellos parecía llamarles la atención. O bueno, eso era lo que trataban de aparentar.

Pero para mí, por el contrario, Laura lo era todo. Laura era perfecta. Observarla conversando con sus amigas, mientras en su carita se dibujaban varias sonrisas vanidosas; no tenía precio. Escucharla en el salón de clase mientras exponía acerca de los modelos macroeconómicos, la política fiscal y los impuestos sobre las divisas, me embelesaba. Enfrentarla en un debate abierto sobre la inequidad de género o el femicidio, era toda una obra de arte.

La última vez que cruzamos palabras en buen plan y bajo cierto nivel de confianza fue hace unos días atrás, por casualidad, cuando nos encontramos en los espacios verdes detrás de la facultad. Ella me preguntó por el deber de matemáticas y yo le respondí con absoluta contundencia que fue muy sencillo hacerlo. A manera de reacción, me ofreció una sonrisa traviesa (tratando de burlarse de mí) y se alejó con un movimiento de cintura intencional que por poco me provoca un infarto.

Si bien era una mujer muy sencilla y recatada, no podía negar que también tenía sus encantos. Seguramente aquella faceta de sensualidad que tenía bien escondida no se la mostraba a cualquiera idiota que se le atravesara por el frente, y yo contaba con el privilegio de poder disfrutarla de vez en cuando. Suficiente para deleitar mis pupilas ya marchitas que resucitaban con tan solo percibir su presencia cerca.

Entonces recordé que la semana pasada por el salón se estuvo murmurando que desde que nos conocimos ella solía hablar muy bien de mí en secreto: me consideraba, entre muchas cosas, todo un caballero. Sus amigas más cercanas estuvieron sorprendidas porque fue la primera vez que se refería así de un chico. La primera vez que sentía tal aprecio por un hombre. Comúnmente no concedía más espacio sino para tratar asuntos de la universidad o de cómo encontrar mil maneras formidables de pasarse un buen fin de semana en casa. ¡Y ahora hasta sus ojos se le iluminan cada vez que hablaba de mí! Excepcional, sin dudarlo.




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