Simplemente Laura

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Como despedida no hubo un beso en la mejilla o tan siquiera un apretón de manos. No hubo nada. Solo un pequeño pedazo de papel color morado bien enrollado que quedó, con la primera supuesta pista, en el puño de mi mano derecha. Me pidió encarecidamente que no la leyera sino hasta después que desapareciera de mi campo visual, es decir, cuando estuviera muy lejos; y yo prometí no hacerlo tal cual lo había sugerido antes. Entonces se dibujó en su rostro una pequeña sonrisa cómplice y acto seguido abandonó el lugar sin pronunciar palabra alguna.

Yo me quedé estupefacto con el rollito de papel en la mano. Confundido. Expectante.




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